Saber, comprender y sentir: interpelar a la mayoría para la transformación social

Siempre incido en que el proceso histórico que vivimos y en el que participamos partimos de una derrota histórica, traducida en una hegemonía del neoliberalismo y unas estructuras (UE, OTAN) que garantizan la reproducción del capital del siglo XXI. No obstante, creo que este pesimismo respecto a la situación no puede determinar en la voluntad de transformación social. El sufrimiento de los pueblos y las personas se agudizan más cuanto más se profundiza la crisis capitalista, es por ello que, en la medida de lo posible, debemos empujar con fuerza, desde las capacidades de cada uno, para conquistar el presente y el futuro.

El drama social inducido por las élites ha generado, en parte, una cultura pesimista, del suicidio de la alegría y las pasiones humanas y los sueños; una de las razones de la existencia humana, que la dota de sentido, es aniquilada para que el esclavo siga siendo funcional. Los sentimientos, el bienestar, los cuidados a los dependientes, el espíritu de colectividad, sobran. Todo lo que no es rentable o contradice las lógicas, sobra. A los poderosos les sobramos en tanto que personas con intereses fuera de los márgenes del pensamiento dominante, es por ello que la ingeniería que practican en nuestros cuerpos y mentes a través de la economía y la cultura nos genera “nuevos intereses”. El resultado: resignación, miedo e individualismo.

No obstante, entre el fango de la tragedia, España ha ido cambiando muy poco a poco, esa resignación que todavía lastra a la emancipación social. El 20 de diciembre fue una traducción política de ese proceso de cambio, siempre conscientes de que un grupo o grupos parlamentarios no cambian el mundo ni unas lógicas que llevan siglos adaptándose y desarrollándose para saquear a los pueblos y dominar la vida para que una minoría viva en opulencia. Pero la lucha es así, lenta, dura, con muchos obstáculos y con vicios que se retroalimentan. No existen revoluciones puras ni completadas, sino la tensión de la Historia, el hilo conductor que nutre a los pueblos, eleva sus aspiraciones a la categoría de utopía (en el más sano de los sentidos) y reconoce o entierra su dignidad. Resulta harto complicado ser revolucionario en el siglo XXI; más aún ser revolucionaria, con más cadenas que romper, y forjadas con mayores consensos que nos deben avergonzar.

Volviendo al 20D, me gustaría incidir sobre el concepto de la política-espectáculo, que lleva instaurada desde mucho antes que eso que los nuevos agentes del marxismo llaman “nueva política”, ya que la confrontación entre ambas concepciones da lugar a confusiones y repliegues identitarios nada productivos. Por poner dos ejemplos: el bebé de Carolina Bescansa y la estética de Alberto Rodríguez, diputada y diputado de Podemos. Esa ‘espectacularización’ de la política se vivió, una vez más, en el momento en el que los medios de comunicación de masas y la clase política del régimen hacían una encarnizada política contra la presencia de un bebé y contra las rastas de un diputado. Al mismo tiempo, una madre y su bebé eran desahuciados en otro lugar. Cuando un bebé es noticia por estar en un parlamento, y un diputado es objeto de ataques públicos por su indumentaria, mientras que el desahucio comentado es invisibilizado por los mismos sujetos, vivimos la política-espectáculo. Entretener con aspectos superficiales desde el régimen sin necesidad de una carpa explícita. Sabiendo de antemano que la política española está diseñada de esa manera por parte de las élites, las compañeras y compañeros de Podemos han sabido caminar por esos precipicios —que diría Lenin— para lograr interpelar a la ciudadanía. Se logra pasar la censura del espectáculo y transmitir el mensaje político. El resultado de esto fue que se abrió un debate mediático paralelo sobre las dificultades impuestas a las mujeres que tienen hijos o hijas, y a su vez son blancos de críticas por parte de quienes deciden sobre sus cuerpos y conductas. El odio de clase hacia el “diputado rastafari” hizo que se utilizase la metáfora de esa supuesta suciedad para señalar lo que realmente ensucia la política: la corrupción de quienes venden nuestro país a cachos y dejan en la calle a miles de personas sin recursos. En realidad, toda institución cooptada por el régimen se ha convertido en un show donde la política adopta formas de espectáculo, un síntoma de quién lleva décadas ejerciendo el poder impunemente.

pasar de página

Ciertamente, es complicado hacer nueva política, pero con estos ejemplos y otros tantos parece que se está consiguiendo. Junto a estas formas de ganar posiciones no faltan los guardianes del la pureza en sus templos diciendo que eso es ir a rebufo del régimen; habrá quienes dirán que a la gente se la interpela con libros de Marx, cortejos o lenguajes que no conectan con las pasiones populares, siendo estas el motor último de las transformaciones sociales emancipatorias. Respetables estrategias políticas, pero lamentablemente improductivas. He comenzado este texto con cierta tristeza por lo dura que es la existencia en sí y lo insufrible que es cuando lo bueno que hay en ella es arrebatado por las minorías privilegiadas hasta conseguir que el dominio sea consenso. Es por ello que no podemos perder el tiempo en lo deseable, sino en el hacer y la lectura rigurosa de los ritmos y movimientos de aliados y enemigos. Nos jugamos tanto que el fracaso no es una opción; el éxito no está garantizado, pero dudar por nuestras pasiones personales seguirá retrasando el cambio y apuntalando a los poderosos. La realidad no espera, por eso tenemos que ganar.

Otro aspecto que me gustaría apuntar es la necesidad de concebir el conjunto de los cambios, las luchas, las victorias y las derrotas, como un proceso que no tienen fechas predeterminadas de comienzo, mucho menos de final; constituyen un proceso, o varios procesos, en los que la tensión no se corta, sino que se aprovecha en función de una clase social u otra, con la infinidad de particularidades espacio-temporales de cada territorio y cada generación, y donde los intelectuales orgánicos tienen esa imperiosa labor de generar un pensamiento que interpele y aglutine a la mayoría social de su campo de actuación. Es una cuestión, como decía Gramsci, de saber, pero también de comprender y sentir al elemento popular. Nuestros intelectuales, en sintonía con la organización política, son el combustible del tren de la vida, conducido y habitado por las gentes que ya no aguantan más bajo las mordazas, y cuya instrucción depende de los cuadros que se desviven por hacer del mundo un lugar habitable, más feliz, y sin esclavitud de ningún tipo.

Ha pasado un tiempo desde que la luz del faro que construyó la Rusia de 1917 se apagó, y hace no tanto que dicho faro fue derribado por quienes la fundieron. Las certezas del mundo socialista fueron borradas del imaginario; estamos a tiempo de escribir las nuestras para construir otro mundo con lo mejor que nos brindó el pasado y desterrando lo que lo lastró, y para que los enemigos de la libertad no vuelvan a apoderarse de la maquinaria y con ella apresar la libertad, la justicia y la existencia digna de los seres que habitamos la Tierra. Ya hemos visto lo que nos trae la barbarie, pero la gente necesita ser escuchada y vinculada a los procesos para salir del fango, necesitamos el ejército ciudadano para librar todas las batallas que surjan. La democracia, como leí a Paco Fernández Buey, es un proceso en construcción; con estrategia y voluntad, el camino será más transitable. Nunca en la historia del régimen del 78 el término ‘Podemos’ había cobrado tanta necesidad y sentido como ahora, sólo nos queda llenarlo de todas las personas que quieren romper las cadenas.