Manacor

(Imagen generada con IA)

Manacor

 

Víctor Atobas

 

I

 

Fragua júnjuma antropófaga
reata cazadora ráfaga de lanceros tercios
dementores plenos de azkabán
que llegan hasta el castillo y mediante estertores
sepultan en nieve y hielo
mi corazón hechizado por hermione;
anudo mi coleta al poste del barrote
para descolgarme del tiesto de móstoles
buscando el embarcadero del huevo de mar.

II

 

A esta isla arribo
con el temor y el temblor
del marino del panta rhei
para nadar en el lucero de las perlas
en el punto jovial kairós de las mareas.

III

 

Me pregunto cómo
cómo mallorca este manacor mío
en mis mejores días contra voldemort la tarántula
cuando el ámbar de verano gotea la resina
a través de las vetas del ágata y del ópalo;
cómo mallorca este manacor mío
cuando la amatista engasta tiempo cálido
y mi herida es tratada sin saberlo
por las almas rebelescentes cultivadas por los mares
que me alegran los refranes de la arena
y la corriente es púrpura aguaperla…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Otros poemas de Víctor Atobas:

 

 

Ágata

Vaivén nocturno

Muso de perlas

Filosofía de la musa

La rotura del silencio

El último poema a la cardeña

El mal de amores

Látigo risa perla

Mi conejo de angora

La delicia turca de tu boca

La adoración de la niña eléctrica

El delirium de lo sublime

El encuentro de mi novia con los júnjumos pitufos

Carta a los reyes magos

Cumpleaños diecisiete

Navidad en guerrilla contra la trágala patriarcal

La maestra del suspirador

El filósofo de la cardeña contra la ostra de la vampiresa

La creación de la hora

Amo quema

Quémame

Júnjuma cordura

Cuando tengo algo que decir

Suéñame

Si calla el mirlo

Un sueño que en mí repite

¿Uno de los nuestros?

Amiga paraíso

La música que escuchamos hoy en día

Contra la autoridad del ojo

Agosto en Ninguna Parte

Noche de azul suspiro

Pescadores de sueños

Kinderpolitik (o la ciencia política del huevo kinder)

Esponsales

Las memorias de mi país

Poema contra la democracia

Poema al amor trágico

Los cuatro duros

Domingo a diario

La voz de la alemania

Franco arquitecto

El but de jak

La muchacha alada

La filosofía de la trágala

La trágala fuera

Atravieso todas las trágalas

Motor prieta válvula

La autoridad se la dejo a las ratas

Soy feliz cuando llueve

Ciudad cerrada

Doble vínculo

Isla roja

El reverso de la moneda

La nave conquistadora




Ágata

(Imagen generada con IA)

Ágata

 

Víctor Atobas

 

I

 

Soporta la coleta
el peso del yunque de cizalla
hasta que la quincalla del oscuro sorgo
llega a cubrir la rósea talla del cultivo de los mares;
ágata luciérnaga apágala y no ilumines
el coral de la pregunta.

Ágata
ágata geoda
ágata ámbar
ágata ópalo
ágata rubí
ágata gadea
ágata quisiera que mi nombre sonara
ágata amatista
ágata engasto piedra preciosa
en el trazo de mi mano desatada
anhelando alcanzar el tacto de una perlada joven.

Ágata
ágata aliento el velero con el viento de la isla ágata
donde arrima ágata arrecia tifón tropical
del habla luciernagal sin pudor ante el amor por los hombres
sin pudor ante la locura por las muchachas
tan hermosas fuera de las conchas…

II

 

En la onda girasol de vaivén nocturno
el rostro de la joven de la perla
irradia perpleja la duda bañada en turquesa;
ágata manacor se ha despegado de mi tono
y mi voz suena como el plomo del hombre júnjumo;
ella no puede sostener mis palabras
ni tampoco las suyas
de modo que aparta la mirada
se calla y adentra en la pantalla,
hasta que, al fin, comprende
que se trata del desgaste
el desgaste que toda mujer padece también
algunas veces en su vida;
esas veces
con erupciones rellenas de yerto cereal
sobre la piel de la mano
en que es empujada a engastar sorgo como un macho.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Quémame

Júnjuma cordura

Cuando tengo algo que decir

Suéñame

Si calla el mirlo

Un sueño que en mí repite

¿Uno de los nuestros?

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Contra la autoridad del ojo

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La trágala fuera

Atravieso todas las trágalas

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La autoridad se la dejo a las ratas

Soy feliz cuando llueve

Ciudad cerrada

Doble vínculo

Isla roja

El reverso de la moneda

La nave conquistadora




Vaivén nocturno

(Imagen generada con IA)

Vaivén nocturno

 

Víctor Atobas

 

I

 

Vaivén nocturno
muso de perlas
en jirón de humo de durga mata y turrón suchard
insuflo glóbulos de heliotropos
que mecen arrecida lluvia en el cantil
copos de pulpa de brisa y ginebra
y otro sorbo a la vulva mandarina de la noche.

