(Imagen generada con IA)
La rotura del silencio
Víctor Atobas
Berlín de roscas júnjumas
rizos de médulas mordiendo sus propias colas
de metal alemán rótula múnich en la cabeza de la vecina
que llega hasta el llamado de mi puerta con nudillos
inflamados por el giro de la tuerca única
trágala pelambrera de angora endurecida
y ni te muevas:
¿estás loco?,
a partir de las once es obligatorio el silencio
en el edificio por ley o llamo a los agentes;
mis amigos escuchan estupefactos el dictum alemán
no sin antes haberme preguntado
durante la cena de una onza de cacao en polen
cuál es el nombre que evoco por la noche.
¿Nombre
de mujer?,
mi musa tiene más de uno
y tiemblo al pronunciarlo:
úrsula
tiemblo
úrsula
con la mandíbula en ósea castañuela
aun la cocaína de los andes es buena
como la altura de la ilusión navideña
antes de roturar la nevosa represa
erigida por el hielo gris de los reyes pochos;
el líder del grupo enseña zarpa y diente de sable
estás loco atobas
atobas estás loco
y tú, úrsula, respondes:
más loca estoy yo
con el estiramiento de las acentuaciones
intensificadas con el desprendimiento
de la blancura del vuelo de un ave de migraciones
mientras te inclinas sobre la mesa
y repites, sin que tu interlocutor responda:
más loca estoy yo.
Úrsula
musa mía
tú curas la herida
infligida por los golpes de la gélida censura,
tú curas la herida
con la rotura de la placa añil del silencio;
siempre que requiera la apertura de mi espíritu
buscaré, úrsula, tu abrazo tendido en el calor
de la palabra afín.
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