La generación sin memoria propia

Pertenezco a una generación sin memoria, la primera de todas las que llegaron después.
Sin memoria propia. Nací en los’70.
Amnésicos por elección, propietarios del conocimiento de otros, una generación que ha crecido escuchando sobre una guerra que aunque nos coge de lejos aún duele, porque nos han enseñado a que sea así.
Hemos crecido según el color de nuestra casa (No se puede negar, desgraciadamente, sólo existen dos colores en este país)
Si tu familia era de izquierdas, has crecido sabiendo que en vuestro hogar primero negaban vuestros muertos, a sabiendas de que llorarlos fuera de casa suponía exponer a la familia.
Después durante la transición venerándolos, aquellos que murieron y lucharon por sus creencias, pudiendo mostrar con la cabeza alta las pérdidas, llorando muertos que sólo habitaban en muchos casos en las memorias de los más grandes, y que no por eso dejaron de ser propios, familiares, parte…
Después peleando por desenterrarlos, y devolverles así la dignidad. La suya y la nuestra, la memoria de la sangre derramada.

O bien a la inversa, si la familia era afín al régimen aun recuerdan como admirabais a vuestros héroes de guerra, aguerridos mártires a manos de los rojos, muertos inocentes de las creencias.
Negándolos en los albores de la democracia, donde los franquistas eran los mal vistos, reinventándose como demócratas y conciliadores en la transición.
Pretendiendo que permanezcan enterrados los muertos de otros.
Para qué remover fantasmas del pasado, si no duelen a todos por igual? Si no merecen el mismo respeto?

Hemos crecido escuchando sobre el hambre en la guerra, aquel:
-Si supieses lo que es hambre te lo comerías todo!
Sobre bombardeos y desaparecidos, sobre injusticia social.
Sobre pantanos y viviendas sociales.
Escuchando sobre la suerte de tenerlo todo, porque ellos no habían tenido nada.
La guerra, y la postguerra, las colas en la carnicería, o las cartillas de racionamiento, esos cazadores que dejaron sin conejos los campos de alrededor de las ciudades.
Aunque nuestros padres la pasaran de lejos, o solamente fuese la memoria familiar la que han conocido. Pero la sentían como propia. Y nosotros heredamos su sentir.

Hemos crecido creyéndonos las historias que escuchábamos sin plantearnos nada más, creciendo ajenos y disfrutando los frutos y las riquezas de un país que ha seguido caminando pese a todo. Y aunque a la cola de otros, orgulloso de los pasos, pero en silencio, no vaya a ser que el orgullo patrio se vea y parezcas lo que no eres.
Y sin embargo esa memoria, que no es nuestra no ha borrado la capacidad de entendernos como nación. Pero sólo si hay fútbol…
Huimos de banderas e himnos, y cualquier mención patriota nos chirría y avergüenza.

Y es que seguimos creyendo en nuestro país que las guerras son de buenos y malos, de blancos y negros, de rojos y azules. Tal es nuestra inmadurez emocional como nación.
Nos han vendido una historia tergiversada según la voz.
A veces recrudecida por el dolor de las pérdidas y los agravios, otras veces suavizada para justificar las tropelías. Da igual el bando. Ambos.
Somos la primera generación que sin haber sufrido la guerra, y apenas ser conscientes de la transición por vivirla desde los ojos infantiles, hemos crecido odiando al bando contrario sin conocerlo ni mediar ofensa.
Somos los herederos de los odios ajenos.
Los hijos de aquellos niños que obligaron a sentarse juntos en clase y a darse la mano después de la pelea, que aunque fuera del colegio no se hablaban, llegaron a la adolescencia conociéndose íntimamente. Hombro a hombro.
Hemos crecido con instrucciones exactas de a quien amar y a quien odiar, y aunque nos hemos creído desligados, pagamos hoy la falta de memoria objetiva.
Pagamos el desconocimiento de una historia real, en la que nos han enseñado a luchar con los elementos, sin entender las consecuencias.

Vivimos en una sociedad donde la religión está mal vista, y parece propiedad de unos pocos, que pone etiquetas.
Donde el patriotismo o el simple orgullo de nuestras conquistas es símbolo inequívoco de incívico y déspota.
Donde la educación aún creemos que es derecho sólo de unos pocos.

