No tengas un hijo, cómprate una tortuga

 

No tengas un hijo, cómprate una tortuga.
Así de claro.

Si tus hijos te aburren, no puedes más, si no le ves el lado positivo, si vas a dedicarte a hablar mal de ellos, y cansar a quienes te rodeamos con tu triste existencia maternal o paternal…
No tengas hijos.
Cómprate una tortuga, o mejor un pez…

Voy a escribir una crítica, no es constructiva. No.
Voy a juzgar. Apaleadme después si queréis.
Pero hoy me voy a desahogar.
Todos los días en el parque, en la puerta de las guarderías, haciendo cola en las filas de los colegios, en el consultorio del médico, en el bar…
Lo veo a diario.
Madres y padres infelices, tristes, con caras lúgubres y asqueadas.
Son pocos, minoría, lo se, pero son, están, y envenenan…
Es ese que no suelta el móvil mientras su hijo se despeña en el tobogán, el que a todas luces ha venido “obligado” a cumplir con su deber de padre de los sábados, porque el resto de la semana no tiene esa carga, porque sólo un día al mes, necesita su paternidad, para hacerse la foto y colgarla en Facebook.
Es ese que le dice a su hija a la salida del cole que se calle, que no le interesa lo que ha pintado.
Son esas que se reúnen tras dejarlos en la guardería a las diez, a tomar un café y decir a cada cual mas alto lo malos que son sus hijos, con todas las letras, malos, agotadores, cansinos…
No, no hablo de esos días en los que nos supera la maternidad o paternidad, de esos tenemos todos y todas, hablo de los que llegaron a la maternidad-paternidad como una obligación social – , como usar tacones o corbata, y pese a usarlos todos los días lo odian con toda su alma.
Los que se pasaron todo junio con malas caras porque llegaba el verano y tenían que “soportar” a sus hijos todos los días.
Los que han pasado el verano diciendo que tendría que haber también clases en verano.
Los que ahora se lamentan de que han tenido que “aguantar” a sus hijos todo este tiempo, quejas diciendo que qué harían todo el día con ellos.
Familias protestando por las vacaciones.
Y si entiendo que para los padres trabajadores es complicado el final del curso, porque hay que buscarse mañas y recursos, para ubicar a nuestros pequeños, conciliar es difícil, lo sabemos.
Pero no hablo de esto.

Hablo del comentario de alguien cercano protestando por su falta de espacio, de esas familias que buscaran actividades extra escolares, no para los pequeños, sino para si mismos, porque estar una semana entera con sus hijos, 24 horas al día les resulta agotador y tremendo.
Gente que protesta por el calendario escolar y expone su necesidad de tener tiempo libre de hijos.

A mi me parece triste. Lo siento, soy de esos raros, que celebraron el fin de las clases.
Yo quiero verano, vacaciones, tiempo. Y ahora esperaré con ansia la navidad.
No, no soy la madre del año, ni mucho menos, pero necesito estar con mi familia.

Y sí, también me cansan a veces, y como suelo decir, se me ponen los pelos de punta.
Sí, yo también me agoto, y a veces se me hace largo, muchas más de las que me gustaría reconocer.
Pero ellos no tienen la culpa de nuestro ritmo de vida.
Entiendo el agotamiento físico y mental, porque en muchas ocasiones lo siento, y comparto esos días en los que todo nos supera, pero un día, una semana…
Un mal momento, todos tenemos, pero todo un verano? No concibo las vacaciones como un momento para organizar viajes y formas de quitarse a los hijos de encima. Planificando la vida para vivir una nueva soltería sin ellos.
Qué sentido tiene tener hijos para no soportar compartir vida y tiempo juntos.
No lo se, tal vez exagero pero últimamente esos comentarios, esos muros llenos de gente quejándose del verano. Deseando la vuelta al cole.
Gente enfadada por tener que estar con sus hijos, comentarios por todas partes.
Miradas de lástima a mi marido cuando con los tres recorre el supermercado, la misma cara que pondrían a un condenado a muerte.
Son niños, no ostras, que escuchan, sienten, ven…
-Tenía unas ganas de que empezaran! Ya no lo soportaba, este es malo de aguantar. Ahora a buscar extra escolares a ver si llega cansado a casa y no da por culo.
Y el niño delante, mientras su madre comparte un café con una vecina…
Qué tristeza saberse un estorbo durante todo el verano, o escuchar “Qué ganas de que empiece el cole para perderte de vista”, crecer sabiéndose sobrante.
Muy triste.

