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El nacionalismo impregnado de homofobia de la Rusia de Putin ha sido la marca histórica de nuestras sociedades occidentales durante todo el proceso de su formación desde las revoluciones burguesas. Aquí se podría abrir un debate acerca de la deriva política y las consecuencias sociales de la Revolución Rusa en lo que respecta a la construcción de Rusia como nación misma frente a Occidente. Pero es perfectamente constatable que las mismas características morales relacionadas con el esquema social patriarcal, machista y heterosexista, han sido repetidas tanto en las democracias europeas como en los fascismos y el comunismo soviético. De hecho, los “triángulos rosas” que sobrevivieron a los campos de exterminio no pudieron acceder a las compensaciones reconocidas a las personas deportadas por motivos étnicos, religiosos o políticos, ya que fueron consideradas condenadas por derecho común por delitos anteriores al nazismo, que siguieron vigentes tanto en la República Federal como en la República Democrática Alemana, así como en Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia hasta hace bien poco.

Por tanto, no debería sernos extraño que la homosexualidad sea ideológicamente señalada como “destructora de la sociedad” por parte de un Estado que construye su identidad nacional sobre una moral religiosa. No olvidemos que durante años, los homosexuales fueron considerados “antiamericanos” y “comunistas” en EEUU antes de las revueltas de Stonewall. La homofobia como recurso ideológico es eficaz para “purificar” el espacio social. Se ha empleado a derecha e izquierda y se ha interiorizado en la mente de los individuos, haciéndoles creer en su necesidad, como parte de la defensa de su propia identidad heterosexual “natural”. Cuando burgueses y obreros, fascistas y revolucionarios, blancos y negros, se intercambian “acusaciones de homosexualidad”, refuerzan su común intolerancia a la libertad del placer, creyendo que así refuerzan su identidad, asumiendo la debilidad de su enemigo. De este modo la homosexualidad se convierte en el “enemigo universal”, que debe ser silenciado. Las “mariconadas” a las que normalmente se refieren los machos heterosexuales cuando hablan de las debilidades de sus iguales, no solo son un desprecio sino un refuerzo de lo que consideran su esencia como hombres, que deja fuera a todo aquel cuyo comportamiento, actitud o presencia puede constituir una amenaza a su posición en la escala de valores que ha aprendido y asumido en la sociedad tradicional, a pesar de que su conciencia política pueda ser muy “revolucionaria”. Así se reproduce la homofobia, y así se conjura el peligro de un cambio real en el sistema.

La detención de uno de los líderes del movimiento homosexual ruso, NikoláiAlekséyev, al intentar celebrar una marcha del orgullo gay sin autorización del Ayuntamiento de Moscú, atacado por unos activistas radicales ortodoxos cuando se personó en la céntrica calle Tverskaya para celebrar el acto el pasado 30 de mayo, no es sino la culminación de la serie de políticas represivas que he citado. Desde 2006, Alekséyev ve rechazada su solicitud para celebrar una marcha del orgullo gay, pese a lo cual algunos activistas salen a la calle y se enfrentan a los ultranacionalistas y radicales ortodoxos, lo que suele desembocar en choques violentos y detenciones. El alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, calificó estas manifestaciones como “satánicas”. Sin duda, si pudiera, enviaría a sus convocantes de nuevo al gulag.

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