Hemos crecido creyendo a pies juntillas que la historia por el hecho de conocerla no se repetiría sin caer en la cuenta de que la conocemos parcial y sesgadamente.
Somos los herederos a los que les sangran los ojos cada vez que vemos las imágenes de guerras fratricidas en la televisión, que nos parecen horrendas y gores porque nos han negado la realidad de nuestra historia, nos han negado que todos los buenos y los malos mataron, violaron, se encarnizaron.
Nos han mentido, vendiéndonos una contienda de perdedores y ganadores, sin contarnos que en ambos bandos hubo muchos que no pudieron elegir.

Y hoy somos esto, una generación manipulable, que ve como zozobra un país durante años a manos del egoísmo, la corrupción, y la impunidad de unos y otros y seguimos con la cabeza baja permitiéndolo.
Como los niños amaestrados que seguimos siendo.

Y nos contentamos con un voto, que regalamos en muchos casos a las ideas que nos tatuaron en nuestra memoria desde pequeños, y otras veces cambiamos de bando para castigar a los que nos las inculcaron, o nos abstenemos fruto de darnos cuenta de la tristeza que supone la cultura colectiva impuesta.

Luchando sin luchar, porque la única lucha posible es cambiar el paradigma, dejar de creernos los cuentos, los bandos, los colores, y creer en un futuro de un país singular, abierto, donde la convivencia no esconda los dolores heredados.
Donde los muertos, los de todos salgan a la luz, y desde su memoria veamos mas buenos a los malos y mas malos a los buenos.
Y desde ese punto marchemos pudiéndonos mirar a los ojos, y cerrando las heridas que nunca debieron ser nuestras.
Yo no quiero ser la generación amnésica, quiero ser parte de la generación que fue el motor del cambio.
Pero un cambio real, el de las personas, que miran al frente con orgullo y deciden caminar.




Turquía afronta las elecciones anticipadas en medio de un clima de guerra civil

Guerrilleros kurdos en las montañas

Publicado en Cuartopoder

Cuando el 24 de junio Turquía anunció su campaña para acabar con la amenaza terrorista el país vivía una relativa normalidad, estando todavía abierta, aunque “in extremis”, la vía del diálogo para resolver el grave problema kurdo. Sin embargo, en solo un mes y debido a las sucesivas oleadas de bombardeos aéreos contra el PKK, el conflicto kurdo se ha reactivado en toda su magnitud, llevando al tercio suroriental del país a un clima bélico sin precedentes y surgiendo, incluso, los primeros brotes de guerra civil.

Según las cifras facilitadas por las autoridades, unos 800 miembros del PKK habrían muerto durante las operaciones militares llevadas a cabo durante este mes, reconociendo en torno a 60 bajas en sus filas; para el PKK, las cifras son muy distintas: 266 soldados y 42 guerrilleros muertos. A ellos habría que sumar varias decenas de civiles, lo cual, incluso admitiendo que ambas partes inflan exageradamente las bajas del enemigo y minimizan las propias, llevaría a una cifra de varios cientos de víctimas mortales, tal vez entre 600 y 700.

De acuerdo con distintas fuentes, en este periodo se habrían producido más de 150 incidentes armados y una treintena de controles en las carreteras por comandos del PKK, a veces de varias horas de duración. La mayor parte de estos enfrentamientos ocurren en las provincias fronterizas con Irak, próximas a las principales bases del PKK, donde el Gobierno focaliza la amenaza exterior. Sin embargo, muchos otros se han registrado en provincias del centro y noreste de la Anatolia, a 400, 500 y hasta 600 kilómetros de la frontera iraquí.

También se han vuelto a implantar las zonas militarizadas ahora en aplicación de la Ley 2565, que, sustituyendo a la extinta OHAL (Región bajo Estado de Emergencia), autoriza al Ejército a restringir la entrada de personas, vehículos y suministros en estos lugares. En total, se habrían instaurado como mínimo un centenar de ellas en quince provincias, prácticamente todas en la región del Kurdistán.

Se trata, por lo tanto, de una situación muy semejante a la de comienzos de los años 90, es decir, al periodo más duro del conflicto kurdo. Como entonces, ha vuelto a aparecer el fantasma de la destrucción de pueblos y del éxodo de sus habitantes, aventurando el diario Zaman la cifra de 100.000 refugiados.

