Mil primaveras para el 15M

Hay algo singular que caracteriza el momento presente: mientras son muchas las personas que han depositado todas sus esperanzas en el resultado de unas elecciones generales que previsiblemente se celebrarán el próximo otoño, asistimos, en paralelo, a una visible desmovilización en el terreno social y laboral. Al amparo de este doble fenómeno, es sencillo apreciar un visible y, a mi entender, inquietante renacimiento del crédito que las instituciones provocan en la cabeza de tantas gentes que hace un par de años parecían convencidas de que sus problemas debían encararse desde abajo, de la mano de movimientos sociales fuertes decididos a plantar cara al poder en sus muy diferentes manifestaciones.

Aun con ello, me parece que cualquier persona moderadamente consciente de los problemas que tenemos por delante –y no hablo sólo de los más inmediatos: me refiero también, y con empeño singular, a los que, desde una perspectiva no cortoplacista, se vinculan con la corrosión terminal del sistema y con el riesgo consiguiente del colapso- sabe que es vital preservar movimientos sociales independientes y vivos. Estos últimos, con vocación decididamente contestataria, no deben enfrentarse sólo al régimen –al bipartidismo, a la corrupción, en su caso a la monarquía-, sino que están obligados a plantar cara también, y sobre todo, al sistema –al capitalismo, al trabajo asalariado, a la mercancía, a la sociedad patriarcal, a la crisis ecológica-. En este terreno la apuesta correspondiente tiene, hoy por hoy, uno de sus hitos fundamentales en la construcción de una sociedad paralela de la mano del asentamiento, la expansión y la federación de espacios autónomos autogestionados y desmercantilizados. Salta a la vista que esos espacios –ahí están, por ejemplo, y para atestiguarlo, las cooperativas integrales- plantean un horizonte bien diferente del propio de una acción institucional sometida a reglas muy estrictas y desarrollada por fuerzas políticas que una y otra vez han sido abducidas por la lógica del sistema. No me cansaré, por lo demás, de repetirlo: cualquier espacio ganado por la autogestión es un espacio perdido por las instituciones –también por los intereses que estas últimas representan-, y, claro, viceversa.

En este contexto bueno será que formule una observación sobre algo que ha ocurrido en relación con el 15-M: qué curioso es que tantas instancias que se reclaman, en un grado u otro, del movimiento del 15 de mayo se muestren tan poco sensibles a lo que hasta hoy mismo han sido los principios y las prácticas abrazados por éste. Y es que parece obligado recordar que el grueso del 15-M ha defendido de siempre la horizontalidad, la asamblea, la acción directa y la apertura de esos espacios autónomos que acabo de mencionar, en abierta colisión con la lógica de la representación y con la del liderazgo, y de la mano de un rechazo expreso de lo que significan cúpulas separadas y flujos que discurran de arriba hacia abajo. No sólo eso: a tono con algo que ya he dicho, ha procurado alejarse de las perspectivas que son tributarias de los discursos eficacistas y cortoplacistas al uso, autoconfigurándose entonces como un movimiento de largo recorrido que se propone remover las conciencias en provecho de una transformación radical de la sociedad, y no de meras reformas en la textura del sistema político.

Es verdad –sería absurdo negarlo- que en muchos lugares el 15-M ha dejado de existir. No es menos cierto que en otros, como Madrid, mantiene viva, sin embargo, y con las carencias que queramos, la llama de la contestación. Hay quien piensa que, de resultas de la combinación de esos dos elementos, ya no tiene demasiado sentido hablar del 15-M como de un «movimiento». Aunque diésemos por válida esta conclusión, que se antoja un tanto forzada –y lo es, en particular, porque el 15-M sigue siendo impulso fundamental para un sinfín de iniciativas que formalmente desarrollan otras organizaciones-, deberíamos completarla con la estimulante certificación de que el 15-M se ha convertido, al tiempo, en un estado de ánimo que permite que siga siendo afortunadamente molesto. Y es que, como señala con criterio mi buen amigo Carlos Jacques, es mucho más difícil reprimir un estado de ánimo que hacer otro tanto con un movimiento. Mil primaveras, en cualquier caso, para el 15-M.