De verdad nos estorban nuestros hijos? De verdad no somos conscientes de lo que crecer creyendo eso, puede significar?
Qué no es justo que tengan que saberse pesados, o agotadores?
A veces me sorprendo viendo familias que harían mejor en criar tortugas que hijos.
Entiendo porque yo también sufro, esos días en los que hablan demasiado, se mueven demasiado, hacen demasiado ruido, pero son ellos? O nosotros?
Si entre adultos jamás osaríamos decirle al compañero que es un pesado, o al típico amigo que habla mucho?
Por qué perdemos nuestras formas hablando de y delante de nuestros hijos?
Dónde aprenderán empatía y respeto si no lo reciben?
Felicidades a aquellos que volveréis a las rutinas de recoger a los niños a las 6 tras terminar el colegio y las extra escolares, sin haberles visto desde las 8,15 y vuestra vida familiar acabará a las ocho con los niños metidos en la cama…
Felicidades, porque estos años pasaran pronto y podréis volver a vivir vuestras vidas en completa libertad.
No olvidéis haceros una foto, para al menos recordar que un día fuisteis una familia.
Aunque sólo fuese para la foto.

Ahora ya podéis lapidarme (Gracias Mónica, nunca mas volveré a confundirme con la palabreja)
Y como hace poco me acusaron, por no querer irme de cañas sin mis hijos, llamadme la madre del año, pero no, no lo soy.
Soy una madre mediocre, que se frustra muchas veces, que se siente culpable hasta del pelo ese que se le escapa de la coleta a mi hija, que respira algunas noches cuando se duermen y puedo durante diez minutos dedicarme a nada, perder la vista mirando al techo y dejar mi sufrida teta tranquila descansando. Esos diez minutos…
Soy esa madre que a veces va al parque desganada y mientras sentada en el suelo hace montañitas con las hojas secas, sueña con una terraza y un Martini sin gritos en mi oreja ni pelotas, ni juguetes, ni fantas, ni batidos de chocolate…
Pero tras mis diez minutos de ensoñación vuelvo a las hojas y me despiertan sus risas, y mi culo dormido, que a mis años ya no esta para sentadillas en el duro suelo.
Y tras mis diez minutos de ensoñación en el sofá mi teta le reclama, mis manos tantean donde acariciar, mis ojos buscan, y me voy a su cama a comprobar que respiran y les beso despacito para no despertarles y sonrío.
Porque cuando más cansada, más harta, peor día he tenido, su existencia me compensa de todo.
Yo ya tenía vida antes de tener hijos, pero esta vida, con ellos, la ha mejorado.

Entiendo que tal vez a ti no te ocurra lo mismo, es respetable, pero por favor, no se lo digas…
Son niños, y merecen saber que son amados con locura, porque estoy segura de que en el fondo, es así.




Nosotros, los malvados

Zaratustra habló contra aquellos que no se decidían por la acción, pero que tampoco tomaban partido por la inacción, y marchó a las montañas, a pescar hombres y a prepararse para decir su mensaje del eterno retorno de lo idéntico y de la muerte de Dios, la superación moral de los compasivos y ascéticos; también, el hombre habría de morir. Denunció las voluntades bajas y debilitadas, propias a los hombres, tendidos en una cuerda sobre el abismo que conectaba la animalidad con el superhombre, voluntades dubitativas a cada instante, que no aplicaban la fortaleza con que Zaratustra se enojaba y alegraba.

Frente a los buenos y bondadosos, que en realidad fingían su asco por la vida; él amaba la sangre y volar sobre la existencia con vista de águila (símbolo del orgullo), y la serpiente (la sabiduría) enroscada a su bastón. Las gentes que se decían buenas, andaban corrompidos por la “moral de la plebe”, designando como malvados a los poderosos, a la aplicación de la fuerza. Estas gentes buenas renunciaban, en cierta forma, a la vida.

Pensando, en la actualidad, estas enseñanzas de Zaratustra, podríamos comentar cómo la caída de la moral cristiana, que definía lo bueno y lo malvado; malas personas quienes incumplieran las “tablas viejas” (mandamientos, en la numerosa simbología bíblica que parodiaba Nietzsche), pudiera tratarse de una caída modulada, interrumpida. Con la caída de Dios, también el hombre se encontraba cuestionado.

El modo en que se derrumbó la moral cristiana, y su preponderancia social, quizás podría haber conducido a una “crisis en el poder”. Entendiendo el poder como relaciones sociales que influyen en la conducta, en la forma en que pensamos nuestra propia vida; éstas sufrieron una gran transformación. ¿Pero, en el interior del poder, que ha venido a sustituir la moral cristiana? No la reproducción de las relaciones de producción propias al modo de producción capitalista; éste es un argumento demasiado simple. ¿Qué ha venido a sustituir a los conceptos de bondad y maldad? ¿La utilidad, la función, que siguen teniendo en la sociedad?