El mapa muestra la extensión del conflicto bélico en las zonas kurdas de Turquía. / Por Manuel Martorell

La principal diferencia entre los años 90 y la actual situación estriba en que la población de varias ciudades se ha unido a la insurrección armada levantando barricadas, cavando trincheras y formando milicias urbanas para impedir la entrada del Ejército. Algunas de las imágenes difundidas muestran situaciones que se podrían considerar los prolegómenos de una guerra civil. Paralelamente, ayuntamientos en manos del pro-kurdo HDP están proclamando el autogobierno municipal y rechazan explícitamente la autoridad del Estado, por lo que el Gobierno ha abierto una investigación a un centenar de municipios para comprobar si sus alcaldes están colaborando con la guerrilla urbana. Varios de ellos, incluidos algunos de ciudades importantes, como Diyarbakir, Batman, Silvan o Yuksekova, ya han sido detenidos.

Erdogán tenía la esperanza de que, con esta ofensiva, el PKK quedara militar y políticamente debilitado al responsabilizar de la escalada de violencia al HDP, considerado su brazo político y que, al perder apoyo popular, quedaría fuera del Parlamento en las elecciones anticipadas del 1 de noviembre, recuperando así el gubernamental AKP la mayoría necesaria para modificar la Constitución e instaurar un régimen presidencialista.

Sorprendentemente, está sucediendo lo contrario. El elevado número de acciones armadas del PKK, el control de carreteras y la aparición de las milicias urbanas en amplias zonas del sureste indican que los bombardeos contra sus bases en Irak no han servido para nada.

De hacer caso a las cifras oficiales de guerrilleros muertos –más de 800-, atendiendo a la diversidad y extensión de las acciones del PKK y teniendo en cuenta que también tiene cientos de combatientes en distintos frentes de Siria e Irak luchando contra el Estado Islámico, habría que concluir que el PKK sigue contando con miles de guerrilleros, además de millones de votos y el control político de las principales ciudades del sureste de Turquía.

Respecto al HDP, parece que el presidente Tayip Erdogán también se ha equivocado en sus previsiones. Las últimas encuestas realizadas por los institutos de opinión MetroPoll y Gezici no solo indican que no bajaría del 10 por ciento de los votos sino que experimentaría una significativa subida, pudiendo convertirse en la tercera fuerza parlamentaria si las elecciones anticipadas se celebraran hoy en vez del 1 de noviembre.

De acuerdo con estos sondeos, el gubernamental AKP apenas subiría o en todo caso bajaría en intención de voto, mientras el socialdemócrata CHP subiría ligeramente y los ultranacionalistas del MHP sufrirían un pequeños retroceso; es decir que todo se quedaría prácticamente tal y como ahora. De ocurrir esto el 1 de noviembre, Erdogán volvería a quedar en evidencia ya que habría provocado un verdadero baño de sangre para nada.

Todas las organizaciones políticas hablan de una peligrosa situación que puede llevar a la guerra civil. El MHP ha pedido formalmente que se declare la ley marcial en todo el país. El propio Gobierno acepta implícitamente la gravedad del momento al lanzar la consigna de “yo o el caos” y noventa organizaciones han formado el llamado Bloque de la Paz para movilizar a la población contra la guerra y evitar que Turquía se precipite al abismo.

Incluso dentro del Ejército han surgido voces responsabilizando al Gobierno de lo que está ocurriendo. En varios funerales de militares muertos en combates con el PKK, los representantes de Erdogán han sido abucheados y atacados. En Bursa, el ministro de Salud, que había declarado que todo esto no ocurriría con un sistema presidencialista, tuvo que refugiarse en un edificio gubernamental mientras los familiares le preguntaban cuántos muertos eran necesarios para alcanzar el ansiado sistema presidencial.

