Junjuma Collection Number 1

Fotografía: El artista junto al lienzo.

 

El artista transdisciplinar Víctor Atobas (Burgos, 1990) inicia su aventura en la pintura con la obra Junjuma Collection Number 1, un collage realizado tras pintar digitalmente sobre la imagen del lienzo, inaugurando así una serie que lleva su trabajo –acerca del impulso utópico y la creación de otras formas de sentir–, hasta la pintura, incluyendo también la literatura, la filosofía y el arte del videojuego, en un proyecto de cariz experimental.

 

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Imagen: Versión para redes sociales

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Datos de la obra:

Autor: Víctor Atobas
Título: Junjuma Collection Number 1
Colección: Junjuma Collection
Año: 2023
Formato de la imagen: PNG (4392×2765 px)
Ejemplares: NFT de obra única
Precio: 0.1 ETH (aproximadamente: 220€)
Técnica: Collage de pintura digital realizado a partir de pintura tradicional.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 




El artista disuelto

El cartel de la exposición mostraba de fondo una obra del artista; un túnel infernal atravesando la boca de un ser celeste, suspendido en los astros; pinceladas gruesas, lentas y coloridas, rellenos de contornos refulgentes que contrastaban con lo apagado de los ojos de ese rostro maligno, que todo parecía engullirlo; el túnel atravesando la boca y rompiéndola, pues más adelante el camino quebraba en rayos y diamantes de toques enloquecidos y pinceladas estridentes, acabando en la nada que imbuía la pieza, al óleo y a la venta en exposición.

Ezequiel Mosquera casi había terminado de colgar todos los cuadros, y pensó que la colección se hallaba incompleta. Su arte nunca había vuelto a alcanzar las cuotas de su época álgida, más fresca, joven y original; como si el volver a la memoria le fuera ya demasiado trabajoso, y tan sólo aprovechara las escenas oníricas para exponerlas y venderlas, a la manera de un mercader de baratillo. Se había puesto unos viejos vaqueros, negros y raídos, una camisa mal planchada y encima una chaqueta de avezado profesor de arte, con coderas de cuero y quemaduras de cigarrillo en las solapas. Mostraba el síndrome de las personas que padecen insomnio, el cansancio le impedía prestar atención a lo que iba haciendo durante un tiempo prolongado.

Al principio se concentró, aquella tarde aciaga y terrible de septiembre, en que los cuadros quedaran en la posición más adecuada. Pero después de un rato de trabajo, Ezequiel, que era un hombre que ese día de septiembre cumplía 55 años; natural de Burgos y con ascendencia gallega, para más señas, estuvo pensando en que no tenía por qué estar deprimido en su cumpleaños y dejó de colocar los cuadros. ¿Acaso no había él logrado, durante los años dorados en que había residido en Barcelona, que su arte fuera reconocido en España? ¿Y qué había de sus exposiciones en Lisboa, París, Sídney? ¿Qué quedaba de sus sueños pintados, estarían colgando en los hoteles de Nueva York, quizás en suites de lujo? ¿Cuántas ciudades le quedaban por conquistar, y sobe todo… por qué había tenido que volver a su gris y triste ciudad para una exposición sin importancia?

Luego de un rato cayó en la cuenta de que debía apurarse para terminar de ultimar los detalles. Recordó la promesa de retirarse si llegaba a hacer fracasar su arte, en el sentido de que lo estaba traicionando con sus obras más recientes y, por tanto, había que cambiar o retirarse. La promesa que se había hecho a sí mismo parecía una mentira carcomiéndole las entrañas, la frustración hirviéndole de dolor, pues no se veía capaz de dejar la escena, de crear y exponer sus obras al público. Además, tampoco el bolsillo aguantaría una retirada prolongada. Ezequiel había ido tirando con el oficio tan duro del artista, pero la cotización de su pintura había bajado en el mercado hasta límites insospechados, y ya muy pocos pagaban dos o tres mil euros por sus creaciones, cuando en los buenos tiempos había sacado un pastizal a un par de hoteles de Nueva York. Pero los buenos tiempos se habían esfumado y había que pagar las facturas.

Retirarse un tiempo era lo que, en realidad, deseaba Ezequiel. Olvidarse de la presión constante a la que le sometía la creación; para no entregarse a la frustración, sublimada su energía en la pintura como una barrera que no podía destruir. No estaba preparado para dejar su trabajo, puesto que su obra fluía como su vida y no podía detenerse. Terminó los últimos detalles, y los cuadros quedaron colocados a su gusto.

