Donde el viento nos deje ser

Estoy arañando las paredes
desde que tiré tu nombre por la ventana
en la última discusión.

Apuesto a que tú, ya ni siquiera riegas las plantas con desgana.
Enero te está haciendo el favor de lloverlas encima.
Y el agua las llega al cuello.

Las está ahogando
y a nadie le importa.

En realidad está siendo un cabrón.
Como el final del verano lo fué.

Hay un corazón encharcado,
y a nadie le importa.

La chica del tiempo ha vuelto a predecir
temporada de lluvias torrenciales
y paraguas rotos en las esquinas de la ciudad.

Sácame de aquí y llévame a algún lugar
dónde solo estén tus manos
bailando la curva de mi cuerpo.

Donde no respiremos aire,
y sea él, el que nos respire a nosotros.

Donde el viento no empuje,
y nos deje ser.

Rebobina hacia atrás la cinta de nuestros golpes
y permítete fallar.

Permítete que duelan las caídas a cámara lenta.

No pasa nada
yo estoy aquí
no me he ido
no aún.

No aún que aún te espero.




Mucho de lo que buscaba

Tienes mucho de lo que buscaba,
pero recuerdo que nos derrumbamos en
azulejos fríos y descalzos de llevarnos la contraria.
Hubo días de entendernos
y días de no entendernos nada
de pájaros volando más alto que el sol
y promesas de cucurucho derretidas en las aceras.

Hubo una ciudad de siempre
llena de la gente de nunca
y descubrí que tus pestañas eran las más largas de éste mundo,
que junto con tu sonrisa torcida,
hacían la combinación perfecta
para haberme dejado amar toda esta vida y la que nos faltó.

Por un momento creí que pisábamos el mismo cielo
y que volarlo solo se trataba
de un juego simple como cerrar los ojos
y dejarse caer después.
Una cita a ciegas con tus brazos
y tus brazos abrazando a un mundo escurridizo.

Te he confundido más de lo que he podido
apagar las luces para esconderme bajo la manta
y se nota que tú solo intentas ser feliz,
aunque el viento te sople y te lleve de vez en cuando
al sitio dónde me decías medio mentiras
para que te medio quisiera
Y yo me medio odiara.

Sé que soy solo un tropiezo en tus planes
cuando deshilacho por completo
el hilo de tu vida.
Pero si estas letras no sabes cómo leerlas,
entonces déjame que te diga, 

que 

nunca 

supiste 

cómo te amé.




Peces en el cielo, nubes en el mar

 

Ilustración por Papillon-papalotl

Nos hemos incendiado

y somos la excusa mala de las penúltimas veces.
La excusa que vuelve a casa borracha haciendo eses
y escribe tu nombre en mayúsculas.
La excusa que dibuja a tus espaldas corazones
y si va de cara,
te sostiene un poco la mirada.

Sé de buena tinta de mis versos

que te escribo demasiado
y sé también
que el cielo de Barcelona
bajaría unos centímetros para
tocar su mar.
y no solo tocarlo,
si no que se bañaría en él
aunque eso supusiera la pérdida de las nubes.

Qué más da

somos azules
somos nuestra propia realidad abstracta.

Si te mojas hasta bañarte en mí,

yo puedo evaporarme,
subir al cielo y que me
devuelvas en forma
de gota de lluvia.
Tú puedes mezclarte conmigo
y hacer de tu cielo un mar de expectativas.
Podemos ponerlo todo patas arriba,
podemos hablar de la vida.

Tócame y dale la vuelta al mundo.

Tócame y en el cielo nadarán peces.
Tócame y en el mar volarán nubes.

 




Te miro y la boca se me hace agua

Estoy esperando ir a favor del viento.
Una se cansa de luchar constantemente contra sus miedos
como si en la vida no hubiese cosas mejores que hacer,
como conocerte.

Dejarse llevar por la corriente
sería la opción más estúpida y fácil,

Pero no, yo no quiero ser como el agua,
que siempre elige el camino fácil.

Yo quiero ser ráfaga de viento
que te corte la respiración en un callejón
o la brisa de mar que respiras
como si de repente,
no te apeteciera hacer otra cosa que ser verano.

No sé cuánto tiempo se necesita para ordenarse,
ni sé si quiero que me esperes
por si decido no volver.

Las despedidas me ponen demasiado triste
y otra vez se nos está alargando
como si nuestros vuelos
siempre saliesen con retraso.

Mira,
sabes que no hay fáciles ni difíciles,
que cuando tienes ganas de probar cosas nuevas
te da igual el miedo a equivocarte.

Y los caramelos se derriten en bocas,
y las bocas derriten lenguas
y un beso tuyo
es como surfear el comienzo
de un tsunami precioso.

Y ya me he vuelto a contradecir
porque eso es agua,
y yo quiero viento.

 




Olvídalo

Vamos a suponer que nunca estuvimos allí los dos juntos. Que tu mirada no se rozó con la mía, ni tu sonrisa intentó provocar a la mía, incluso que mis latidos no acariciaron los tuyos, ni las palabras bailaron un bonito vals antes de que tus labios se estrellaran con los míos e hiciera que el universo se expandiera un poquito más la noche en la que nos conocimos. Dime que no fue allí, en mitad de ninguna parte, en el punto exacto entre el pasotismo de un adolescente y la curiosidad de un niño cuando empezamos a jugar con el amor como si no supiésemos de antemano que era un objeto inflamable y llevaba la etiqueta de precaución en el reverso. Hagamos que no sepamos que hubo una química brutal del tamaño de tu cuerpo y el mío juntos. Olvídalo, que yo no lo estoy recordando.




La historia que se muere entre tus brazos

Acabamos de admitir que ni juntos ni revueltos.