Pero el incidente que ha tenido una mayor proyección mediática ha sido el protagonizado por el teniente coronel Mehmet Alkan, quien, uniformado y tras llorar abrazado al féretro de su hermano menor, Alí (32 años), se negó a que el funeral se celebrara con presencia gubernamental. En medio de una impresionante multitud, tal y como se puede ver en los vídeos difundidos, y después de ver cómo uno de sus allegados era silenciado a la fuerza, se abrió paso hasta el ataúd y, desencajado, comenzó a despotricar contra el Gobierno, preguntando por qué quienes hasta hace poco hablaban de paz ahora pedían “guerra hasta el final”. “¿Quién es realmente el asesino?”, gritó dirigiéndose expresamente a quienes viven confortablemente en el nuevo y lujoso palacio de Erdogán.




Ecos del pasado

Y ahí estaba yo, una vez más, mirando al mar pensando en todo lo ocurrido, no podía parar de preguntarme si podía haber cambiado lo que pasó, pero la cruda realidad es que ocurrió…

Unas horas antes

Era un día soleado, los pájaros cantaban y la gente parecía olvidar los males de esta guerra que está enfrentando a amigos, hermanos…. pero a mí me resulta difícil olvidarla, mi prometido partió hace dos meses con la columna anarcosindicalista de Durruti desde Barcelona, llevaba sin saber de él más de dos semanas y temía lo peor.

Acababa de llegar el cartero, me trajo una carta de Caspe, mi pulso temblaba como cuando me cogío de la mano por primera vez, mis ojos lloraban como cuando abrazé el cuerpo moribundo de mi padre en la revolución de hace dos años, abrí entre sollozos aquella maldita carta que cambiaría mi vida para siempre.

“Querida Amanda, eres lo más importante de mi vida, jamás podré olvidar el día en el que te conocí, llevabas ese vestido azul que tanto me gusta junto a esa sonrisa maravillosa que sólo tú tienes, iluminabas la escena con tu belleza, pero no fue eso lo que consiguió que me enamorase de ti, fue tu personalidad afable,bondadosa y empática lo que me cautivó.

Fueron muchos los momentos en los que quise gritar a los cuatro vientos que te quería y que quería pasar el resto de mis días contigo, pero no lo hice, temía asustarte. Hoy, más que nunca, quiero reafirmar el amor que proceso por ti y que transcenderá incluso después de mi muerte.

Hoy, hemos iniciado la ofensiva para obtener Caspe para la revolución, no es tan fácil como dicen apuntar con tu rifle a una persona y disparar. Hoy han caído diez soldados enemigos bajo mi fusil, sé que esto jamás se me olvidará y me atormentará incluso después de mi defunción.

Te escribo esta carta en medio de la batalla, me han herido en el fragor en el hombro izquierdo, el médico me ha dicho que no sobreviviré a mañana, cariño, tienes que ser fuerte, sé que es duro pero recuerda que yo siempre te amaré…

Siempre tuyo, Justo”

Supe que era el momento, sabía que este día llegaría, pero jamás imaginé que llegaría tan pronto. Me acerqué a la ventana, allí es donde siempre me desahogo, entre lágrimas y sollozos un sentimiento muy profundo se desató en mí, un sentimiento de ira, pero también de justicia y meditándolo llevo desde hace unas horas, pero no, no voy a dudar más, voy a ser fuerte.

Me dirijo a coger el fusil que guardamos en la buhardilla, voy a luchar, no voy a temer nada pues nada me queda, nos lo han arrebatado todo, es hora de combatir y no agachar la cabeza como antaño, es hora de romper las cadenas, es nuestra hora.

FIN




El terrorismo franquista en el monte de Estépar (Burgos)

En julio de 2014 se procedió a la exhumación de las fosas comunes del monte de Estépar (Burgos), después de varios años de trabajo recopilando testimonios orales de familiares de las víctimas que se presupone fueron asesinadas en el monte, entrevistas a vecinos de la comarca y consulta de archivos de carácter civil y militar.

Se piensa que en el monte de Estépar y alrededores puede haber entre 300 y 400 víctimas. Se lograron descubrir 60 cuerpos en las tres fosas excavadas, algunos cuerpos parece que estuvieran atados, en otra fosa no, recibieron tiro de bala, unos de fusil y otros de pistola, apareciendo la mayoría de los cuerpos con el cráneo fracturado, con orificio del impacto de los proyectiles.

Este breve reportaje es un resumen de los trabajos de exhumación de las fosas comunes realizado y el posterior homenaje rendido por familiares de los asesinados, personas y colectivos que se acercaron a estas fosas.

