(Imagen generada con IA)
La creación de la hora
Víctor Atobas
Bajo la barquilla
colmillo de orca
y mar
corola mareomotriz dónde
brilla coralina
la joven de la perla,
pregunté al vermer de la belleza
hasta que al fin me zambullí puente
de plata al camino marcado
y logré emerger en el pintado parque;
un parque alargado con dilapidación de agosto
donde lo mismo cabían un borbotón de liquen negro
que un arco de encendido luciernagal;
fue entonces, recuerdo,
cuando vi a unos jóvenes
que se bañaban en cascada
de resplandeciente
perla;
tras librarme de las ataduras del miedo,
me acerqué hasta aquellas hermosuras
en plena síntesis rebelescente;
a partir de ese momento,
fui consciente de que había llegado
hasta el sueño del pueblo.
La dicha fue tal,
el encuentro tan bello
que volví a cumplir dieciséis rompientes en acantilados.
La dicha fue tal,
el encuentro tan bello
que empecé a soñar con mis nuevos amigos
urdiendo planes para quemar la júnjuma colina
acurrucada en curruca de pura trágala
que lanza y encádena decasilabá madura
cadena
ya
oruga marina
medusa cueva
ciempiés atiza
cadena
ya
–junto a mis nuevos amigos
quemaba la madura
madura
júnjuma colina
y el sueño me extasiaba
como el fulgor de la cruz
sobre las aguas de la nueva Bensalem.
La dicha fue tal,
el encuentro tan bello,
amigos míos: del cielo descolgamos abandono
del reloj de puño número,
parimos una atrevida hora
que no cabe en golpe de manecilla,
una hora que refresca su llamada
a cada arroyo de día.
Nosotros respondemos ahora:
agua
y fuego.
Nosotros responderemos luego:
perla
y ámbar
a nuestra creada
hora.
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