De «La noche ardida»
Se me caen de las manos las palabras,
el sentido, la vida,
esta tarde de marzo en que las cosas
se muestran como ajenas,
sin aroma ni flor,
sin poros y sin fondo
ni caridad ni amparo. Yo camino
descabalado y zurdo
junto a un río que solamente es río,
bajo un cielo que no me corresponde,
entre piedras y álamos
que apenas si son álamos y piedras.
Los signos ¿dónde han ido?
El aire se enrarece y lentamente
se me enturbian los gestos en las aguas
de un mundo enmudecido.
Ya de regreso en casa me detengo
junto a la puerta.
Escucho.
Un vacío sin ecos me conforma.