La autoridad se la dejo a las ratas.

 

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La autoridad se la dejo a las ratas.

Víctor Atobas

 

La raterí me persigue:
un millar largo de ratas
que tratan de dañar
royendo todo lo grande,
queriendo hacerlo más pequeño.
Oh, estás muy mal
–dicen luego de tratar de avergonzarme
no lo decimos porque nos moleste tu felicidad
ni tampoco porque seamos ratas envidiosas:
deseamos herirte por tu propio bien
–así hablan las ratas.

Ratas saltadoras de mérito en mérito
seguid comiendo heno de la pradera
en vuestras anchas jaulas con sustrato de desespero:
ratas policías
ratas fascistas
ratas periodistas
ratas profesoras
ratas sacerdotales
ratas chivatas que os hacíais pasar por mis amigas
ratas más o menos familiares
vosotras que tenéis tantas ganas
de santa roedora inquisición
os respondo:
oh, yo no sé nada de nada
la autoridad os la dejo a vosotras – ratas
putas ratas de mierda
seguid comiendo heno de la pradera
un fardo y otro de heno pienso y pasto forrajero
y escuchad vuestro eco una vez más:
nihil
nihil
nihil
ni-una-pizca-de-fina-música
en vuestra alma
sólo sonidos de raterí
el ra-ra-ra del roer
perseguir hacer daño
con vuestras palabras rateadas:
tú debes
tú eres culpable
tú no vales para nada
tú eres mal hijo
mal alumno
mala persona.

Yo os respondo:
¡Qué os aproveche el heno de la pradera
y el ra-ra-ra del roer!

La autoridad os la dejo a vosotras,
ratas hediondas:
los artistas guerrilleros nos parecemos
más a los burros.
Los asnos no queremos saber
de asuntos de roedores
de honores ni autoridades,
nada de eso:
sólo madera de hierro
en el frío del monte
que es calor de guerrilla
–ígneo fulgor de la sombra.

Tanta felicidad en este gran peligro de muerte
tanta luminosidad en esta perlada soledad
de artista guerrillero
que, con escasos medios,
lo mismo se mueve en un arte que en otro
lo mismo un videojuego que una novela
una imagen un ensayo
un cuento un experimento
una filosofía de la utopía
un aliento a la revuelta en el barrio
lo mismo un poema que un político lema:
fuck autority,
qué os jodan, putas ratas del sistema.
¡Seguid comiendo heno de la pradera
un fardo y otro de heno pienso y pasto forrajero!
¡Seguid en los campos y llanuras,
que yo seguiré en las alturas haciendo arte
–arte para los burros y las criaturas
de la fría serranía!

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Nos gusta ser unas zorras: capitalismo y deseo

Como en la mítica canción de “Las Vulpes”, nos gusta ser unas zorras, o también, a las zorras les gusta ser nosotros. ¿Ser qué? ¿Zorras? No; nosotros. ¿Nosotros? Nos preguntamos en un cierto sentido, muy alejado de la moral, en el que lo importante es saber cómo podemos gozar de vendernos a la familia, al trabajo o al empresario de turno, al Estado, los partidos, la Iglesia, etc. Nos referimos, más concretamente, a cómo el capitalismo es capaz de traducir nuestros deseos.

Muchas personas vivimos dentro de espirales, laberintos sin salida aparente, paréntesis que, pensamos, serán rotos por un acontecimiento aún por venir. Y es que al deseo lo sigue un grito que, por desgracia, no suele ser articulado políticamente más que en ciertos episodios de la acción colectiva en el que la facultad transcendental de la sociedad, al fin, se alcanza. Nos referimos a la libertad, a la fuerza de amar, el calor popular que vivimos durante el 15M. Ante el grito que lanzamos ante el encerramiento en el laberinto, hay dos vías alternativas: o una se acostumbra y se inhibe, o se produce un encuentro. Por desgracia, en nuestras sociedades cada vez resulta más complicado encontrarse con el otro sin la mediación de la competencia. Cuando el otro aparece como un peligroso competidor, el deseo inconsciente oscila a su lado más reaccionario.