Está previsto que el día 1 de abril comiencen las obras de exhumación de otra fosa que quedó pendiente. Todos los trabajos que realizados carecen del apoyo económico de las instituciones, gobierno estatal, regional y diputación.Han sido financiados a través de una campaña crowdfunding

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Fuente




Claves para entender el conflicto en Ucrania

Estamos acostumbrados a la amnesia. Nuestra sociedad “líquida”, basada en la insatisfacción constante del consumo, no nos ha permitido comprender la necesidad de indagar en las raíces de nuestra situación, y de valorar la importancia de la Historia para buscar alternativas o simplemente para tener empatía con los problemas ajenos. Los tópicos nos invaden, la propaganda es más eficiente que nunca, y la incapacidad o desgana en contrastar las informaciones, nos llevan a creer a cualquiera con los medios suficientes para difundir las líneas editoriales de los grandes grupos de poder nacional e internacional. Digo esto ante la ceremonia de confusión con que nos regalan todos los días los medios de comunicación en relación a los conflictos de Ucrania y Oriente Medio, en los que la carga de intereses políticos y económicos en juego no permite encontrar análisis con un mínimo de objetividad crítica. Últimamente, sólo el historiador Inmanuel Wallerstein ha hecho una valoración global de la situación, en la que ambos conflictos se unen como en un gran tablero de ajedrez, permitiendo entender cómo esto no es más que la continuación del gran juego por el control mundial de los recursos que se inició mucho tiempo atrás, y que ahora se ha agudizado con la crisis económica global: En Rusia hoy, casi todos a lo ancho del espectro político consideran que Occidente, y Estados Unidos en particular, ha conspirado con algunos otros –principalmente Arabia Saudita e Israel– para castigar a Rusia por sus acciones y supuestas fechorías al emprender lo que los rusos consideran como legítima defensa de sus intereses nacionales. El debate se centra primordialmente en Ucrania, pero incluye también, en menor grado, a Siria e Irán” (“Rusia y el sistema mundo hoy”, La Jornada, México, 8 de febrero de 2015). Pero vamos a centrarnos en el tema de Ucrania, y sobre todo en cómo se han aprovechado las tensiones históricas ya existentes para hacer explotar el conflicto.

Mis recuerdos de Rusia me llevan a dos viajes que hice a la Unión Soviética de 1990. ¿Quién iba a decir entonces que sus días estaban contados? Tuve ocasión de constatar las enormes tensiones nacionalistas en las regiones bálticas y la existencia de una dominación prácticamente colonial de las repúblicas centroasiáticas. La “nomenklatura” del Partido Comunista acaparaba el control de todo el entramado económico, lo que les permitió después repartirse las grandes empresas públicas, organizando el sistema mafioso del período Yeltsin, y preparando el camino al actual régimen autoritario de Putin. Queda por hacer un serio estudio de las terribles consecuencias que para la población rusa tuvo la apresurada privatización, o más bien robo, de todos los servicios públicos del país, que condujo a la miseria y a la disminución de la esperanza de vida de la mayoría, mientras una minoría de oligarcas se hacía con toda la riqueza. No sólo Rusia sufrió el trastorno socio-económico del hundimiento del sistema soviético. En todas las repúblicas resultantes del desmembramiento del país se produjo el mismo resultado, agravado por los conflictos étnicos y fronterizos entre ellas, especialmente en el Cáucaso. La guerra de Chechenia nos dejó las imágenes más impactantes del horror que supusieron las consecuencias de la descomposición de ese mundo.

En 1991, cuando, tras el fracaso del golpe de Estado contra Gorbachov, el Sóviet Supremo de Ucrania proclamó la independencia del país, las esperanzas estaban puestas en las posibilidades democráticas de un Estado alejado del poder de Moscú. Pero desde entonces Ucrania ha estado profundamente dividida entre sus relaciones con Rusia por un lado, y con Europa por otro. Supongo que en la memoria colectiva del pueblo ucraniano estaba el genocidio producido por la política estalinista de colectivización, el “Holodomor”, que durante los años 30 produjo más de diez millones de muertos, y cuya historia no ha sido suficientemente contada. El periodista polaco Ryszard Kapuscinski recogió informaciones y testimonios desgarradores de supervivientes de aquella tragedia en su libro “El Imperio” (1993):

El campesino Vasili Luchko vivía con su mujer Oksana, una hija de once años y dos hijos varones, de seis y cuatro. Oksana, una mujer emprendedora, solía viajar a Poltava en busca de comida. Un día, un vecino de Vasili viene a verlo y ve que el cuerpo del hijo mayor cuelga del marco de la puerta.