La galerista, Amaltea García, había ido colocando las lámparas, las luces y los focos, mientras recibía las llamadas de la prensa y trataba de que el voltaje de la sala no se sobrepasara. Era una mujer de mediana edad, menor que Ezequiel; morena, algo enérgica y nerviosa, menuda, con la piel tersa, suave y blanquecina, vestía un vestido negro de cuellos alzados y escote generoso que le daba un aspecto sexy. Había adquirido la galería, que llevaba su nombre, después de haber fracasado con una academia de bellas artes que también se llamaba como ella, pero que resultaba demasiada cara y elitista para la mayoría de las familias de la ciudad. Así que ahora la mujer se cuidaba de elegir bien a los artistas y los precios, habiendo elegido a Ezequiel y su arte por su popularidad como complemento idóneo para las ferias de decoración que había entonces en la ciudad.

Amaltea fue la encarga de los recibimientos, sobre todo llegaba gente de las ferias; matrimonios, coleccionistas de segunda categoría y curiosos, así como algún crítico de arte de revistas sin tirada. Ezequiel se había escondido en los polvorientos almacenes, entre algunos de sus cuadros que no iban exponerse en aquella ocasión. Fumó un cigarrillo y trató de serenarse. Vio su cuadro La gigante eléctrica apoyado en la pared; lo cogió, poniéndolo recto y admirando la ciborg: rostro metálico y miembros rectos e inexpresivos, el enfoque desde abajo como entregándole todo el poder. Había pintado la cintura de la mujer como el anillo de un planeta dorado, y luces despedidas hacia el pecho de la ciborg, remarcando su posición de dominio. Pensó en los errores que había cometido mientras se enfrentaba al lienzo, y se maldijo por no haber planeado con más exactitud los bocetos previos. Él veía pinceladas desentonando y formas imprecisas por doquier; una escena inanimada, cuando él había pretendido dar movimiento a la cintura de la ciborg y más humanidad a su pose. De todas formas, la edad le había ayudado a comprender que las cosas no sólo no ocurrían como deseaba, sino que podía esperar lo peor.

Al fin, reunió los ánimos necesarios y salió del almacén. Se dirigió a la sala, donde esperaba la galerista.

— ¡Y ahora, por supuesto, el artista nos presentará la colección! — gritó Amaltea, que le dedicó una furiosa mirada— ¿Dónde has estado, idiota? — le susurró
— … — Ezequiel se quedó en blanco—
— ¿Estás listo?
— Sí… gracias a todos y a todas por venir. Para mí, es un honor volver a la palestra…
— … — El público cuchicheó—
— Y más que con… esta colección, que incluye mis últimos cuadros, traídos de los sueños…
— … — Ezequiel creyó ver alguna risita entre el público—. No voy a hablarles de influencias… ni de Picasso ni de Matisse, no quiero aburrirles y parecer un profesor —sí lo parecía—. Es posible que esta sea mi última exposición, al menos por un tiempo prolongado. Hoy cumplo cincuentaicinco años, llevo más de tres décadas en la escena. Primero como un joven prometedor, luego un artista consagrado en la élite de la segunda división, y más tarde como un complemento bastante caro de decoración.
— Creo que no es el momento… — dijo Amaltea—
— No, tranquila. Ya no soy un muchacho. ¿Qué podrá asustarme? ¿El mal gusto de alguno de las invitadas del público? ¿Acaso mis cuadros no pueden conjuntar con el cuero del sofá? Podría gritar y decir que no he estudiado, perfeccionando las técnicas y vivido durante épocas en la reclusión requerida por la inspiración, pura desesperación señoras y señores, para acabar mendigando la atención de unas gentes sin inquietudes ni gusto por la estética — dijo Ezequiel.

Silencio. El dejo despistado de una sonrisa; el hombre cree ver cómo se burlan de él, un tipo hecho y derecho de 55 años y, en el fondo, tan niño como todos los demás. Se paseó por la galería, con el corazón golpeando fuerte en el pecho, de pronto oyendo a uno de los críticos de arte; aunque sabe que escriben para revistas sin importancia, a él una mala crítica siempre le afectaba. Trató de afinar el oído.

