Sobre el debate del meta–sindicato del videojuego

Sobre el debate del meta–sindicato del videojuego

Víctor Atobas

 

Continuación del debate sobre el meta-sindicato del videojuego

Lee otras partes del debate:
– Parte I: Acerca del meta–sindicato del videojuego
– Parte III:La apertura del meta–sindicato
– Parte IV:Contra el algoritmo: el amor a Jasper y la necesidad de un arma meta–sindical

 

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En el anterior artículo traté de expresar la necesidad que sentimos tanto los desarrolladores indies, como también los creadores de contenido y el resto de trabajadores del ciberespacio, de crear una nueva forma de organización que supere las estructuras de los sindicatos clásicos. Así, apuntaba que a los únicos a quienes resulta útil la herramienta sindical es a los trabajadores garantizados, por lo general de una cierta edad, que tienen puestos estables y desarrollan biografías lineales. Sin embargo, nosotros somos trabajadores no garantizados –o precarios, si se prefiere ese término– que desenvolvemos nuestra labor en un medio cambiante como el ciberespacio, un medio rebosante de potencialidades tecnológicas que están siendo apropiadas por los intereses del dominio.

Durante los debates colectivos en los que participé: el 15M, el movimiento contra Bolonia o las apasionantes batallas del movimiento vecinal burgalés contra la especulación, me equivoqué y de esa manera aprendí que uno nunca puede estar seguro del curso que seguirá la invitación al debate o la propuesta planteada; por eso no me extraña no haber sido comprendido en un principio. Eso está bien; que no se me entienda en un principio es una buena señal –es algo que, como digo, viví en las luchas contra la especulación en Gamonal (Burgos)–; es el signo de que algo no pasa, pero puede pasar.

Esto me llena de alegría, amigos y amigas: el saber que algo no pasa pero puede pasar, el no ser comprendido cuando planteo que necesitamos crear una nueva forma de relacionarnos y organizarnos no sólo para defendernos de la lógica destructiva del mercado sino también para atacar al sistema liberando las potencialidades de la máquina. A este respecto preguntaba: ¿acaso las únicas opciones con las que contamos los trabajadores no garantizados del ciberespacio se reducen a solicitar el auxilio de sindicatos clásicos que no nos ayudan, tratar de tener buena suerte a la hora de buscar amistades o seguir indefensos?

La mayoría de los comentarios que respondían a dicha pregunta se desviaban en seguida hacia cuestiones personales, y supongo que tengo cierta responsabilidad en eso; al fin y al cabo, en el primer texto había apelado al grupo formado por algunos de los desarrolladores indies más conocidos en España (Alva Majo, Guinxu, Kony, etc.), como también a mi propio caso, pues consideraba que en esa fase de irrupción del debate lo mejor era que me atreviera a hablar en nombre propio ilustrando las cuestiones abstractas con ejemplos concretos. Lo que deseaba a este respecto era señalar nuestras dificultades para concebir nuevas formas de organizarnos. En una primer versión del texto recurría al concepto hegeliano de actualidad, que incluye sus propias potencialidades en tanto estas no son algo separado de la actualidad que estuviera descansando en el futuro o en una suerte de universo alternativo, para comprender así que la potencialidad o la posibilidad se encuentra ahora en lo real. Sin embargo, la argumentación filosófica me parecía demasiado abstracta para invitar al debate, con que eliminé las referencias hegelianas y puse el ejemplo del mencionado grupo de desarrolladores indies como ilustración de un grupo operativo que nos permitía pensar algo nuevo que podíamos llamar meta–sindicato.

Señalaba que el meta–sindicato debía interpelar a los creadores de contenido y a los trabajadores que utilizan las nuevas tecnologías, pues todos compartimos las mismas problemáticas. Por ejemplo; cada vez resulta más habitual que Youtube me recomiende vídeos en los que Pablo González (Caith Sith), Dan (Puerta al Sótano), Borja (Saselandia), Lara (Indies con Lara) u otros creadores de contenido denuncian estar sometidos al propio algoritmo de Youtube que me recomienda esos mismos vídeos. Es una jodida situación demencial, y lo que más me saca de quicio es el hecho de que aún nos cueste tanto organizarnos para hacer frente a las condiciones que imponen plataformas que no tienen absolutamente ningún contenido; son lienzos en blanco que pintamos con nuestro trabajo. Pero, ante esta situación: ¿lo único que cabe es que permanezcamos ciegos o sumidos en una suerte de lamento continúo?

A este respecto recibí los comentarios de un amigo francés, que trabaja como youtuber y streamer; decía que estaba muy intrigado por el artículo acerca del meta–sindicato porque pensaba que no existían formas en que los creadores de contenido como él pudieran organizarse. Ahí hay algo que pasa: los desarrolladores y los creadores de contenido tenemos los mismos problemas y nos necesitamos mutuamente; París, Tokyo, Estambul, en cualquier parte del planeta nos necesitamos.