–       ¿Qué has hecho, Vasili?

–       He ahorcado al chico.

–       ¿Y dónde está el otro?

–       En la despensa; lo ahorqué ayer.

–       ¿Por qué lo hiciste?

–       No hay nada para comer. Cuando Oksana trae pan, se lo da todo a los niños. Pero esta vez, cuando lo traiga, a mí también me dejará comer un poco…

Eran terribles las tragedias que se vivían cuando los que iban a otras regiones en busca de comida, a la vuelta, no encontraban a nadie con vida. El campo vivía bajo el dominio de la muerte… /… A mediados de los años treinta, la situación de la población rural llegó a ser tan desesperada que se consideraba afortunado el que daba con sus huesos en la cárcel: allí por lo menos le daban un trozo de pan”.

“De muy diversas maneras explican los historiadores el genocidio cometido en Ucrania. Los rusos ven en él un instrumento con el que se quería destruir la sociedad tradicional para construir en su lugar una masa informe, sumisa y cuasiesclava. Los historiadores ucranianos opinan que el objetivo de Stalin no era otro que salvar el Imperio. El Imperio no podía existir sin Ucrania…”

Una delegación del Sóviet Supremo de Rusia y de la URSS viajó a Kiev a finales de agosto de 1991 para tratar de convencer a sus camaradas ucranianos de que reconsideraran su decisión sobre la secesión. Aún quedaba en el aire el espinoso asunto de Crimea, la península del mar Negro donde se halla amarrada lo mejor de la flota de guerra rusa, y clave para la salida al Mediterráneo, un objetivo largamente perseguido por todos los gobiernos rusos desde Catalina la Grande, y cuyo dominio produjo una de las guerras más crueles del siglo XIX contra las grandes potencias europeas, que veían en el expansionismo ruso en esa región un peligro para sus intereses. El pasado y el presente se unen aquí. Los puntos débiles de la estrategia militar rusa quedaban al descubierto con la independencia de Ucrania, cuya población basculaba entre Oriente y Occidente. Los sucesivos gobiernos que ha tenido el país desde entonces han mostrado igualmente esta disyuntiva. Durante la década de los noventa las condiciones socio-económicas sufrieron el mismo descenso en cuanto al nivel de vida de la población y se vivió la misma concentración del poder en manos de la antigua “nomenklatura” soviética y de oportunistas especuladores que en Rusia, con un aumento generalizado del mercado negro, una corrupción rampante, y un autoritarismo político tan fuerte que el presidente Leonid Kuchma (1994-2005) fue declarado como uno de los mayores enemigos de la Prensa por el Comité para la Protección de los Periodistas en 2001. La oposición le acusó de estar relacionado con el asesinato del periodista Georgiy Gongadze, lo que motivó la primera gran protesta ciudadana contra su gobierno entre 2000 y 2001. A partir de aquí, las fuerzas políticas ucranianas han estado profundamente divididas, ya que Kuchma y su sucesor, Yanukóvich, no ocultaban sus posiciones pro rusas, mientras sus opositores, representados por Viktor Yúshchenko y Yulia Timoshenko, veían en la Unión Europea un aliado para lograr cambios políticos y sociales más cercanos a Occidente y al liberalismo económico.

