Y sin que ya esperáramos colores
después de tanto oscuro u otro gusto
distinto a la ceniza,
después de tanta hambruna a las espaldas,
¿quién nos iba a decir que esta mañana,
con palabras corrientes,
con los gestos más simples,
con los mismos pigmentos que antes despreciáramos,
íbamos a alcanzar lo que ahora toco?
¿Os acordáis? Un día
sacamos el mortero
y majamos al fin nuestra ceguera
hasta mudarla en harina de luz,
y la amasamos,
y de nuevo encendimos el horno de la plaza
para cocer alegres este asombro
de pan que ahora
compartimos,
compañeros sin más, al mediodía.