Vaivén nocturno
muso de perlas
anhelando arrancar el arpa frutal
de los groselleros de la júnjuma éncadena
madura ya eslaboná-madura-mente-razonable
o estás loco atobas
viniendo hasta el cobijo para incitar orgía,
que arrojemos los ropajes
con la excusa de los naipes.

Vaivén nocturno
muso de perlas
busco la sajadura del tapiz de la falda orleans
puerto en dinastía trágala escardadera brocal
mientras ausculto el pulso
de la ostra engrisadera en la coraza.

II

 

La joven de la perla
me dedica una palabra de aspereza;
cuarzo que se desploma en el preciso momento
en que el arrecife llama al alzamiento del coral,
cuando la escultura del agua
muestra la veladura del caribe ante el muro
que cubre las olas del habla luciernagal.

Vaivén nocturno
muso de perlas…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Isla roja

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La nave conquistadora




Muso de perlas

(Imagen generada con IA)

CANCIÓN (Música IA, Letra de Víctor Atobas)

 

 

 

 

POEMA:

 

Muso de perlas

 

Víctor Atobas

 

Retumba el tambor del eco
de las atestadas áreas de la marcha júnjuma
chilla alimaña esvástica en el dolor ríe disparos
y calcina mariúpol herida en el desplome del color
que no vuelve a emerger hasta que, en algún copo
luminoso de mañana, olvido la ucrania
del cuerpo calambre diapasón,
y alcanzo al fin el ritmo de la búsqueda de las perlas
que me cambien los estambres sin polen del diamante amenazado
por el ansía de sangre de la colonia blanca
mientras los desfiles de emblemas de la alemania trágala
me aprietan la noche con plúmbeo amarraje.

Perlas incluso en cerradura de estiaje
busco perlas
con miedo a equivocarme en el instante de abrir ostras
temiendo las mordeduras de las almas acorazas;
quisiera ser muso como tú, úrsula,
e inspirar la calidez del luciernagal encendido
contra el gélido soplo del tacto impuesto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Isla roja

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La nave conquistadora




Filosofía de la musa

(Imagen generada con IA)

Filosofía de la musa

 

Víctor Atobas

 

Montañas de cristal en polvo
enfoscado en el opio de la pintura mural
que coloreo con los pigmentos de la palabra
en el cobijo de las perlas flores de jazmín
y jardín psicotrópico;
las cogitaciones de descartes
las fúnebres oraciones apostadas en la varilla del paraguas de berkeley
las abrasiones de la lluvia ácida y útil de kant
me hacen vulnerable a las maduraciones de la júnjuma vampírica
por lo que agradezco, musa mía, tu ayuda
en el cuidado de las jovencísimas yemas de mi hueso.

Si no te drogaras úrsula
musa mía
te invitaría con sumo gusto
a una tira entera de sellos empapados
con la sonrisa del gato de cheshire;
te querría recitando ciberlenin ciega de ácido lisérgico
como una hippy enamorada de la vida en la nueva época
para que viajáramos juntos más allá del imperio yanki;
por fortuna, ya rebosas de roja y colocada
aquí, sentada a mi lado
mientras juegas con la navaja de la espina
clavando en mi mano el filum de atenas.

Si transcurrieran incontables décadas
seguiría muriéndome de ganas de que volvieras
a clavarme la espina
de la rosa de la filosofía
tal y como ahora haces
naciendo el hueso más duro en mi pensamiento:
¿qué diferencia existe en el seno
de lo uno de tu nombre desdoblado
entre tu apelativo úrsula de musa
y la irrupción de tu verdadero nombre
en la carne que elevo
hasta el alma?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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La nave conquistadora




La rotura del silencio

(Imagen generada con IA)

La rotura del silencio

 

Víctor Atobas

 

Berlín de roscas júnjumas
rizos de médulas mordiendo sus propias colas
de metal alemán rótula múnich en la cabeza de la vecina
que llega hasta el llamado de mi puerta con nudillos
inflamados por el giro de la tuerca única
trágala pelambrera de angora endurecida
y ni te muevas:
¿estás loco?,
a partir de las once es obligatorio el silencio
en el edificio por ley o llamo a los agentes;
mis amigos escuchan estupefactos el dictum alemán
no sin antes haberme preguntado
durante la cena de una onza de cacao en polen
cuál es el nombre que evoco por la noche.