Esto conceptos siguen operando, aunque sus acepciones han cambiado, presas de su historicidad. Pues la historia contiene su propia espesura, sigue permeando a las palabras y las cosas, y a nosotros mismos (aunque según Zaratustra, para la “plebe”, la memoria de la vida solo llegaría hasta lo que se recuerda de los abuelos). Guerra civil, represión, muerte…

El caso es que lo bueno consistiría, en el interior del poder, en aquel comportamiento que se ajustara a los objetivos de unas tácticas determinadas, articuladas mediante la estrategia de un poder positivo; una gobernabilidad producida desde múltiples puntos (la religión, sí, pero también la escuela, la familia, el trabajo, la cultura, etc.), que da a luz verdades y saberes, que pone en marcha las formas de ser de la modernidad, en las que sentimos existencias que nos autoencarcelan “dentro de nosotros mismos” (irrealizada, pues, nuestra necesidad de libertad y de vida). Nos referimos, por tanto, a un poder que no sólo se articula a través de la negatividad, de la pérdida, la sustracción y la represión de los sujetos.

Lo bueno y lo malo emergen de las condiciones que posibilitan el saber, del ordenamiento autoritario de la multiplicidad de personas, a través de la producción y la adaptación, la asimilación, el cumplimiento de objetivos y la alineación de la conducta. Para calcular lo bueno desde el punto de vista del sujeto, la racionalidad weberiana supuso un claro paradigma, puesto que articulaba las estrategias de poder y prestigio; pero ocurría que, aquí, la escisión cartesiana entre objeto conocido y sujeto que conoce resultaba más nítida si cabe.

El resto de sujetos serían objetos (nuestros amigos, vecinos, etc.), medios para conseguir fines de respetabilidad social; de acceder a la “casta de los mejores”, los buenos y respetaos aristócratas… a éstos los llamo yo también los “burós del poder”, meros administradores de la autoridad que estigmatiza a quienes no se ajustan a las tácticas y objetivos del poder político (ellos, los malos, improductivos locos, ninis, los resistentes), y que premia con niveles de estatus crecientes a quienes sí lo hacen. De la escisión cartesiana también se sigue que la madre tierra, nuestro planeta, hábitat, es otro objeto que sirve a unos fines concretos.

Por tanto, lo bueno y lo malo siguen dependiendo del “espesor de la historia”, de su propia temporalidad. Pero queremos resaltar la relación de la moral con la política: el miedo y la dictadura, el crimen y las pretensiones totalitarias, no denotan a las oligarquías (el 1%, la casta, la burguesía), que en un mundo que cuenta con suficientes recursos para que todos vivamos con comodidad y sin vulnerabilidad, sin andar conducidos a lo penoso del trabajo asalariado, para enriquecer y mantener en el trono precisamente a quienes resultan los malvados, ladrones y autoritarios. Para el poder político, los buenos, los tolerados por su autoridad más cruda, serían quienes aceptaran ésta situación de injusticia que, preocupados en la competición que en números ocasiones tiene lugar en la sociedad, en la supervivencia y el progreso, no cuentan con medios (tanto ideales, intelectuales, culturales, como también los materiales), para revertir la investidura autoritaria del poder, emanado desde diversos puntos, anudado a nuestro cuello y vertido en nuestras palabras…

¡Ay! ¡Como librarse de los lazos de la historia! ¡Del dejo inconsciente de las palabras! ¡Nosotros somos como tú, Zaratustra el ateo, que nos acercamos a quienes son más ateos que nosotros para que nos ilustren con su ateísmo! Nosotros, los malvados.

A los fines que las tácticas del poder se han puesto, con múltiples objetivos; no sólo reproducir las relaciones de explotación el trabajo.




Homofobia

Imagen por Gauna

La homofobia es una enfermedad psico-social que se define por tener odio a los homosexuales. La homofobia pertenece al mismo grupo que otras enfermedades parecidas, como el racismo, la xenofobia o el machismo. Este grupo de enfermedades se conoce con el nombre genérico de fascismo, y se fundamenta en el odio al otro, entendido éste como una entidad ajena y peligrosa, con valores particulares y extraños, amenzadores para la sociedad, y -lo que es peor- contagiosos.

La homofobia, como las demás variantes del fascismo, prepara siempre las condiciones del exterminio. Pasiva o activamente crea y consolida un marco de referencias agresivo contra los gais y las lesbianas, identificándoles como personas peligrosas, viciosas, ridículas, anormales, y enfermas, marcándoles con un estigma específico que es el cimiento para las acciones de violencia política (desigualdad legal), social (exclusión y escarnio públicos) o física (ataques y asesinatos).