Por tanto, cabe destacar que el concepto de meta–sindicato no sólo refiere a la superación de las estructuras clásicas de representación sindical, sino también a la necesidad de ir más allá de la estrecha tierra de la patria para comprender que hoy en día asistimos a batallas globales en las que el poder trata de capturar toda tecnología e imponer un uso de esta que resulte funcional a los intereses del dominio. En el fondo sabemos perfectamente que las tecnologías e innovaciones utilizadas en los videojuegos pueden ser utilizadas de otras maneras; lo que hoy sirve para someternos, mañana puede resultar útil para liberarnos.

La filosofía también puede servirnos; los conceptos son armas. A este respecto, quisiera señalar que la necesidad de inventar un concepto como meta–sindicato, ciber–sindicato o como queramos llamarlo, pasa precisamente por la urgencia de nombrar una nueva realidad caracterizada por la virtualización de la sociedad –especialmente tras la pandemia–, una nueva realidad en la que podemos formar grupos que escapen de las lógicas del mercado y del Estado así como desencadenar las potencialidades liberadoras de la máquina. Sin embargo, creo que la relación con el pasado resulta problemática –en cierto modo, es necesario que sea problemática– puesto que los símbolos que remiten a las luchas y sueños de nuestros antepasados, como los símbolos del comunismo, no funcionan ya para intensificar el debate colectivo. Por tanto resulta necesario que además de pensar nuevas formas de organizarnos y relacionarnos entre nosotros, inventemos símbolos que nos ayuden a interpelar a toda la sociedad; pues, al fin y al cabo, todos padecemos el control del algoritmo de acumulación y desigualdad llamado capitalismo.

Porque el futuro no está cerrado, sino abierto; ¡estamos al comienzo de la esperanza!

 

 

 

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Textos relacionados:

Acerca del meta–sindicato del videojuego (Primera parte del debate)

El impulso utópico en el pensamiento de Fredric Jameson (Tesis Doctoral)

La muchacha alada (Poema)

¿Somos herederos de Moro? El juego sobre el fundador de Utopía se lanzará el 9 de julio en Steam. (Noticia)

La utopía cibercomunista. A propósito de Paul Cockshott y Maxi Nieto. (Artículo)

Utopía en tiempos del coronavirus (Artículo)

Reseña de «Marx y el comunismo en la era digital», de Maxi Nieto(Reseña)




Tiempos modernos

Ya no compramos ni alquilamos libros, películas, música ni videojuegos; los descargamos directamente a nuestros dispositivos por un módico precio o tras pelear un rato buscando una versión libre o pirateada.
Miramos con nostalgia las librerías, tiendas de música y videoclubs cerrados como vestigios del pasado sin pensar en qué fue de quienes trabajaban allí ni qué parte de nuestras costumbres sociales se perdió con estos lugares.

Todos conocemos las ventajas de la compra por Internet; podemos adquirir cualquier cosa desde la comodidad de nuestro salón con un simple clic y normalmente a un precio algo más barato que en la tienda del barrio, incluso contando con los gastos de envío. También deberíamos entender de dónde viene esta diferencia de precio: menos intermediarios, menos puestos de trabajo.

A día de hoy ya podemos vislumbrar los próximos avances que nos depara el futuro cercano: algunas empresas automovilísticas empiezan a anunciar sus pioneros sistemas de conducción automática y el primer autobús no tripulado experimental ya recorre las calles del parque industrial y tecnológico de Guipúzcoa. Al mismo tiempo, el proyecto anunciado por las empresas de venta online de realizar los envíos a domicilio mediante drones comienza a ser una realidad, también en fase experimental, en algunos países. Todos estos nuevos proyectos tienen un factor en común, el mismo que ha marcado la tendencia a la mecanización de todo trabajo desde la Revolución Industrial: el elemento humano es cada día más innecesario

No es difícil ver hacia dónde nos lleva esto: el destino de transportistas, conductores de autobuses, trenes y metros, como el de tantos otros profesionales será el mismo que el del chico que trabajaba en la tienda de música, el pequeño comerciante que no pudo competir con el gran supermercado que se instaló en el barrio o las cajeras sustituidas por una caja de autopago.

No, esto no pretende ser un manifiesto primitivista, ni demonizar la tecnología, tampoco es el objetivo tratar la falta de ética y de humanidad de nuestro sistema de producción y consumo; la mano de obra (semi)esclava y habitualmente infantil, la obsolescencia percibida o programada, etcétera. Estos no son problemas inherentes al avance tecnológico, sino elementos deseables del actual modelo de desarrollo económico. No nos confundamos, no es lo mismo.

El avance tecnológico es una constante en la evolución de las sociedades humanas, la cuestión es que estamos llegando, como tantas otras veces en la Historia, al punto en que el sistema dominante demuestra ser incapaz de adaptarse al ritmo al que avanza la sociedad. En este momento la invalidez del actual sistema económico no es ya una cuestión ideológica sino una cuestión práctica. Es posible que el capitalismo haya sido positivo o incluso necesario durante una época para el desarrollo de la Humanidad, pero aunque así sea, a día de hoy únicamente lo entorpece.