¿Nombre
de mujer?,
mi musa tiene más de uno
y tiemblo al pronunciarlo:
úrsula
tiemblo
úrsula
con la mandíbula en ósea castañuela
aun la cocaína de los andes es buena
como la altura de la ilusión navideña
antes de roturar la nevosa represa
erigida por el hielo gris de los reyes pochos;
el líder del grupo enseña zarpa y diente de sable
estás loco atobas
atobas estás loco
y tú, úrsula, respondes:
más loca estoy yo
con el estiramiento de las acentuaciones
intensificadas con el desprendimiento
de la blancura del vuelo de un ave de migraciones
mientras te inclinas sobre la mesa
y repites, sin que tu interlocutor responda:
más loca estoy yo.

Úrsula
musa mía
tú curas la herida
infligida por los golpes de la gélida censura,
tú curas la herida
con la rotura de la placa añil del silencio;
siempre que requiera la apertura de mi espíritu
buscaré, úrsula, tu abrazo tendido en el calor
de la palabra afín.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Isla roja

El reverso de la moneda

La nave conquistadora




El último poema a la cardeña

(Imagen generada con IA)

El último poema a la cardeña

 

Víctor Atobas

 

En la cinta nervadura de presteza
me señalasteis, amigos míos, al turco
cabeza de chivo expiatorio de cardeña
que habíais elegido como leña a astillar
aserrín júnjuma
él no trabaja
trágala aserrán
no vale para nada;
yo insistí en que él, que era el miembro
de mayor edad del grupo de perlas,
aun no estuviera
empleado en la reserva
del astillero naval sestao,
tenía derecho a la existencia
así como a buscar amor en otro caladero.

Cuando él se mudó a los burgos
y yo empecé a abrir mi alma
en las revelaciones del poema
me convertí en el nuevo chivo expiatorio
y cargasteis contra mí todas las humillaciones;
si tanto os irritaban los bastiones de mis palabras
podríais haber ignorado mi verdad poética
mas no lo hicisteis.

No os preocupéis, amigos míos:
a partir de ahora aguardaré
la duna favorable de la arena,
cantaré a todos los burgos del planeta
y no a un diminuto rincón de la cardeña;
tarde o temprano
me marcharé del pueblo
y vosotros tendréis que indagar
en búsqueda de otro chivo expiatorio
sobre el que volcar todas las culpas
todas las amenazas
júnjuma aserrín
trágala aserrán.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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El mal de amores

(Imagen generada con IA)

El mal de amores

 

Víctor Atobas

 

Miel
romero
rocío
tiemblo
y rocío y rocío y rocío
tiemblo y tiemblo y rocío y tiemblo
con ígneo erizo en la piel punzada
con las mil púas llamaradas de deseo;
te busco en el centelleo de la luz aún
aún amenazada
del luciernagal porvenir…

Cuando el silencio saca pecho de mi tallo
es por el acecho del afile de la hoz trágala
martillada avena
júnjuma,
pero ya basta, amor;
ya es demasiada la siega última del sorgo
la cosecha de la hastiada planta del temor;
renuncio ahora a disimular
el hecho de que me enloqueces
pues, aunque tratara
de que mi suspiro pasara desapercibido, cualquiera
que me viera durante dos segundos se daría cuenta
de que estás incluso en mis pesadillas.

Cuando las hordas de estertores alemanes
me persiguen con tanques de metálicas orugas
dotadas con antenas esvásticas
y las soldadescas masas de tánatos
entonan mortíferas baladas disparadas
hacia la prendida yesca de mi corazón;
es entonces, amor, cuando la pesadillesca imagen
cambia
y de repente
apareces asustada
a mi lado
armada con un fusil mientras las instantáneas se suceden
en una cascada de detonaciones de plomo fotográfico;
me arrancas las espinaduras del brazo
y sanas las pasaduras de mis articulaciones
me abrazas
y sostienes los canalones de la sangre en mi pulso;
los alemanes están cerca de nosotros
pero me obligas a continuar, amor,
por el dificultoso sendero de la esperanza
hasta que, de pronto,
me despierto solo
derramando las sábanas
con el charco azul del sudor frío:
imposible ya que vuelva a dormir
durante esta noche de pesadilla
en que faltas en la cama.