Mientras que a lo largo del siglo XX los movimientos por la igualdad han conseguido importantes avances en los derechos de otros colectivos estigmatizados o excluidos, como las minorías raciales o las mujeres, la homofobia sigue perviviendo en la sociedad impunemente, sin que haya una conciencia colectiva de su peligro. Muestra de esta situación es que, por ejemplo, todavía en muchos países las relaciones homosexuales están penalizadas, se escuchan chistes de mariquitas en los medios de comunicación, lesbianas y gais son agredidos por bandas de neonazis, se hacen redadas policiales en los locales de ambiente gais, y sus derechos no están equiparados a los de las personas heterosexuales. Todo el mundo recuerda que los nazis exterminaron a varios millones de judíos; nadie recuerda que también exterminaron a cientos de miles de homosexuales, y que tras la derrota nazi muchos de ellos siguieron en prisión porque en Alemania (antes y después de la 2ª Guerra Mundial) la homosexualidad era delito. A nadie se le ocurre hoy hacer un chiste antisemita en la radio o en la televisión; en cambio, todas las semanas escuchamos chistes homófobos en estos medios. ¿Por qué?

Porque aún no hay instrumentos suficientes para que la homofobia sea nombrada, pensada, combatida con rotundidad. 1997 fue el Año Europeo contra el racismo y la xenofobia, hubo cientos de actos para concienciar a la sociedad contra estas variantes del fascismo; no se celebró ningún acto contra la homofobia. La Real Academia se ha negado a incluir el término «homofobia» en el diccionario, tras solicitarlo varias veces distintos colectivos gais y antirracistas.

La homofobia tiene una larga tradición en la historia de la humanidad, no tiene un origen único, ni una cabeza visible, ni un objetivo, ni una razón histórica, está enraizada en diferentes culturas, épocas, clases sociales, instituciones. ¿Cómo combatirla? He aquí algunos frentes:

– Desde la infancia: los niños aprenden de lo que ven y oyen. En un hogar donde los padres (o uno de ellos) son homófobos, donde se escuchan comentarios o insultos contra los homosexuales, se está fomentando la futura homofobia de los niños. Esto tiene dos graves consecuencias para ellos: si el niño/niña tiene deseos homosexuales, se verá traumatizado por ese ambiente hostil y será incapaz de poder asumir con naturalidad su deseo; además -independientemente de su opción sexual- estaremos criando a un futuro homófobo, y reproduciendo por tanto un sistema fascista. Los padres deben tomar consciencia de esta situación.

– Desde la escuela: la escuela es un lugar fundamental de socialización y adquisición de valores; es imprescindible introducir en las escuelas programas educativos tolerantes con las diferemtes opciones sexuales y críticos contra la homofobia, y que los docentes se comprometan en esa misma crítica.

– Desde el lenguaje: el lenguaje cotidiano está lleno de expresiones homófobas, que traducen y legitiman ese estado de odio y agresión: maricón, dar por el culo, bollera, tortillera, ir a tomar por el culo, bujarrón, sarasa, moña… la riqueza del castellano en este ámbito es casi ilimitada, fiel reflejo de nuestra igualmente rica tradición homófoba. Hay que denunciar ese lenguaje, desenmascarando su violencia interna, e incluir el término «homofobia» en el diccionario.

– Desde las instituciones: el Estado, el Ejército y la Iglesia son tres instituciones tradicionalmente homófobas. El Estado aprueba el matrimonio entre parejas de distinto sexo, concediendo unos derechos legítimos a estos ciudadanos, y margina por razones de orientación sexual a otras personas, lo cual es inconstitucional. El Ejército persigue activamente a las personas homosexuales cuando están bajo su jurisdicción, e inculca valores homófobos y machistas. La Iglesia Católica, fiel a su histórica tradición de promotora de exterminios, sigue atacando las relaciones homosexuales con declaraciones agresivas, y promoviendo el odio hacia las personas homosexuales. Lo mismo ocurre con la mayoría de las demás religiones del mundo. Por tanto, hay que exigir a estas instituciones que abandonen sus posiciones homófobas y que colaboren a erradicar la persecución contra gais y lesbianas.

– Desde los movimientos sociales y políticos: los grupos de crítica social, tradicionalmente identificados con el nombre genérico de izquierda (socialismo, comunismo, anarquismo, etc), siempre han dejado de lado el problema de la homofobia, cuando no han participado activamente en ella (Castro, Stalin). Las ONGs antirracistas tampoco han tomado conciencia hasta hace poco de la necesidad de incluir el trabajo contra la homofobia como uno de sus objetivos. Los grupos políticos conservadores siempre han estado a favor de la homofobia (Reagan, Tatcher), financiando a grupos parafascistas homófobos, o rechazando iniciativas legales de igualdad (Felipe González, Aznar).

