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La actuación del sujeto

Sartre puso el ejemplo de un artesano para explicar que de la existencia precede a la esencia. Antes de construir un artefacto, se dedica a pensar y planificar de qué forma lo hará, de modo que tiene en su cabeza los planes y características de ese artefacto futuro; esto sería la esencia. Aplicando la metáfora a los seres humanos, diríamos que no hay ninguna esencia o plan previo a la propia existencia del sujeto, aunque sea precisamente esto lo que propugnan las ideologías religiosas. De ahí deducimos que carece de todo sentido el atribuir naturaleza a los seres humanos.

Si la existencia del sujeto siempre se produce en el espacio y tiempo de la sociedad, ya sea encerrado en su propia casa y en supuesto aislamiento, el lenguaje y la ideologías propia de la sociedad se encontrarán ya en dicho sujeto, entonces se trata de un ser social y, por tanto, político. Aquí se introduciría uno de los grandes debates de la ciencia política: ¿qué es más importante, la estructura en la que vive el sujeto o la actuación del mismo? Después se incluiría también el concepto de estrategia.

La mayoría de los politólogos influidos por corrientes tan críticas, interesantes y fecundas como el estructuralismo, han rechazado tal etiqueta. Pues podía dar lugar a malentendidos, como que sólo dieran importancia a la determinación que las estructuras (los Aparatos Ideológicos del Estado teorizados por Althusser, por ejemplo), sin reconocer capacidad de actuación y decisión “no determinada” en el sujeto. En la otra parte del debate, los partidarios de que la actuación del sujeto se vincularon a ideologías liberales y de derechas al principio, aunque enfoques como la teoría de la elección racional han superado tales tradiciones, creyendo que los sujetos tomaban decisiones con capacidad racional y una cierta libertad, dando en ocasiones por supuesto que la información se encontraba repartida simétricamente.

Pero los partidarios de la teoría de la elección racional no han conseguido explicar la toma de decisiones en contextos complejos, porque presuponen una esencia a la naturaleza humana. Pensando que los seres humanos sólo deciden y actúan espoleados por intereses egoístas, estos analistas son incapaces de demostrar por qué en ocasiones sus predicciones fallan, y las elecciones se basan en la solidaridad, la empatía, la imaginación, etc. Como decía Sarte, la existencia precede a esencia y, si los seres humanos deciden en numerosas ocasiones movidos por el egoísmo, se debe a las condiciones de su propia vida, al contexto espacial y temporal en que desarrollan sus actuaciones.

Además, los partidarios de la actuación, presuponen la unicidad del sujeto. Aunque Sartre no era estructuralista, Foucault podría ajustarse mejor a la importancia que revierte la estructura (carcelaria, laboral, educativa, etc.) En sus últimas obras, el autor de “Vigilar y castigar” acaba por apuntalar su apuesta por la “muerte del sujeto”, al que considera una ficción. Pues es el cuerpo, la multiplicidad de los deseos, víctima del poder, el que contradice esta supuesta unidad del sujeto. Foucault apostó a que el sujeto no podía ser el centro de saber, y en los ejercicios que hizo de “arqueología” en obras como “Las palabras y las cosas” y “Arqueología del saber”, unos análisis que buscaban las condiciones de surgimiento del saber a través de distintos cortes o aberturas que se produjeron en los siglos XVII y XVIII y que posibilitaron movimientos en el ordenamiento del saber. Lacan, otro pensador que destaca el papel de la estructura, teorizó sobre la “escisión del sujeto”, es decir, la separación entre las pretensiones de unidad del sujeto y la imposibilidad que supone el inconsciente de lograrla.

Aquí nos decantamos más por la visión de Foucault, dado que Lacan sigue en cierta forma remontándose a Freud y a la “fundación del sujeto” a través del complejo de Edipo, que Foucault se encarga de refutar. Pero sí hemos nos hemos remitido a la filosofía cuando hablamos de un debate en la ciencia política, es para criticar precisamente a los partidarios de la actuación del sujeto que, por un lado, privilegian la esencia frente a la existencia, y por otro, no comprenden que el sujeto es una ficción analítica, un objeto (como el yo, la conciencia, etc.) que es contradicha por el cuerpo y la multiplicidad del deseo. El sujeto, como centro del saber, ha sido posible por una transformación en las condiciones de emergencia de la episteme.




Nimiedades

Somos afluentes del tiempo,
un instante de un momento,
la quincuagésima parte
del quinto de un tercio…
Somos historia, memoria, arte,
el suspiro de un lamento.
Somos Sócrates y Sartre,
Esopo, Ende, un cuento
para dormir en catre
cuando el silencio es lento.
Somos eso, un invento,
sólo palabras que darte,
un animal que comparte
el infinito firmamento.
Somos uno, somos ciento.
Somos la duda al dudarte,
y lo que tienes de cierto,
y cuando digo de amarte
sabes que no miento.