Este laberinto al que nos referimos es una metáfora de la traducción que el capital hace de nuestro deseo: pero no el capital como dinero, sino como campo en el que se registra el deseo. ¿Deseas ser feliz? El mercado te ofrecerá lo que necesitas. Pensemos esta idea del capital con Deleuze, es decir, como cuerpo que registra y traduce el deseo como un campo yermo sin parcelar; en el centro de éste hay un agujero negro que absorbe. Se trata de la moneda de pago, del precio en cierto sentido; después de la descarga del deseo, sigue el pago con la moneda y, finalmente, el retorno de la intensidad. Un ejemplo de esto lo encontramos en el psicoanálisis: se produce el deseo de confesar, pero la terapia psicoanalítica ha de pagarse con moneda. Después de pagar y salir de la consulta, regresará el deseo de confesar. Y lo mismo podría decirse de consumo: uno desea reconocimiento, darse una imagen que transmita al otro de tal o cual manera, por ejemplo, de modo que compra y después de pasar por caja vuelve a retornar ese deseo por consumir.

Esto es perverso, en cierto modo, puesto que la traducción que el capitalismo hace de nuestros deseos también comprende lo que Lyotard llamó “goce prostitutivo”, que podríamos entender como el placer que da venderse a la familia, al patrón, al marido, la esposa o a las redes sociales, entre otros muchos ejemplos. No se trata de que nos guste ser esclavos; a nadie le gusta eso. Sino de que nuestros deseos se vinculan siempre a lo social, y por tanto, a la posición que ocupamos en las múltiples relaciones que mantenemos en la sociedad. Es lo que hemos escuchado a algunas de esas personas tan autoritarias; si tienes que hacer algo como venderte al jefe o patrón, si tienes que venderte a la familia o a tu pareja para no acabar viviendo en la calle o aceptando algún trabajo en condiciones semi-esclavistas; pues entonces, dice la autoridad, más vale que lo hagas contento. Esto es: desea esa supuesta salida que tienes para sobrevivir, quiere esa trampa de allá. Pero como dice el poeta Conrado Santamaría en uno de sus maravillosos e impactantes versos, dicha salida es: “carrera atroz trampa adelante”. Por un lado producción y traducción del deseo por parte del capital, y por otro las viejas trampas de la autoridad.

Sólo Las Vulpes se atrevieron a decirlo; nos gusta ser unas zorras. Pero nosotros no hacemos juicios del deseo del otro, huimos del nihilismo. Si un señor goza de hacer bien su trabajo, es decir, de ser productivo para el propietario o patrón que trata de exprimirle al máximo más allá de toda consideración humana, entonces sólo podríamos decir que siga gozando. Pero se da la paradoja de que vivimos para trabajar y trabajamos para vivir, de modo que añadiríamos algo más; ese señor está atrapado en un laberinto, cómo no iba a ir contento al tajo si es la única vía que se le ha dejado para no volverse loco, si ya se ha acostumbrado a esforzarse para soportar a su jefa. De lo que se trata entonces es de producir encuentros en los cuales el deseo no sea traducido por el capital: aunque nos obliguen a trabajar y ya no podamos soportar ir enfadados al tajo, mantengamos o busquemos esas conexiones de nuestro deseo que nos permiten salir de la lógica de la competencia, la frustración y el resentimiento.