– Desde el mundo académico-científico: el discurso médico tomó el relevo en el siglo XIX a la religión en la tarea de estigmatizar y reprimir ciertas opciones sexuales: de ahí nace a finales del XIX la categoría de homosexualidad como enfermedad, una de las raíces de la homofobia del siglo XX. Los discursos médicos, psiquiátricos, sociológicos, y de la ciencia en general deben abandonar sus estrategias de segregación y dejar de señalar la homosexualidad como algo específico, desviado, anormal o enfermizo.

– Desde los medios de comunicación: la radio, la prensa, la televisión, transmiten continuamente imágenes y contenidos homófobos. Por ejemplo, cuando hay un asesinato, si el asesino es gai, se incluye este dato como relevante en el titular, si es heterosexual se omite. Esa manera de dar una noticia es abiertamente homófoba, y manipuladora. La radio y la televisión emiten chistes que hacen escarnio y burla de lesbianas y gais, e introducen imágenes pintorescas para ridiculizar a los homosexuales. Los profesionales de estos medios deben comprometerse para abandonar ese tipo de prácticas homofóbicas.

– Desde los propios homosexales: gais y lesbianas tenemos la responsabilidad de luchar contra la homofobia, organizándonos, manifestándonos, saliendo del armario, perdiendo el miedo, reivindicando nuestros derechos, denunciando las agresiones, haciéndonos visibles para atacar a los homófobos, para que el resto de la sociedad sepa que existimos y entienda que la lucha contra el fascismo es una lucha de todos.

«Se llevaron a los gais, pero como yo no lo era, no me importó.

Ahora se me llevan a mí, pero ya es tarde«

Este es el verso que Brecht olvidó incluir en su poema.




Retazos de Biopoder (I)

Publicado en Romper con la Ingeniería Médica

El libro del sociólogo británico Nikolas Rose , ‘Políticas de la vida. Biomedicina, poder y subjetividad en el siglo XXI’, se impone como un libro fundamental en el conocimiento de la biomedicina moderna y las consecuencias que ésta tiene y puede llegar a tener en distintos ámbitos. Rose reflexionará, con abundantes referencias de nuestra actualidad, acerca del poder, la economía, la ética o la política en su relación con la vida, la vitalidad humana. Dejo un primer extracto del capítulo ‘Política y vida’ para ir haciendo boca.

 

Hacia comienzos del siglo XXI, el valor del complejo biotecnológico biomédico -empresas de biotecnología (dedicadas a desarrollos tan variados como células madre terapéuticas o pruebas de paternidad mediante ADN), empresas farmacéuticas, fabricantes de máquinas, equipos, reactivos y mucho más- era inmenso. Algunos críticos gozaban sugiriendo que se trataba de una economía “burbuja”, que ya se encontraba a punto de explotar (Ho, Meyer y Cummins, 2003). Pero los proveedores de información sobre el mercado que informan sobre la situación en 2005 (a quienes pueden afrontar el costo de sus informes) no opinan lo mismo. Por ejemplo, el Informe Global sobre Biotecnología de 2005, de Ernst y Young, titulado, como sus antecesores, Beyond Borders, señala que la biotecnología está llegando “más allá de las frontera” porque “evoluciona, se reestructura y se recombinará rápidamente […]. Con la difusión de la biotecnología en el mundo entero, los grandes avances logrados en Asia […] las respuestas a los retos se están hallando en el nivel global, pues los obstáculos en una región se superan aprovechando las fortalezas y capacidades de otra parte del globo”. Con particular hincapié en la mejora de los regímenes reglamentarios y de propiedad intelectual en China e India, la visión de la Biópolis de Singapur y el hecho de que “desde Malasia hasta Michigan los gobiernos se encuentran desarrollando planes estratégicos con metas ambiciosas en materia de biotecnología”, señalan que “la industria global reunió la importante suma de 21,2 mil millones de dólares en 2004” para desarrollo de etapa temprana, pero ni siquiera esa cifra fue suficiente para satisfacer las necesidades de capital para etapas tempranas. Si bien los “ingresos del sector global de la biotecnología crecieron 17% en 2004 (54,6 mil millones de dólares)”, aparte de reunir 21,2 mil millones de dólares de capital aportados por inversores privados y otros actores del mercado de capitales, todavía registraba pérdidas netas de 5,3 mil millones de dólares y muchas empresas que procuraron reunir fondos en ofertas públicas iniciales de acciones no obtuvieron las valuaciones que buscaban y experimentaron caídas en el precio de sus acciones. Los tiempos que corren pueden “constituir un desafío”, como el informe señala en forma reiterada; causas no poco importantes son los desarrollos en materia de reglamentaciones y legislación en muchas regiones, por ejemplo, en los EEUU; los debates con respecto a la ética de la investigación con células madre; y la inclinación de ciertos legisladores clave a “escudriñar los acuerdos de investigación entre centros académicos, médicos y empresas biotecnológicas y farmacéuticas” y a cuestionar “potenciales conflictos de intereses”. En Europa, después de “soportar algunas tormentas peligrosísimas y recentrar sus recursos durante los últimos años” los mercados de capitales se están recuperando y la industria de la biotecnología está “doblando la esquina” y centrándose en llevar productos al mercado, a pesar de las preocupaciones continuas respecto a la carga reglamentaria, en particular, en lo vinculado con seguridad de los fármacos. El sector asiático de la biotecnología “sigue creciendo de manera agresiva” y “las empresas de biotecnología en la región incrementaron sus ingresos brutos en el 36% en 2004” si bien también esas firmas enfrentan “desafíos”, puesto que la inversión de empresas occidentales se ve obstaculizada por su preocupación respecto de la protección de la propiedad intelectual, y son, por consiguiente, los gobiernos y conglomerados industriales de otros sectores los que deben proporcionar el capital que, en Occidente, se reuniría de otros modos. No obstante, el atractivo y la promesa del biocapital mantienen su fuerza.