Ha sido raro,

se habrán muerto muchas plantas a la vez

y los pulmones del planeta

estarán tan negros como los míos.

Porque sin amor,

todos estamos jodidos.

He pensado en regalarte la vida que tenía antes de ti.

Estoy segura de que te encantaría.

Nada del otro mundo

no te creas,

creételo.

Pero pelearías por nacer en él, esta vez también.

Y todas las que supusieran un ciclo de vida corto.

Nacer, crecer, reproducirse…

Para.

No queremos más como tú,

las réplicas baratas se venden al peso en el mercadillo de

segundas oportunidades.

Arqueo la espalda,

descontracturo los problemas anudados a ti,

me preparo para la guerra,

y me despido en una avioneta con estampado de camuflaje.

Turbulencias en un vuelo con destino:

“La historia que se muere entre tus brazos”

Deja la caja negra,

nuestros restos se quedan.

Nosotros,

nos salvamos.




Me lo tengo dicho, no te merezco

Hay vacíos que te abrazan sin habérselo pedido,
camas que se deshacen solas sin haber jugado en ellas.
Miras el revuelo de plumas en medio de la habitación y me señalas culpable.

Esta diversión no es mía,
solo estoy llamando tu atención al telefonillo de casa
para convencerla que baje a jugar conmigo.

Escribo en voz alta para escucharme mejor
y me hundo sin razón,
porque toda te la llevas tú cuando me reprochas el arte de caminar descalza
por el suelo de la cocina con los platos rotos de la cena de ayer.

Esto es un fracaso.

Y tú un cobarde en toda regla que no rompes.

Si me sujetas también me rompes.

Me ato las muñecas para tenerme a mano y no temerme.

Yo tampoco soy de fiarme,

que la última vez se te olvidó devolverme.

Que yo te entiendo,
que no te miento,
que te tengo en la punta de la lengua,
Que me estremezco
y aún así,
te juro que no te merezco.




Ya no te quiero

Ya no te quiero,
olvidé quererte como solía hacerlo,
como el puño que coge arena
y la aprieta tan fuerte,
que se le escapa de entre los dedos.
Tenía tanto amor que sobraba,
que no importaba derramarlo.

Olvidé las palabras que nos decíamos,
las promesas que migraron con las aves
y el cambio de estación
hacia un lugar donde ya no parece importar
que fuera tu sonrisa
la que un día movía el mundo,
y los atardeceres
el comienzo de algo bonito.

He olvidado más cosas
de las que me gustaría recordar.
He olvidado la manera
en la que me susurrabas al oído
la última canción antes de dormir.
Y me entristece
demasiado.
De una manera en la que me da miedo
intentar acordarme de ti,
viajarte,
y no poderme traer nada
de vuelta conmigo.
De la manera en que sabes
que no existe nada
que pueda acabar contigo
si hay recuerdos que mueren.

Que pensarte y no sentirte suena
a sucio
a traición
a infiel
y a copa de vino rota.
Que te odiaría por ello
si eso ocurriera,
si fueras tú el títere
de este circo de ilusiones esfumadas.

Que yo no te piense,
que tú no me olvides…




Los treinta, una primavera y su lóbulo izquierdo

Me obsesioné con el chico que llegaba siempre tarde en bicicleta.

Me obsesioné hasta el fondo, hasta que dolió y empujé más fuerte.

Obsesión, desequilibrio, y algo de cobardía. Pero sobre todo,

algo que bordeaba un poco más allá la idea de querer besarle el lóbulo

de su oreja izquierda.

Tenía la mirada perdida, y ese misterio de atenuante vida.
Como si un pasado tapizado en gris le envolviera todo su presente
y ni siquiera, le hiciese ilusión tener el poder de cambiarlo.
Yo solía perder mi mirada junto a la suya para pasearla en secreto.
Tal vez como el perro que jadea porque solo sacas una vez al día.

Acerté con él.
Estaba tan perdido de misterio que enloquecí por querer descubrir
el origen del universo entre pupila y pupila; y lóbulo izquierdo.
A veces, también derecho.

Le conseguí. A él, y al mundo al que pertenecía.
Una habitación pequeña y cruelmente desgastada por el paso del tiempo
era testigo del amor que hacíamos y deshacíamos entre sábanas.

El balcón siempre estaba abierto. Se colaba el sol y el mes de Mayo
por las rendijas de la persiana, y las cortinas bailaban la música
del artista que tocaba en la calle.

Miradas cómplices,
manos entrelazadas,
sudor libre en la cama.
Era feliz y afortunada.
Me asomaba al balcón y lo gritaba.
Y el músico me miraba.

Y de repente un día, lo sabes.
Tienes que marcharte.

¿Qué pasó?

Nada.
Se acabó como las cosas que terminan
por creer en ellas más tiempo del que duran. 

Y los diez años que me sacaba.




Eres café que arde

Cuenta hasta diez,
escóndete en un sueño

y no salgas para salvarte.

Hazme adivinar cuantos
duendes viven en tu pelo
y pídeme que me abrace a ellos.

Ten la decencia de querer

hacerme al menos;

una vez la guerra
y dos veces las maletas en la puerta.
Una para cuando te vayas

y otra para cuando te quedes.

Voy a pelear contra todos tus gigantes

hasta hacerlos hormigas y obligarles

a pasar el invierno bajo tierra.

Prepárate y viértete en pequeñas dosis de café.

Te tomaré esta noche,

en esta cama

y en este insomnio.
Pónme nerviosa,
revuelve todo lo que hay aquí dentro
pero no saques nada.
Deja las entrañas en su sitio

y los posos al fondo.

Mil veces te lo he dicho,

eres café que arde.

Siempre te llevo a la boca sin esperar a que enfríes

y me dejas con fiebre tiritando en los labios.