Sonetos a la vecindad
Hace años que no me habla mi vecina,
ni sacude el polvo al oír mi puerta,
tal solía; su mirada es incierta,
al ser o no ser mirada canina.
Mas una sospecha acude a mí, cierta:
no le cautiva mi jardín y hacina
múltiples recelos; y además calcina,
con hechizos, los frutos de mi huerta.
Y de odio ya contagia a su consorte,
lo doma, y lo truca en aquel vecino
incómodo de dardos con resorte.
Quiere, en mi edén, que plante yo los pinos,
que yo acomode mi tierra a su porte.
Hay que ver… ¡Qué bandada de vecinos!