En efecto, sin importar qué “desafíos” se presenten, políticos de nivel nacional y local de países de todo el mundo siguen propiciando el crecimiento del sector biotecnológico y buscan encontrar un nicho en esta bioeconomía global. La estrategia Cape Cluster de Sudáfrica, por ejemplo, pone de relieve los “motores del nicho” que podrían impulsar oportunidades de mercado y voluntades políticas en relación con cinco factores clave: “la riqueza singular de Sudáfrica en materia de biodiversidad; la prevalencia de enfermedades inmerecidas que generan demanda local (sida, malaria, tuberculosis); poblaciones genéticas de características singulares, tanto de inmigrantes como de grupos africanos diversos aislados del resto de la población; entorno clínico sólido (en Sudáfrica tuvo lugar el primer trasplante de corazón); bajo costo de la investigación y desarrollo (I+D) y gestión de la propiedad intelectual a nivel del primer mundo”. Como la OCDE, que previó destinar dos millones de euros para su programa de desarrollo de un escenario orientado al futuro, los gobiernos de diversos países implementaron ejercicios de previsión y detección temprana para estar en condiciones de trazar un mapa del potencial de esta revolución industrial biotecnológica en la administración de la salud, la enfermedad y la vida, y formularon estrategias en los niveles internacional, nacional y local -financiación de las investigaciones, transferencia de tecnología, apoyo a empresas emergentes (start-ups) y empresas “semilla” (spin-offs), exenciones fiscales para la investigación y desarrollo, escasos obstáculos reglamentarios- para alentar el desarrollo de este sector de la economía.

Los circuitos trazados por estas economías contemporáneas de la vitalidad son, por tanto, conceptuales, comerciales, éticos y espaciales. Esos espacios abarcan lo atómico, lo molecular, lo celular, lo orgánico, los espacios donde se desarrolla la práctica (laboratorios, clínicas, consultorios, fábricas), las ciudades y sus economías (Shangai, Mumbai, Ciudad del Cabo), las naciones y sus marcos reglamentarios y estrategias económicas, y los espacios virtuales de internet que garantizan la disponibilidad inmediata, en cualquier lugar del mundo, de la totalidad de datos del genoma. Los circuitos se movilizan mediante una diversidad de relaciones. Laboratorios farmacéuticos radicados en América del Norte y Europa ponen a prueba sus drogas experimentales en África, Asia, Europa del Este y América Latina; los resultados retornan a la base y alimentan la producción de productos nuevos y lucrativos dirigidos al mercado del mundo desarrollado, que habrán de generar valor para los accionistas*. Las comunidades biosociales compuestas de personas afectadas que, según se cree, tienen un componente genético convocan a sus miembros dispersos por el mundo entero para que donen sangre y tejidos, los almacenen en bancos de tejidos y los ponen a disponibilidad de la investigación biomédica (Corrigan y Tutton, 2004; Taussig, 2005). Los genetistas en persona viajan por el mundo recolectando muestras de tejidos de familias afectadas por enfermedades para someterlas al análisis genómico. Investigadores europeos y estadounidenses, empleados, en muchos casos, de empresas biotecnológicas, viajan a zonas alejadas, extraen tejidos de sus poblaciones “aisladas” y las transportan de regreso a Europa o a los EEUU para analizarlos genómicamente e identificar posibles marcadores de susceptibilidad a enfermedades que podrían dar lugar a inventos patentables**. Así, la producción del conocimiento explotable de la vitalidad requiere, en la actualidad, de múltiples circuitos transnacionales para movilizar y asociar artefactos materiales, tejidos, líneas de células, reactivos, secuencias de ADN, técnicas, investigadores, financiamiento, producción y comercialización.

