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Después de ocho horas de oficina, y a pesar de saber su enojo por quedarme hasta tarde, lo aguardé en el living. Estaba realmente agotada. Ni siquiera apagué cuando ese inerte susurro televisivo, apareció en forma de llovizna, anunciando el fin de la programación.

— ¡Acuéstate, no me esperes! — gritó sobre sus hombros, mientras bajaba, por la tarde, las escaleras. A una madre le dijo eso. Qué iluso es.

Busqué la aguja para seguir con el crochet, pero no logré avanzar un punto. Creo haberme dormido con el ovillo entre las piernas, cuando escuché el suave frenar de un coche bajo la ventana. Eso me despabiló. Apreté el mute del control remoto, y en un vacío silencioso, dejé caer mis párpados para agudizar los otros sentidos. Suelo hacerlo a diario. Advertí de entrada un cuchicheo que pasó a través de la celosía, y luego, el rechinar de una puerta abrirse. El motor se mantuvo encendido. Hablaban de un precio. Seguramente del viaje. Un taxi o remís, me dije. Mas tarde, alguien bajó y la cerró. No la azotó. Incluso, por lo suave, corto y sin rebote de la acción, sentí que lo hizo despacio. Seguro que el móvil era nuevo.

Lo que vendría a continuación fueron segmentos de un film conocido. El motor dejaría de levantar revoluciones para colocar la primera…,”trac”, ahí lo hizo, es tan particular ese sonido… para después percibir que lentamente se desvanece hasta enmudecerse por completo. Listo. El silencio ha sido gradual. Todo indicó que el chofer siguió por la avenida, y no dio vuelta la esquina. Ahora sí, ruidos cercanos. La puerta cancel que cruje por la humedad que trajo la lluvia de ayer. Ya les envié un correo a los de la inmobiliaria para que la arreglen, un día de estos la madera se va a hinchar tanto que no vamos a poder entrar ni salir del edificio… A ver si todavía la tenemos que pagar por nueva. Enseguida los pasos conocidos: tic, tac tac, tic, tac tac, cada vez más claros, resonaron escalón por escalón. El metálico y, en la oscuridad de mi noche, ensordecedor ruido a llave girando dentro del tambor de la cerradura, indicaron su presencia. Su andar que ahora se enmudece y con ello, el fin de este juego de deducción. La puerta del departamento que se abre, y con ella, mis ojos.

—  ¿Me estabas esperando? —  lanzó prepotente y como único saludo.

No supe que responderle. Dejó con fastidio sus gafas oscuras sobra la mesa, y posicionándose perpendicular a la puerta, avanzó de memoria hacia la cocina, mientras guardaba el retráctil bastón de aluminio en el bolsillo del saco.

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Un comentario en «Deducciones a oscuras»

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