Tenía seis años cuando comencé a entender el proceso de “adiestramiento” al cual me habían sometido, el mismo proceso que enfrentan las demás personas de mi edad; ya que al igual que en España esta es la edad con la que ingresamos en Costa Rica al sistema educativo.
En mi caso, ingresé a una escuela primaria católica, es decir, la directora del centro educativo y otras docentes eran monjas. La disciplina y los valores que trataban de “enseñar” de manera autoritaria y adultocéntrica eran más estrictos que los compartidos en otras escuelas. Todas las mañanas, nos llevaban una hora a la capilla con el objetivo de limpiarnos nuestros “pecados”.
La monja nos hablaba de los castigos que sufrían las personas que iban al infierno y las altas posibilidades de terminar ahí, en caso que no guardaremos silencio durante todo el tiempo que estuviésemos en la capilla. Debo confesarlo, con tan solo seis años tenía miedo de ir al infierno. Sentía que cualquier acto que cometiera, sería mi paso al infierno.
Debo hacer un paréntesis, y señalar que Costa Rica, hoy en día dieciséis años después de mi ingreso al kínder, continúa siendo un país confesional, es decir, posee una religión oficial. En este caso corresponde a la católica, apostólica y romana; así lo estipula el Artículo 75 de la Constitución Política: “La Religión Católica, Apostólica y Romana, es la del Estado, el cual contribuye a su mantenimiento, sin impedir el libre ejercicio en la República de otros cultos que no se opongan a la moral universal ni a las buenas costumbres”.
Uno de los fundamentos que más debemos escuchar (independientemente de nuestras creencias) en todos los ámbitos es “así dice la biblia”. Por ejemplo, cuando elegí la Carrera universitaria que iba a cursar (Trabajo Social), escuché una gran serie de cuestionamientos debido a la construcción social que en nuestro país la profesión es para las mujeres.
Claro, la profesión se asocia a la filantropía y el amor maternal, y es evidente que las personas aludan a “las sagradas escrituras” para mencionar la división sociosexual del trabajo, en donde las mujeres son quienes cuidan y se quedan en los hogares.
¿Pura vida? Costa Rica es un país que se caracteriza por sus hermosos paisajes naturales, una tierra donde todo es “pura vida”. Sin embargo, no puedo idealizar ocultando que Costa Rica también se identifica como un país totalmente excluyente y discriminatorio. Todo aquello que se englobe dentro de “la otredad” es razón para ser discriminado en todos los ámbitos.
En primer lugar, la primera causa para recibir los efectos del sistema desigual es ser mujer. Lamentablemente, el patriarcado continúa siendo el sistema hegemónico, y en el caso de mi país, la iglesia se convierte en una institución y un aparato ideológico que no permite deconstruir y lograr la transformación social. Por esta razón, no se permite el aborto, la fertilización in vitro, el matrimonio entre personas del mismo sexo ni la adopción por estas parejas.
Desde mi perspectiva, la segregación discriminatoria que se realiza en los hombres, inicia con la orientación e identidad sexual. Los hombres que pertenecen a las poblaciones LGBTIQ… se encuentran expuestos a sufrir diferentes manifestaciones de la violencia. En el sistema educativo, el acoso escolar que vivencian es una completa pesadilla. Recuerdo muy bien, un grupo de compañeros de clase intimidando y agrediendo a otro compañero solamente porque no le gustaba jugar al fútbol, este deporte es un elemento constituyente de la masculinidad hegemónica, ya que a quien no le gusta se tacha inmediatamente como “playo” (adjetivo despectivo para referise al hombre homosexual).
Sé que repetir esas palabras no es positivo, no obstante la menciono porque en ocasiones esta temática se aborda desde una perspectiva conservadora; y esa es alguna de las palabras y frases que al igual que mi compañero, muchos hombres escuchan día con día. Y cuando acuden a servicios que brinda el Estado para las personas homosexuales, se encuentran con una gran serie de profesionales en Ciencias Sociales que legitiman el discurso patriarcal y homofóbico. Lamentablemente, ese compañero se autoeliminó cuando entramos a la secundaria.
Lo más repudiable fue escuchar al sacerdote que expresaba que le dolía la muerte de “un joven que se encontraba realizando actos impuros”. Ese día quería levantarme y escupirle la cara a ese hombre, ese mismo hombre que por medio de su sotana teje relaciones de poder para influenciar en la vida de las personas feligreses, e incluso en los no creyentes.
Hoy en día, se encuentra en discusión la aprobación del Estado Laico. Hoy, después de tanta reproducción de desigualdad. Hoy, se intenta que el Estado sea “neutral”. Hoy, luego de muchas muertes donde la intervención del Estado fue religiosa y nula. Hoy, seguimos creyendo que “somos el país más feliz del mundo”.