(Imagen generada con IA)
La delicia turca de tu boca
Víctor Atobas
I
A capricho del conde drácula
transilvania plato
sanguinolento
soplo turbina
de amostazada carne
teniendo el coño de la trágala en la espalda,
habiendo ido a comprar balda de adobado lomo
al corte inglés pozo en irlanda
y licor de malta con graduación de despiste
esperando resguardarme en la destilería
del estrecho whisky de la pesepé
para embriagarme con el plástico
de la bolsa de la cola de la compra.
Terruños de recuerdos ímpera
américa tierra sumergiré
en el acuoso flujo de la atlántida
para que la memoria se diluya
en la resaca del coral.
II
Desde la cuenca orbital
del cenagal de la alegría vergonzosa,
el ojeroso cartero
sonríe lamiéndose
su propio chocho en escozor
de falo en sorgo,
sabiendo que va a entregarme
los rotuladores chantajes
de unos estafadores iberdrólicos
y la carta quema.
Cuando arribo a nuestra creada hora
te encuentro, niña eléctrica,
junto a las aguas de otras perlas,
sentada en la remontura de la playa;
te enseño el raspón del número
en la grabadura del codo betadine,
como si hubiera caído
en la pastilla de crudo metro en medianías
de un atestado barrio de moscú;
entonces das un salto
de bailarina de ballet ruso
dejándome confuso pues,
cuando espero que me regales un pequeño consuelo
mentando la madre de los iberdrólicos
señores que estafan con lavenia de la ley,
atizas el cielo con otero de lamento
y no comprendo
por qué
por qué agitas furioso el color de las nubes
con voltios encrespados en truenos,
no comprendo hasta que advierto
el hundimiento de tus ojos en salada montaña
sin resquicio del mover mahometano,
hasta que recuerdo que las dunas
de plomo al hombro de otro amigo
te pesaron con la proliferación del cactus
y que, por tanto, no estás invocando a la espinadura
de la supuesta culpa de mis orejas,
sordas ante la empresa engrisadera
de la ley del provecho,
sino maldiciendo a la negrura de la ostra
que mordisquea la carne
del blanco glóbulo de tus amigos.
En rizos de luces
me llega el atrueno dulce
de la delicia turca de tu boca, niña eléctrica:
pierde cuidado
por la compañía inquisidora
que me pregunta por la prueba ontológica del capital
en múltiplo de empresarial dictadura;
no necesito que me dejes fondos,
sino que me tomes en el vendaval de tu tormenta
arrancando de cuajo la musculatura
de las radios de los guardacostas
en caladura moral de anatomía júnjuma
para, así, poder atravesar juntos el muro del mar
y alcanzar la ventura
de la orilla aún ignota…
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El encuentro de mi novia con los júnjumos pitufos
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