Los circuitos de la vitalidad no son en sí nuevos: basta con pensar, por ejemplo, en las prácticas de recolección “etnobotánica” de semillas y plantas, de larga data, o en el intercambio de material biológico y organismos modelo como moscas de la fruta, que ocuparon un lugar fundamental en la genética moderna (Balick y Cox, 1996; Kholer, 1994). Sin embargo, en la actualidad, se ha producido una suerte de “des-encastre”: la vitalidad se descompuso en una serie de objetos distintos y discretos, pasibles de ser estabilizados, congelados, guardados, almacenados, acumulados, intercambiados, negociados entre diferentes tiempos, espacios, órganos y especies, entre contextos y empresas diversos, al servicio de intereses bioeconómicos. Para algunos observadores, tal capitalización de la vitalidad humana es motivo de profunda preocupación. De manera inevitable, suscita interrogantes respecto de las fronteras de la vida y de esas entidades conflictivas -en particular, embriones y células madre-, cuya posición en los pares binarios vida/no vida, humano/no humano se encuentra sujeta a discusión. Al margen de esta cuestión que, por el momento, no profundizaré, el desarrollo de un mercado de tejidos humanos ha sido objeto de fuertes críticas por parte de numerosos observadores. Dorothy Nelkin, en uno de sus primeros análisis exhaustivos de ese mercado, sostuvo que las empresas de biotecnología reducen y descontextualizan el cuerpo, lo despojan de sus significados culturales y asociaciones personales, lo reducen a un objeto utilitario, tal como lo revela el hecho de que el lenguaje de la biociencia ha pasado a estar “permeado del lenguaje comercial de la oferta y la demanda. Las partes del cuerpo se extraen como minerales, se cosechan como cultivos, o se explotan como un recurso. El tejido se adquiere, un término utilizado más comúnmente en relación con tierras, bienes o prostitutas (Andrews y Nelkin, 2001:5). No queda claro, sin embargo, si el motivo de la crítica es el hecho de que esas prácticas hayan sido legitimizadas por medio del consentimiento informado y conformadas a los deseos y creencias de los pacientes y sujetos involucrados, si lo objetable es la intrusión del comercio en el mundo de la medicina, que, de otro modo, sería, aparentemente, benigno, si el problema radica en que los beneficios no los perciban las personas involucradas ni la comunidad sino el capital privado, o si la objeción tiene que ver con la mercantilizción de los elementos de la vitalidad humana.

Lo que sin duda queda claro, en cambio, es que la distinción clásica establecida en la filosofía moral entre lo que no es humano -poseíble, comerciable, mercantilizable- y lo que es humano -material no legítimo para tal mercantilización- ya no basta para resolver esta cuestión: En mi opinión, las tensiones entre la cada día más intensa ética somática de Occidente, que asigna un lugar central a la gestión de la propia salud y el propio cuerpo de conformidad con la autorrepresentación contemporánea, y las inequidades e injusticias de la infraestructura económica, tecnológica y biomédica, nacional e internacional, requerida para hacer posible tal ética somática son un rasgo constitutivo de la biopolítica contemporánea.

[…]

… estamos presenciando el surgimiento de una ética nueva e innovadora: se trata de una ética de la ciudadanía biológica y la responsabilidad genética. Nuestra individualidad somática, corporal, neuroquímica se ha convertido en un ámbito de ejercicio de la elección, la prudencia y la responsabilidad; se encuentra abierta a la experimentación y la controversia. La vida ya no se concibe como un legado inalterable. La biología ha dejado de ser destino.

[…]

Hoy, la vocación política de las ciencias de la vida se encuentra vinculada a la creencia de que en la mayoría de los casos, tal vez en todos, una vez identificada y evaluada, la persona que se encuentra en riesgo biológico o que es susceptible de riesgo podrá ser tratada o transformada mediante la intervención médica en el nivel molecular. En este régimen, cada sesión de asesoramiento en genética, cada amniocentesis, cada receta de un antidepresivo se cimenta en la posibilidad, al menos, de un juicio respecto de la calidad relativa y comparativa de vida se seres humanos compuestos de modo diferente y de diferentes modos de ser humano. La técnica biomédica ha extendido la posibilidad de elección a la matriz misma de la existencia vital y, como resultado, nos enfrentamos con la ineludible tarea de deliberar acerca del valor de diferentes vidas humanas, con las controversias que entrañan esas decisiones, con los conflictos que plantea establecer quiénes han de tomarlas y quiénes no deberían hacerlo.