Nadie

Cómo cambian los vientos,
así como las voluntades,
sólo tontos tienen por ciertos
de entre cientos, sus verdades.
Cómo ahogan, con fundamentos,
algunos, sus debilidades,
como ahogan, en cambio, atentos,
a los violentos y a pusilánimes.
Y más se parecen estos,
a aquellos, en infelicidades,
de lo que ambos están dispuestos
a compartir, de sus dos mitades.
La una es un lobo hambriento,
la otra, no lo sabe nadie,
pues es el desconocimiento
de uno, el que enreda el baile.
Y esgrimo como argumento,
del cuento, que para explicarme,
o empiezo por el verbo en yo,
o miento, pues no hay más nadie.




Freud, Lacan: El sexo a la deriva

«El goce fálico es el obstáculo por el cual el hombre no llega, diría yo, a gozar del cuerpo de la mujer, precisamente porque de lo que goza es del goce del órgano».

Lacan, Seminario 20, «Aún».

 

Un refrán nicaragüense dice que «cuando un sabio señala las estrellas, los tontos miran al dedo». Creo que a una gran parte del movimiento de liberación de lesbianas y gays les ha pasado eso respecto al psicoanálisis. De la ingente obra de Freud sólo han trascendido en la mayoría de los escritos de muchos teóricos queer dos o tres tópicos, a saber:

– Freud llama «perversión» a la homosexualidad, en su obra Tres ensayos para una teoría sexual (de 1905), por lo que parece ser que la considera algo anormal, insertándola en el sistema médico- patologizante homófobo que se inició a finales del siglo XIX.

– Freud establece una especie de desarrollo armónico heterosexual al final del complejo de Edipo, una vez «superadas» esas fases infantiles polimorfas donde hay deseos bisexuales y de otro tipo. Es decir, sería uno más de los que legitiman el sistema hetero-normativo.

– Freud sería un machista homófobo porque plantea que las mujeres tienen «envidia del pene», o sea, que les falta algo que los hombres tienen, y además las lesbianas quedarían excuidas del mundo del deseo según este proceso falocrático.

En estas críticas habituales a Freud se olvidan bastantes cosas. En primer lugar, que los desarrollos iniciales de su teoría (que he caricaturizado aquí) fueron modificados sustancialmente por el mismo Freud en sus obras de los 30 años siguientes, hasta el punto de no considerar la homosexualidad como algo específico a «tratar», sino una orientación sexual más en medio de una infinita multiplicidad del deseo donde no hay lugar para la normalidad, ni siquiera heterosexual («Carta a una madre americana»). También aporta una crítica feroz al psicologismo y a las visiones «organicistas» o biologicistas del deseo, que incluso hoy siguen pensando que el deseo de los sujetos está escondico en ciertas partes del cerebo o en algún rincón de los cromosomas.

Muchos teóricos queer omiten también a otro autor fundamental que puso de relieve el potencial subversivo de la obra de Freud, y que en su enseñanza desde 1950 a 1980 elaboró un desmantelamiento implacable de las categorías de hombre y mujer, de relación sexual y de armonía entre los sexos: nos referimos a Jacques Lacan.

La obra de Freud y la de Lacan suponen dos herramientas fundamentales a la hora de cuestionar la construcción social y discursiva de «la homosexualidad», siempre y cuando sepamos mirar hacia dónde apuntan y no nos quedemos en la literalidad de sus textos. Evidentemente, es cierto que Freud asume en su lenguaje muchos de los prejuicios positivistas y machistas de su época, pero eso no invalida la totalidad de su obra. De hecho, ya es bastante sorpendente que un médico de la burguesía vienesa de finales del XIX llegue a asumir (por primera vez en la historia de la cultura occidental) que no hay una normalidad en el deseo, que el deseo humano no está relacionado con la biología, que las prácticas sadomasoquistas, lesbianas, masturbatorias, coprófilas, etc, no son algo «especial» o de «los otros», y que la «heterosexualidad» no es un estatuto natural, sino más bien una aspiración impuesta culturalmente que además nadie cumple sin pagar un precio.

Cuando Lacan afirma que «no hay hombres ni mujeres, sino tan sólo sujetos, todos castrados, todos perdidos», está abriendo las puertas al terreno de la multiplicidad, a una concepción del deseo humano que no tiene que ver con el discurso de la ciencia, ni con el de la psicología, ni siquiera con esa «incitación a saber sobre el sexo» que denució Foucault en La voluntad de saber, puesto que lo que plantea Lacan precisamente es que «no hay saber sobre el sexo», y que ese «no saber» tiene efectos sobre los sujetos, pero siempre efectos de singularidad, que no se clausuran en la hermenéutica ni en ningún discurso de salvación o transparencia explicativa.

Otra confusión muy común sobre Lacan, que se da también entre algunas teóricas del feminismo (otras, precisamente, son lacanianas), es la de considerar «el falo» (noción simbólica, que nadie posee) como «el pene», el órgano. Esa confusión es precisamente la que marca muchas vivencias de la sexualidad llamada «masculina» (esos hombres, esas mujeres, homos o héteros, fascinados por la esperanza de un pene todopoderoso). En la medida en que el falo no da respuesta a la pregunta «qué es ser un hombre y qué es una mujer», el sujeto no tiene una relación a priori ni con el género, ni con el otro, ni con el cuerpo, ni con el sexo biológico (ni consigo mismo). Mayor carga de dinamita para el orden social y (hetero)sexual, imposible.