El mal de amores
es una enfermedad que acepto el riesgo de contraer
sabiendo que el insomnio merece la pena con creces;
si un día
trajéramos un hijo al mundo,
no querría para nada
que fuéramos una familia americana
sentada sobre el cortinaje de la cocina
a cuadros de mazorcas pétreas
de la autoridad todo normal;
querría que jamás me dejaras en paz, amor,
que siguieras siempre en mis sueños
y en mis pesadillas de guerra total;
si un día
trajéramos un hijo al mundo,
querría que fuera de la carne
y del hueso
del alma nuestra.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Látigo risa perla

(Imagen generada con IA)

Látigo risa perla

 

Víctor Atobas

 

I

 

Yo andaba tralarí
y a través de la zanahoria trágala pensaba
que la poza era naranja húmeda de angora;
yo andaba tralarí
y a través de la angora trágala notaba las palmadas
de los jamones que pasaban hambre en la cocina;
yo andaba tralarí
y a través de la cocina trágala recibía las cuentas
de los salmones desovados del pasado;
a la jornada siguiente
iría hasta el pie del buzón de las escamas
para asistir al remanente de la contable tabla
introduciendo la sal del sobre correspondiente:
había escrito un poema pulcro
lacrado en puntos de recto macramé
de estricta seriedad un texto
que seguía a pies juntillas las normas impuestas
por la grama júnjuma de estábula rae
y que, por supuesto, tenía por motivo
el curso del espíritu.

Antes de que publicara el poema previsto con los ojos
en la enseriada estrechez del reloj
me encontré con el haba carnosa
de una hora creada a destiempo:
la niña eléctrica doraba chispas
de voltio en el rizo del viento,
la joven de la perla deslumbraba con la danza
de sus manos hechas juego de luz,
el muchacho espigado quitaba hierro al asunto
con el acero ligero de una burla sin viruta de malicia,
el hércules de cardeña descansaba la alquimia
de su escudo ante el matraz de los vecinos júnjumos
al tiempo que los demás miembros del grupo
de vez en cuando, golpeaban
con látigo
risa
perla,
iban resquebrajando
la concha dura del molusco viscoso de la engrisadera
como si sus risas fueran golpes quebranta ostras.

Entonces, amigos, no supe cómo habíais invocado
el hechizo de verano entre obturadores de lamas invernales;
tras regresar a casa sólo pude descoser los dedales
del poema que había escrito con el cuerpo gélido.

II

 

Volverá es cierto
el invierno tratará de congelarnos
en la severa nevera de aludes
corriendo
por carámbanos sanguíneos,
mas siempre, amigos míos:
siempre podremos hacer verano
a nuestra creada hora
a golpe, si es conveniente,
de látigo
risa
perla.

Amigos míos:
es cuando me deshacéis el iceberg
del poema triste
que me aupáis hasta las nuevas
zelandas de las aguas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Mi conejo de angora

(Imagen generada con IA)

Mi conejo de angora

 

Víctor Atobas

 

En la arena movediza de la brisa
el tacto paralizante del buitre revienta
en bolo rodante de ratones pinchos
y el carroñero muere ahogado
en su propio pico crudo
mientras nosotros lo festejamos en cardeña
con purpúreas remolachas en la boca huelva
fresa bombón de licor escancia hermosa
como una colegiala, amiga mía,
inclinándote hacia adelante
te ríes
y, al instante,
vuelves a carcajearte de mis palabras;
cuando evidentemente no soy mujer,
digo que tengo coño
y eso por qué.

¿Recuerdas la tesis de la novelita
que te regalé aquella noche hechizado de verano?

Entonces te acordarás de que el goce prostitutivo
es un concepto tentativo cuya determinación es la trágala
invaginada en un punto estadístico
marcado por la astucia de la júnjuma nodriza
y abierto en la cuna de la espalda
por el cirujano de la clínica canal sistémica.

La policía de la universidad
barniza desde tarima barrote
la idea de que el capitalismo
podría haberse desarrollado primero en china,
olvidando que si fue en la europa blanca
donde prendió el semillero candil del agrio amo,
fue a causa de que la europa blanca es apagada
en lo referente a la coloración
de la zona iluminada por la mónada
de manera que, nuestros ancestros colonos
europeos blancos
cristianos comerciantes
esclavistas genocidas señoritos sangrientos,
no supieron sino cegarse con violenta orgía
armando la espina dorsal de la carne esclava;
esos hombres blancos
no supieron sino hacerse recompensar
con manos de duquesas de albas
tierras de méritos feudos modernos
válidos ovejeros de relojes tuertos
monterías subvencionadas masacres
en lerma iglesias
monedas en parador de casas colgantes
o en frío real doblón lingote
de plástica peseta;
esos tiparracos blancos
se introdujeron en la raja de la espalda
monedas por valor
de dos mil años de esclavitud.

Te ríes de mí
cuando violo himen de pureza
asegurando que tengo un coño
de trágala en la espalda:
¿no me crees?

Me quito el abrigo
arrojo el algodón de la sudadera
la camiseta interior
y puedes verlo:
es mi conejo,
mi conejo de angora
comiéndose gozoso una redonda moneda
de fresca zanahoria.

La pureza se la dejo a la virginidad
sarta inmaculada
y falsa
de los moralistas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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