* Se refiere aquí a la externalización de los ensayos clínicos occidentales a otros países en vías desarrollo o subdesarrollados. Externalización que se produce por las necesidades de obtener rápidos rendimientos para el capital en un contexto de economía competitiva, entre otros factores. Rose alude a una serie de artículos publicados en el diario Washington Post en el año 2000, con el título común de “The Body Hunters”, que documentan ensayos clínicos llevados a cabo por farmacéuticas estadounidenses en países en desarrollo.

** Rose incluye aquí una nota donde referencia casos de mercantilización de muestras de tejido como negocio. Incluye el ejemplo de la empresa Autogen (empresa de investigación y desarrollo bioteconológica de Australia) que habría comprado la reserva genética tonganesa en su búsqueda de medicamentos para tratar la diabetes, la enfermedad cardiovascular, la hipertensión, el cáncer y las úlceras. La sangre se utilizaría para extraer ADN a partir del cual establecer pedigrís genéticos de integrantes de las familias como parte de la búsqueda de genes causantes de las enfermedades. En palabras del profesor Greg Collier, investigador de Autogen, “el gobierno tonganés se beneficiará con el pago de regalías si algo se logra, habrá más puestos de trabajo y la población recibirá cualquier droga que se obtenga a partir de la investigación de forma gratuita”.




Marzo contra el machismo

Publicado en CuartoPoder

Un nuevo 8 de Marzo obliga a las instituciones, partidos, sindicatos, tejido social y conjunto de la sociedad a pararse a mirar hacia las mujeres. Y a ver qué poco ha avanzado la igualdad desde el año pasado, el anterior, el otro… Aunque hayamos llenado las calles hace sólo cuatro meses, el 7 de noviembre, en ese hito histórico que fue el 7N contra las violencias machistas.

El peso que la violencia contra las mujeres tiene en la realidad de nuestro país, con 14 asesinadas (más una niña) en lo que va de año, exige que en las conmemoraciones del Día Internacional de las Mujeres tenga un papel protagonista la lucha por la erradicación de todas las violencias. Pero la violencia es una consecuencia del machismo estructural que viven las mujeres en esta sociedad, y en otras, en mayor o menor medida. Pero no se puede dejar al margen otras dimensiones del machismo que impiden la igualdad real.

La crisis sigue cebándose sobre las mujeres. La brecha salarial es, más que brecha, abismo. Según Comisiones Obreras, “el salario medio anual de las mujeres debería incrementarse un 32% para equiparase al de un hombre”. Por si esto fuera poco, la situación del desempleo femenino no deja lugar para muchas alegrías, con una tasa de paro del 54,46%, frente al 45,54% masculino. Según informaba Pascual García en cuartopoder.es el pasado día 2, el incremento del desempleo del mes de febrero se debió a la pérdida de empleo femenino, hasta un total de 2431 puestos de trabajo.

Sin seguridad, sin igualdad en el mercado laboral, con los derechos sexuales y reproductivos en danza, con una tutela velada a la presencia de las mujeres en los ámbitos de poder, con esa lupa que vigila para que ninguna vaya más allá de donde el sistema patriarcal permite, no se puede decir que las mujeres disfruten de la libertad y de los derechos al mismo nivel que los hombres.

La desigualdad que se vive en la sociedad, en términos de género, es tan profunda porque empapa los comportamientos individuales y colectivos sin que haya habido, aún, políticas públicas que hayan penetrado y favorecido un cambio en las actitudes en el conjunto de la sociedad, dejando la igualdad al albur de transformaciones individuales.

Por ello, es preceptivo que este 8 de Marzo, las mujeres salgan a recorrer las calles convocadas por el Movimiento Feminista. Porque el camino está iniciado, pero la igualdad no está conseguida aunque en la foto parezca que ya somos iguales. Porque la igualdad es sólo formal y falta trecho para llegar a la meta de la igualdad real y es necesario, más en un momento político como éste, que se vea la fuerza de las mujeres para que se escuchen las demandas, recordando que las mujeres son, somos, tan diversas como las reivindicaciones que abanderamos, desde el reconocimiento del papel de las mujeres en la historia, hasta su presencia en el nomenclátor municipal. O del reconocimiento del valor del trabajo en el ámbito de la familia, el trabajo reproductivo, a costa del tiempo y la calidad de vida de las mujeres.

A las calles, a reivindicarnos como sujeto activo. A clamar a favor de la diversidad de las mujeres. Por los derechos para todas y las discriminaciones para ninguna, sea cual sea su procedencia, su opción, su capacidad, su edad. A las calles, para recordar a las que no están y a las que no pueden estar. A las calles, contra la ola de machismo que recorre Europa y por las refugiadas que no tienen refugio.

A las calles, por todas.