
Por Víctor Atobas
Antonio García Villarán y Santiago Caruso dialogan en este vídeo [enlace] sobre las IAs, y nos gustaría compartir nuestras reflexiones acerca de dicho debate. Por un parte, Santiago Caruso se posiciona a favor de la demanda de los artistas que tratan de llevar a juicio a las empresas que utilizan las IAs para expropiar trabajo, generando contenido cuyos derechos –como en el caso de MidJourney– pasan a formar parte de los activos de las mencionadas empresas. Por otro lado, Antonio García Villarán insiste en que no es posible frenar el futuro ni acabar con el uso de las IAs, que actualmente están cobrando gran popularidad.
El problema radica en que las IAs son utilizadas para separar al trabajador de su producción, resultando esta apropiada por empresas cuya cotización en la bolsa se ha disparado durante los últimos meses; es decir, se trata de una de las formas de expropiación que el capitalismo realiza en el ciberespacio y que muestra la tendencia del capital a separar a los trabajadores del intelecto general, siendo el trabajo volcado en la red utilizado para borrar la distinción entre capital variable y capital fijo de tal manera que las empresas, tal y como señala Santiago Caruso durante el mencionado debate, dudan entre contratar a nuevos artistas y utilizar las IAs.
Aunque Caruso acierta en sus análisis acerca de la expropiación el trabajo artístico en el ciberespacio, no parece concebir una alternativa que no pase por tratar de llevar a las empresas a los tribunales de los Estados. A este respecto, Deleuze y Guattari señalaban que el Estado pone los axiomas que requieren las tendencias económicas del capitalismo; al fin y al cabo, el Estado es una de las condiciones de la reproducción del capital que sirve para que este no se desterritorialice hasta su muerte. Es decir, Caruso propone una salida judicial que no soluciona el problema sino que lo inserta en el Estado, que opera desde un autonomía muy relativa respecto al capital y los intereses del dominio. Por otra parte, Antonio García Villarán se mantiene en una posición optimista señalando que las IAs podrían servir para ahorrar tiempo de trabajo a los artistas y que carecería de sentido tratar de frenar la creciente implantación de las nuevas tecnologías.
Pero: ¿podemos concebir una tercera alternativa entre el pesimismo de Caruso y el optimismo de Villarán? A este respecto, la filosofía utópica se ocupa de estudiar las precondiciones lógicas de aparición de los fenómenos de estudio y, aunque en esta breve reflexión no podemos extendernos sobre un tema tan amplio, podríamos considerar a las IAs como uno de los inventos relacionados con la cibernética en particular y con la tendencia del capitalismo a la desterritorialización de los flujos (como los flujos de trabajo) en un plano más general; es decir, el capitalismo tiende hacia su final, en el sentido de que el capital huye de todo, incluyendo los Estados o la propia forma de la moneda o el dinero, sustituida ya por el signo; así, hace obsoleto el concepto de plusvalía que veníamos manejando antes de la irrupción del ciberespacio.
Lo que queremos destacar aquí es que la resistencia que podemos plantear, la línea de fuga, es anterior al poder y al aparato de captura que este opera por ejemplo a través de la utilización de nuevas tecnologías e inventos como las IAs. Las inteligencias artificiales dependen actualmente del cercamiento o privatización de la red, en tanto que el ciberespacio amenazaba al control de los flujos, y el capital requería de nuevos axiomas. Que el Estado cercara el ciberespacio proporcionando las condiciones necesarias para la implementación del mercado resultaba, pues, una imperiosa necesidad para el capital. Quienes vivimos la implementación de la red a niveles masivos durante finales de los 90 y comienzos de los 2000, sabemos que el ciberespacio era totalmente diferente por aquel entonces, cuando todo parecía posible; durante aquellos años surgieron diferentes movimientos revolucionarios, como el del software libre, y también las ciberutopías.
Las ciberutopías de los años 90 fracasaron porque no tuvieron en cuenta la infraestructura de la red. Nosotros somos herederos de dicho fracaso y podemos aprender de las experiencias pasadas concibiendo un uso liberador de la tecnología cibernética. En este sentido, habremos ganado la batalla desde el momento en que hayamos hecho entrar las IAs en otros agenciamientos que no sólo afecten a la máquina y al trabajo sino también al deseo que fluye en el plano infraestructural y no en la superestructura, como creían las ciberutopías de los 90 que se centraban en temas como el cuestionamiento del yo y de la identidad a través de la red. Es una cuestión de proceso y, por tanto, llevar a las empresas que desarrollan las IAs a juicio, tal y como sugiere Caruso, sea quizás el comienzo de algo mucho más grande; no lo sabemos, no podemos saberlo en tanto resulta imposible predecir el curso del proceso; lo que sí tenemos muy claro es que dicha iniciativa sería tan sólo el primer paso.