— Ya sé de dónde saca las ideas este tal Ezequiel Peñas — dijo el crítico, que había ido acompañado de su esposo.
— ¿Si? ¿Qué piensas? — pregunta su marido.
— Compra revistas antiguas en los quioscos y los mercadillos de domingo, después elige uno de los collages de fanzine y copia la idea del montaje. Más tarde sólo tiene que reproducirla en pintura con una ejecución que resulta, en verdad, muy pobre, manida, retorcida, de estética vulgarizada. Esos montajes en papel de revista no están nada mal, pero este señor Ezequiel trata de hacernos creer que estas escenas, mal preparadas, han salido de sus sueños o algo así — dijo el crítico.
— No te portes mal, ya sabes que si te pasas pueden enfadarse contigo
— ¡Me importa tres pimientos!
— Es que nos están oyendo…

pasar de página

La pareja de gays se dio cuenta de que Ezequiel les había escuchado y se distanciaron. Lo que más le había dolido; el poso de verdad contenido en la crítica. Él mismo se había desesperado, en noches que parecían interminables, apenas podía conciliar el sueño al tiempo que buscaba nuevas ideas para su colección de sueños en las galaxias.

— ¿A qué viene todo el discursito de que dejas la escena? — preguntó Amaltea.
— Todo es una farsa
— ¿A qué te refieres?
— El crítico ese de las narices.
— ¿Qué ha dicho?
— Me va a destrozar en su crítica. Y lo peor es que tiene razón.
— Bueno, ya has soportado más de una crítica destructiva
— Pero no puedo más. La calidad de mi obra cae en picado desde la exposición en Sídney.
— Sí; ya me acuerdo, lo de Australia salió en todas partes. Tu cotización subió muchísimo
— ¿Y ahora qué debo esperar?
— No sé lo que tú esperas, pero pareces un muchacho, maldita sea. Te has presentado aquí con esas pintas de profesor desgarbado y sueltas esa verborrea de mierda durante la presentación. ¿A quién se le ocurre desaprovechar oportunidades así? Te presto mi galería, ahora que parece que tus cuadros no salen de España, y me lo pagas con tu retirada precipitada, absurda por completo.
— ¿Encima voy a discutir contigo?
— No discutimos. Sólo digo que cuides tu mente; pareces enfermo
— Lo estoy. Ya no aguanto más toda esta basura. Tener que mendigar mi arte. Además, ya no aporto nada.
— ¿Y cómo vivirías?
— Encontraré algo.
— ¿Tú? ¿Dejar la pintura, en serio? ¡Si llevas con ello desde criajo! Eres incapaz de hacer otra cosa.
— Claro, tengo toda la casa revestida de pinturas. No tiene paredes, como me gusta decir. Me refería más bien a dejar de vender mi arte, de exponerlo.
— ¿Por qué?
— No quiero prostituirlo
— ¿Y eso es lo que has estado haciendo durante este tiempo?
— Ya sabes que no. Bueno, en ocasiones sí tuve que venderme. De otra forma, quizás nunca hubiera salido de este país. Desde hace tiempo no me siento a gusto creando. Quizás se trate de la presión.
— Es todo algo externo, debes librarte de ello si quieres encontrarte en tu arte.
— Además, mi obra no ha madurado. Y antes que estancarme, prefiero dejar la escena, al menos un tiempo.
— Pero corres el peligro de oxidarte, un artista necesita movimiento, que le conozcan.
— Lo que más necesito es descansar.
— Vaya ojeras tienes… ¿No duermes?
— Estoy fatal, me duele la cabeza
— ¿Quieres una pastilla para relajarte?
— Sí, por favor

