Mayúsculas y minúsculas

cuando queremos ser críticos con el poder solemos dirigir nuestras críticas a los sistemas ideológicos, a los políticos, a los de arriba, a grandes temas como la metafísica, la esperanza religiosa, científica o revolucionaria. sin embargo hay algo más cercano, más inmediato, que se nos suele escapar: el lenguaje, con sus etimologías reveladoras, sus cargas ideológicas clasistas, machistas, militaristas, homófobas, etc. hay algo en el ámbito de la expresión del lenguaje todavía más inmediato, más difícil de ver: no se trata ya de la reflexión sobre el significado de las palabras, sino de las normas de la ortografía. bajo el pretexto de la prevención contra el caos y la incomunicación se impone una tradición normativa que conforma lo que llamamos las reglas de ortografía. la amenaza es clara: si no escribimos todos igual la lengua degenerará, las personas no podrán comunicarse, el cielo caerá sobre nuestras cabezas si alguien escribe vaso con «b», dios se agita en su tumba cada vez que alguien omite una hache.

y no es sólo la escritura, la mayoría de las gramáticas (con honrosas excepciones como chomsky) son un recetario ciego de reglas al estilo de los manuales sobre «los buenos modales en la mesa». en realidad lo que se enseña cuando se obliga a los alumnos a someterse a las normas de ortografía es a obedecer, el dispositivo que se crea subrepticiamente es: «pobre de ti si no cumples estas normas, obedece». se aprende a asentir sin comprender (la base de la democracia actual): no se dan explicaciones de por qué es mejor «si yo fuera» que «si yo sería», o por qué hay que usar mayúsculas cuando se habla de una persona o de un estado; se inoculan el respeto y el miedo por medio de esas letritas aparentemente irrelevantes que ponemos más grandes que las demás, las llamadas mayúsculas. la función de esta formación es reguladora, normalizadora, es una función de jerarquía, no de conocimientos. lo que es un producto del azar y del tiempo se hace pasar por una ley universal e inamovible, se diría que el hecho de escribir «harina» con hache mantiene la vida sobre la tierra, o que escribir «el buelo de los pájaros» nos va a condenar a todos al séptimo infierno. hay que usar el buen castellano (pureza de sangre y de la letra).

el ejemplo de las mayúsculas es especialmente interesante. pocas reglas son tan inútiles y tan arbitrarias como la de que hay ciertas palabras que hay que escribir con una letra más grande que las demás palabras (es como la business class de la escritura). esta regla justifica el poder. hay una minoría que tiene que mandar (ésos se escriben con mayúsculas, porque son más grandes y más importantes, y ojo con meterte con uno de ellos) y quienes deben ser mandados (los que van en minúscula, la inmensa mayoría). no es casualidad sobre qué se aplican las mayúsculas, precisamente sobre la identidad personal (el nombre propio) y sobre todo lo que ha creado el hombre en su delirio de dominación: ciudades, estados, títulos de nobleza, especificaciones sobre la geografía.

este delirante monumento al narcisismo no deja de producir efectos. el ser humano ha creado la ficción de que la naturaleza es divisible (para explotarla), de que se puede poner nombre y frontera a los mares como si fueran algo discontinuo, de que se puede recortar una montaña de su cordillera, o un territorio de otro. así se crean los estados, delimitando una frontera física y otra discursiva (el nombre del país), así se configura una naturaleza cuyo destino sería servir al hombre sin que éste deba darle nada a cambio. las mayúsculas dividen, cortan, distinguen, crean identidades (luis, pedro, el estado español, fernández, incluso el yo, en el caso del inglés), refuerzan la idea del respeto en su peor sentido (el miedo): la guardia civil, su majestad el rey, ilustrísima, señor don. asientan la obediencia ciega en nuestros corazones: se escribe con mayúscula porque sí, por que siempre ha sido así, porque lo digo yo. la ortografía es una ortopedia invisible y sin dueño.

¿qué es un nombre propio? la marca de la propiedad es la mayúscula, lo común va en minúscula (son meros nombre comunes). los atributos divinos, los tratamientos al superior, ciertos colectivos (el reino, el clero, el ejército) de poder se distinguen del pueblo por medio de esa orgullosa letra que se infla al inicio de la palabra.

esta máquina de crear dioses es también un generador de esencias. nada mejor para la tradición ontológica que unas mayúsculas salpicadas aquí y allá para dar al texto una presunta profundidad, para crear la sensación de que se ha capturado la esencia del universo, de la sociedad o de la explotación (el estado y el capital, por ejemplo).

ciertamente la ortografía es muy útil para la supervivencia de la universidad. es más, es su fundamento. si dentro de 65 millones de años los humanos quisieran recuperar el código genético de la universidad (especie que desapareció a finales del siglo xx), podrían hacerlo fácilmente si encontraran un manual de ortografía en el estómago de un mosquito conservado en ámbar.

la crítica contra las diversas dominaciones, contra lo que llamamos un poco fácilmente el poder, no pasa sólo por los grandes dircursos, es algo mucho más sutil. es cómico ver textos que se pretenden hipercríticos y subversivos plegarse dócilmente ante las mayúsculas, y ante todas las normas de la ortografía. no sirve de mucho decir cosas torcidas si las escribimos rectas.