Mientras los poderes económicos actuales financian la investigación y desarrollo de aquellos avances que les pueden aportar beneficios, no dudan, por el contrario, en obstaculizar el desarrollo de aquellos que podrían perjudicarles. La competitividad que en su día impulsó el desarrollo hoy es un mito. Proliferan los trust, oligopolios y lobbys cuyo único objetivo es asegurarse sus réditos, a costa de lo que sea: evolución, naturaleza, animales o vidas humanas… no hay límites. Las energías renovables son un buen ejemplo: los lobbys energéticos llevan años oponiéndose a su investigación y boicoteando su implantación hasta conseguir imponer políticas como la actual española, que grava el aprovechamiento de la energía solar. Los trust de las empresas automovilísticas y petroleras han retrasado 20 años la comercialización del coche eléctrico y la industria farmacéutica ha decidido que es más rentable medicar a los enfermos con paliativos que curar sus enfermedades, todo ello dentro de un proyecto de globalización en el que no hay más valor que el dinero, y dónde todo se mide en simples conceptos de rentabilidad, sean materias primas o vidas humanas.

Y por encima de todo la gran paradoja del sistema capitalista: un sistema cuya supervivencia depende de mantener, cuando no acrecentar, el nivel de consumo, predica que reducir el horario laboral va contra los intereses económicos, los servicios públicos son competencia desleal, ayudar a los desfavorecidos perjudica a la economía, incentivar al pequeño comercio y a los emprendedores interfiere con el libre mercado y la democracia asusta a los inversores extranjeros. Nos indica que el camino a seguir es continuar mermando la capacidad adquisitiva de las clases medias y trabajadoras, eliminar el sueldo mínimo, privatizar los servicios públicos, abolir los subsidios por desempleo y acabar con las pensiones y todo tipo de ayuda económica, mientras sus grandes empresas transnacionales aplastan al pequeño empresario, deslocalizan la producción, importan materias primas en detrimento de las autóctonas y aplican a sus trabajadores condiciones laborales draconianas que hunden en la precariedad, de una sola tacada, al sector agrícola y ganadero, al sector industrial, al sector servicios y a las PYMES. Llevándonos hacia una sociedad formada por millones de desempleados sin ingresos y abandonados a su suerte. El mercado podrá vivir sin trabajadores pero no puede vivir sin consumidores. Como la fábula del escorpión y la rana, nuestro sistema económico se ahogará por su propia avaricia.

Decía José Luis Sampedro en una de sus últimas entrevistas antes de morir que el capitalismo está agotado, va a desmoronarse, como se desmoronó el sistema feudal, la cuestión no es si se va a acabar o no, la única cuestión es qué va a venir después.

Así el objetivo hoy en día no es cómo salvar el sistema, ni reformar por enésima vez el capitalismo, ni obcecarnos en un “modus vivendi” que a día de hoy resulta obsoleto. A al evolución se la puede ralentizar, pero nunca parar. Incluso la Edad Media dio a luz la imprenta que acabaría por asesinarla.

El objetivo es, sin olvidar las experiencias del pasado, empezar a plantear una alternativa viable de futuro, una alternativa racional, equitativa y sobre todo humana; aprovechar las ventajas que nos brinda el desarrollo tecnológico: con los avances en la industria agro-alimentaria la superpoblación no es un problema real: hay alimentos para todos, con el desarrollo industrial no es necesario que nadie trabaje ni 10, ni 8, ni 6 horas diarias, ni tampoco es inevitable el desempleo… No existe razón lógica, fuera del afán de lucro, para que vehículos y electrodomésticos se fabriquen con una vida útil de 5 años cuando es completamente factible que esta sea de 20 o 30.

No hay ninguna razón, aparte de la avaricia que explique por qué a día de hoy, en pleno siglo XXI, se considera “normal” e “inevitable” el desempleo, el hambre, la explotacióno la miséria cuando hace décadas que los avances tecnológicos hacen posible erradicarlas

Una salida es repensar nuestra sociedad. Empezar a cimentar un nuevo modelo social en dónde el fin último no sea el beneficio egoísta sino el cubrir las necesidades de quienes la conforman, porque eso significa sociedad, un grupo que se une para ser más fuerte y vivir mejor de lo que lo haría individualmente. Estructurar el trabajo en relación a la necesidad de mano de obra y de los trabajadores disponibles, el reparto de alimentos en relación al número de bocas a alimentar y la producción en relación a las necesidades y dejar de cuantificar cuanto nos rodea en base a los beneficios económicos que puede generar… porque eso ya no sirve.

Sea cual sea la salida, la solución debemos crearla nosotros, nosotras, ese ente abstracto llamado “el Pueblo”, y debemos hacerlo por una razón muy simple:
Porque si no lo hacemos, alguien lo hará por nosotros y , seguramente, contra nosotros.

Una vez más…