— Toma
— ¿Qué es?
— Un poco de soma
— ¡Vaya cumpleaños! Horrible — dijo Ezequiel. Luego se tomó la pastilla y comenzó a sentirse mejor.
— Escúchame; esta colección resalta por su calidad. Me encanta el cuadro de la niña, y ya hay un comprador interesado.
— Seguro que es un idiota. Pero ¿Qué importa, verdad? ¿Qué más da si el crítico me destroza en su maldito artículo?
— Oye; un momento. Esta es una galería con poco recorrido, no podemos permitirnos el pinchar y perder dinero, ya lo sabes Ezequiel. Se me ocurre que, si quieres dejar las exposiciones, cuentas con otras alternativas como ceder la gestión de tu obra a un tercero.
— ¿A ti, por ejemplo?
— Sí, podría ser yo o cualquier otra marchante. Las colecciones requieren demasiado tiempo para buscar unicidad y coherencia, además de algo original como mezclar estilos o traer algo que sólo se haya hecho fuera y adaptarlo. Te entiendo, quieres tomarte un tiempo para ti; dedicarte a experimentar, hacer balance de estos años. Pero me parece pueril y de mal gusto que lo anuncies aquí y me jodas el negocio.
— …
— Perdona, hoy es tu cumpleaños. Me he pasado — Amaltea le rozó las manos y se acercó a él— Pero es que esta maldita ciudad es horrible. Deberías haberte quedado en Barcelona, aunque fuera viviendo de mala manera. La gente va a hablar de este fracaso, más vale que vendamos un par de cuadros porque yo te he cedido este local de buena voluntad y con condiciones inmejorables. Yo me he portado, caramba, y tú pareces un zombi desde que has llegado esta tarde.
— Quizás podrías echas un vistazo a la parte más antigua de mi obra. Lo que queda de esa etapa gloriosa, claro.
— ¡Esa es la más valiosa, querido! — Amaltea estaba muy cerca de él—
— Ya quedaremos para hablarlo, no te prometo nada

La exposición acabó mal. Pero, al menos, el esfuerzo de Amaltea por atender a los invitados y despertar el interés por la exposición, salvó un poco los muebles. Se vendió un solo cuadro; por mil euros, el óleo de la niña, que representaba el busto de una pequeña criaturita marciana, al fondo las naves interplanetarias dejando rastros lechosos, como de semen. Todo muy escabroso. Se repartieron el dinero, y la galería quedó con una comisión que apenas cubrió los costes de la exposición, que duró dos meses enteros. Tiempo en el que Ezequiel no volvió a aparecer por allí. A la semana del cierre, leyó el artículo que había escrito el crítico de arte; sólo por encima, echando rápidas miradas, entrevió que tildaba sus cuadros de meros plagios de los fanzines y publicaciones ochenteras, como si la interpretación artística de sus sueños no había tenido nada que ver en la composición. Así mismo, advirtió alusiones al pequeño discurso en el que había anunciado su retirada.
Ezequiel dejó pasar unas semanas tras el cierre y, aunque más descansado y animado, fue sintiendo que la presión no remitía; el dejar atrás la obra de sus primeras épocas que tanto adoraba, recuperar la confianza y las ganas de experimentar con la técnica y la temática, todo aquello le resultó imposible aun después de haber entregado la gestión y venta de algunos de sus cuadros a Amaltea. El problema de fondo; las escenas se dibujaban en su cabeza, trataban siempre de lo mismo: escenas sexuales, ciborgs, demonios, túneles, barrancos, penumbra y niebla tóxica, vehículos y objetos colisionando en cadena, fantasías espaciales en las que follaba con criaturas antropomorfas (alienígenas cambia-formas). Así que dejó de hacer caso a las escenas que traían sus sueños, duermevelas y fantasías, y acabó por abandonar la pintura. Ya era un artista vencido, disuelto.




I Concurso Artístico «Supervivencia» por Zoozobra Magazine

flyer concurso portada

La revista cultural Zoozobra Magazine, convoca el I Concurso Artístico “Supervivencia”, pretendiendo fomentar la creación de carácter crítico, independiente y autónomo, entendiendo el arte en su acepción más amplia, pues sus tres categorías: gráfica, media y literaria, engloban las distintas manifestaciones de la subjetividad de cada un@ respecto al tema del concurso, la supervivencia, entendida y expresada desde la pluralidad de puntos de vista, puesto el equipo de la revista ha decidido dejar total libertad de interpretación respecto al tema.

Así, las ilustraciones, las viñetas y pinturas, esculturas, vídeos, poemas, relatos, fotografía y música, y otros muchos formatos y géneros, albergarán la visión de los y las participantes respecto a la supervivencia, puesto que el arte nos ayuda a reflejarnos, vernos y entenderlos en una existencia que tiende hacia la despersonalización.

Los y las participantes podrán enviar sus obras hasta el 29 de febrero. Después el equipo de la revista seleccionará las mejores obras, que pasarán a ser votadas por la comunidad de Zoozobra Magazine, a través de las redes sociales. Las obras ganadoras aparecerán en el siguiente número de la revista en papel, y en formato digital.

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