Pero para encontrarnos, debemos hacer la diferencia. Siguiendo las ideas de Deleuze y de Lyotard, ésta se hace a partir de una negación “inicial”: no nos haréis gozar de que tengamos que vendernos para trabajar. Esa negación opera como diferenciante entre dos series: una en la que hablaríamos como trabajadores que gozan siendo arrastrados por la conduit del poder, que compiten entre sí resintiéndose de su propio aislamiento, y otra narración en la que soñamos con dejarlo todo y escapar, para no volver. Entre esas dos series, la diferencia es el ¡NO! que opera como la afirmación centelleante de la diferencia. ¿Y qué es elevar nuestro deseo a la máxima potencia sino querer que regrese esa afirmación? Eterno retorno del deseo. Aquellos grupos e instituciones a los que nos vendemos no soportan que articulemos los gritos de nuestros deseos.

 

 

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Capitalismo y vida

Publicado en CuartoPoder

El Capitalismo en su nueva fase neoliberal se ha constituido en algo más que la extracción de plusvalía en la relación Capital-Trabajo. Ahora intenta marcar simbólicamente la vida de los cuerpos hablantes y a la experiencia subjetiva de los mismos. Por ello, en este modo de producción de subjetividad, se vuelve una pregunta crucial y pertinente: ¿qué parte de la vida puede eventualmente no ser apropiada por dichos dispositivos de producción?

Hace ya bastante tiempo que Lacan anticipó en su enseñanza dos catástrofes en el orden simbólico, lugar donde el “animal humano” se convierte en “sujeto”. En los años 40, en su primera profecía, Lacan señaló ya el declive de la función paterna, un punto de anclaje vital para que el sujeto se sitúe en algunas coordenadas que le permitan orientarse en la existencia sexuada, hablante y mortal. Era la marcha incesante del discurso de la Ciencia ahora devenida en Técnica la que propiciaría esa declinación de la función paterna. El otro anticipo era su tesis sobre el “discurso capitalista”, un discurso que en su funcionamiento homogeneizante y circular lograría hacer ingresar y capturar a las distintas experiencias humanas en su circuito interminable y sin corte o ruptura alguna.

Actualmente, después de estas anticipaciones lacanianas, podemos ya revisar el paisaje actual y verificar los diversos estragos del “discurso capitalista”. Nos encontramos con niños malcriados y caprichosos, pero que sin embargo son capturados desde muy temprano por distintos protocolos de evaluación donde serán diagnosticados y examinados en sus competencias, siempre en una lógica segregativa. Hoy en día un niño ya se puede “equivocar” desde muy temprano según el criterio de diversos expertos.

Jóvenes que se eternizan como tales  en una vida sin “causa”, porque ningún legado simbólico los invita a separarse de una apatía de goce solitario y automático. Adultos eternamente jóvenes, o que buscan vivir bajo ese mandato de ser joven a cualquier precio, que compran juguetes-objetos en  una vida de consumidor-consumido. Hombres y mujeres que descubren que su experiencia no ha dejado huella alguna, porque tampoco en sus vidas recibieron un legado simbólico por el que valía la pena luchar. Ancianos hacinados, absolutamente destituidos en su palabra y su experiencia de saber esperando una muerte indigna en instituciones horrendas.

Hombres, mujeres y otros sexos asumidos, esperando lo que no llega, porque no llega el trabajo, no llega una verdad que sorprenda y haga que la existencia se divida y no se refugie más en su falsa unidad y no llegan los recursos, mientras a su vez se sienten culpables por envejecer o morir. Hombres que matan a mujeres dominados por la desaparición de su virilidad y asediados por su impotencia en el amor.

Tal vez en este abrupto paisaje contemporáneo, donde se podrían dar muchos más testimonios de la erosión de los lazos sociales provocadas por el Capitalismo se pueda captar que actualmente una política con trazos emancipadores debe disponer una teoría del sujeto y las posibilidades que puede desplegar en una praxis, donde su vida como sujeto no esté totalmente cautivada por la trama del mercado y su despliegue. Finalmente se trata de pensar, por parte de la izquierda, en un orden simbólico, que al no ser inventado por nadie, tampoco por el capitalismo, porque en la lengua habita lo común que no pertenece a nadie, pueda tener lugar la vida inapropiable. Enorme tarea…

 

 

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