Esto explica la “Revolución Naranja” de 2004, antecedente de los acontecimientos del “Maidán” de 2014. Las causas son similares en ambos casos (acusación de fraude electoral, denuncias de autoritarismo y represión, corrupción y desvío de fondos públicos, …), aunque con resultados bien distintos. En el caso de la “Revolución Naranja”, la transición política fue pacífica, y durante los años que mediaron entre ambos acontecimientos se turnaron en el poder gobiernos de uno y otro signo (no sin tensiones con Rusia a causa del suministro de gas, usado como instrumento de presión por parte de Putin para influir en la política ucraniana), hasta que en 2014 entran en juego grupos de extrema derecha, de clara inspiración nazi, que fuerzan un giro violento a las manifestaciones de protesta contra el presidente Yanukóvich, que unos meses antes había rechazado un acuerdo de asociación con la Unión Europea, y había decretado duras leyes represivas contra los manifestantes. Estos grupos llegaron a ocupar el Ministerio de Justicia y a secuestrar a funcionarios públicos, elevando la tensión hasta generar disturbios que dejaron casi 200 muertos en febrero de 2014. A partir de aquí, la cadena de acontecimientos no ha hecho sino acrecentar el nivel de violencia y enfrentamiento entre las dos tendencias políticas del país, acusando la diferencias geográficas y étnicas entre las zonas habitadas por población de origen ruso y el resto. Por supuesto, la posición de Rusia y el gobierno de Putin quedó en entredicho, al acoger primero al exiliado ex presidente Yanukóvich, depuesto por el nuevo parlamento de Kiev, y al proteger sus intereses en la península de Crimea después, ocupando y anexionando el territorio de hecho.

La presencia en las protestas del Maidán de representantes políticos de la Unión Europea, como la comisaria de exteriores, Catherine Ashton, y del secretario de Estado norteamericano, John Kerry, hicieron pensar no sólo en un apoyo explícito de Occidente a los cambios producidos por la violencia de las manifestaciones contra el gobierno pro ruso de Yanukóvich, sino también en su participación directa en el proceso que llevó al “golpe de Estado” que obligó a huir al presidente Yanukóvich, ante la forzada disolución del Parlamento y del gobierno. Esto convirtió a la crisis ucraniana en un asunto internacional: Rusia se vio directamente atacada, no ya por fuerzas ucranianas internas, sino por toda la fuerza mediática de la Unión Europea y Estados Unidos. Poco después de la anexión de Crimea a Rusia, comenzaron las sanciones económicas y el aislamiento político al régimen de Putin, que reaccionó firmando acuerdos bilaterales con China y reuniéndose con los representantes de los países emergentes (BRICS: Brasil, India, China y Sudáfrica) para intentar contrarrestar la influencia occidental, y crear un nuevo bloque económico alternativo, al tiempo que se mejoraban relaciones con países latinoamericanos como Argentina o Venezuela, y se reiniciaba la cooperación nuclear con Irán.

La violencia en Ucrania no ha parado de crecer. Las zonas rusófonas del Este del país (Donetsk y Lugansk) se autoproclamaron repúblicas independientes, y, aunque Rusia no lo ha reconocido nunca, han contado con apoyo suficiente como para resistir e incluso ganar hasta ahora la guerra abierta que desde hace casi un año se desarrolla en su territorio, en lo que es ya una auténtica guerra civil. Parece que tras las últimas victorias militares de los separatistas contra el gobierno del nuevo presidente ucraniano, Petró Poroshenko, han obligado a realizar negociaciones de paz en Minsk, capital de Bielorrusia, en la que han participado, además de Rusia y Ucrania, representantes de Francia, Alemania y Estados Unidos, que no han parado de elevar el tono contra Rusia hasta caldear el ambiente en una situación que muchos ya califican de una “nueva Guerra Fría”. Hay quien dice que la bajada espectacular del precio del petróleo no es sino una estrategia para debilitar al bloque ruso. No obstante, en un entorno de crisis global, este conflicto más bien parece una huida hacia delante por parte de las economías occidentales, que utilizan a Ucrania como ariete para someter las ambiciones de Rusia, y controlar su mercado y sus recursos. Por parte de Rusia, también se ve como una oportunidad para “recuperar” el terreno y la influencia perdidas tras la disolución de la Unión Soviética, que, en el fondo, no fue al final sino una experiencia imperial más con claros tintes nacionalistas. La imagen de Putin está en juego en esta historia, sobre todo en un momento en el que, entre las pérdidas económicas por la bajada del precio del petróleo y los efectos de las sanciones, la población rusa podría sufrir las consecuencias. En todo caso, es la gente común la que siempre acaba pagando los platos rotos. Y Ucrania vuelve a vivir uno de los peores momentos de su historia.