Hace unos días mi amigo y sin embargo editor, Juan Cruz, me envió un paquete con unas cuantas cosas de cultura dentro, entre ellas la nueva publicación de su editorial, que responde al título de Autoridad y culpa y cuyo autor es Víctor Atobas. He de decir que mi primera conclusión fue extremadamente desagradable: los márgenes de los libros de Piedra Papel son demasiado escasos para anotar las cosas que a uno puedan ocurrírsele. La segunda fue mucho más agradable: la necesidad de entablar un debate serio sobre el poder, la dominación, sus límites, las posibilidades de su reversión… Creo que estamos viviendo una segunda época de confusión sobre este asunto, fruto evidente de la desorientación que genera el cambio macro y microsocial que se está viviendo, y el hecho de que nos refiramos continuamente a referentes bien conocidos pero de un pasado cada vez más lejano (Foucault, Bookchin, Althusser, Debord, Nietzsche, Castoriadis, Adorno, Lefebvre, Baudrillard…) evidencia la necesidad de actualizar este debate.
La tesis básica que maneja Víctor Atobas es conocida, y puede resumirse así: donde hay poder hay resistencia. Esto puede significar que el poder supone de manera inmediata un movimiento que se le opone y que surge de la parte dominada, o puede incluso suponer que el mismo poder genera esa resistencia. En cualquier caso es indiferente, puesto que Víctor deja de ver la esencial fundamental del poder, visión que desgraciadamente es mucho menos optimista. Esta esencia puede resumirse también de manera muy fácil: donde hay poder hay sumisión.
Este hecho diferencial, quizá menos halagüeño respecto al futuro pero sin duda mucho más realista, será en la práctica mucho más útil a los movimientos de emancipación que cualquier otra visión más idealista. Por que? Pues porque permite enfrentar la dominación desde un análisis realista, con toda la gravedad de quien es consciente de dar pasos definitivos pero también con toda la lucidez de quien ha visto lo abrumante de la empresa y se ha lanzado a ella.
La realidad es que la resistencia a la dominación no es precisamente espontánea. La realidad es que se trata de un proceso muy complejo que es necesario construir de manera individual y colectiva, un proceso repleto de falsos caminos, muchos de ellos generados por el propio poder en orden a su reproducción (algunos todavía confiamos en Debord y sus grandes ideas, y la del espectáculo integrado no es precisamente una de las peores); otros surgidos de un estado de sumisión tan profundo que sus actores ya no son capaces de reconocer o imaginar la posibilidad de espacios de emancipación y solo trabajan por hacer más fuerte su esclavitud (que bien lo explican Cul de Sac en su análisis sobre el 15M: obedecer bajo la forma de la rebelión); otros desconcertantes por su novedad y su desafío aparente que se diluye en cuanto vemos al primer hipster de Wall Street diciendo que él también es tal o cual cosa…
Esto no es una refutación de la idea de espontaneidad que el anarquismo ha defendido extensamente, sino más bien una forma de reubicarla en una praxis no idealista. No entendemos la espontaneidad como una técnica organizativa, como parece reproducir el anarquismo individualista desde hace casi dos siglos, sino que creemos que debe introducirse esta idea en una concepción de la acción directa que vaya más allá de la mera táctica operativa, algo que también parece difícil de entender en determinado anarquismo antisocial. Es así como entendemos que pueden construirse procesos de resistencia y más allá, que deben cumplir unos pocos principios básicos: libertad y eficacia, es decir, desarrollarse de manera libre para alcanzar su propio equilibrio, valorando lo individual dentro de un marco de desarrollo colectivo, en un clima de lucidez autointerrogativa permanente que adelante sus finalidades últimas en cada paso dado y en cada medio elegido.
Mi problema con la obra de Víctor es que no encuentro ninguna herramienta que permita enfrentar el poder y la dominación en lo concreto. El problema que encuentro en el trabajo de Víctor es el mismo problema que puede encontrarse en la obra de Foucault, en la que tanto se basa, y, sospecho que también en la de Judith Butler, a la que todavía no he podido comprender (y no estoy solo en esto). Encuentro una visión mística del poder que impide situarlo en su base material, la única desde la que puede ser realmente combatido. Y es que debemos tener una cuestión muy clara, y tozudamente se nos viene recordando periódicamente: al prescindir de las condiciones económicas, no hay revuelta, insurrección o rebelión que no desemboque nuevamente en la dominación. Dicho de otra forma, sin lucha de clases completa no hay posibilidad de emancipación en ningún ámbito, pues esta sigue siendo la realidad global en que se desarrolla y contra la que debe actuar cualquier movimiento de liberación.
Dejar de situar la lucha de clases en el centro del sistema de dominación social (y digo centro de manera expresa) solo puede llevar a interpretar de manera parcial el funcionamiento de formas concretas de dominación, o de las Instituciones. Un ejemplo típico de esto lo comete el propio Víctor al hablar del sistema educativo. En su análisis, típicamente posmoderno y desprovisto absolutamente de un enfoque de clase, la educación se dirige a la integración del individuo en el mundo del trabajo mediante un rigoroso disciplinamiento que normaliza las relaciones de dominación y, citando a Marcuse (que de hecho está citado de forma equívoca, pues su análisis se refiere a un momento totalmente diferente del actual), a través de la transformación de la capacidad física en habilidad técnica o psicofísica. Que aporta la perspectiva de clase a este análisis? En primer lugar, sitúa la Institución educativa en su verdadero lugar en la lucha de clases. Desgraciadamente para todo el mundo, el sistema educativo no necesita integrar a nadie en el mundo del trabajo. Eso sería así si de verdad naciéramos libres. Pero no. Lo que determina nuestra integración en el mundo de trabajo es nuestro nacimiento en el seno de la clase obrera. De hecho, la única posibilidad real de escapar al mundo del trabajo en el sistema capitalista pasa por haber dejado atrás previamente nuestra condición obrera, sea por el desclasamiento de acceder a un estrato superior de la pirámide, sea por la caída en la marginalidad y el ingreso en el nefasto concepto de la infraclase. Cual es entonces, la función de la Institución Educación? Pues discriminar entre quien debe recibir una educación de primer nivel, y entonces orientar su ingreso en el salariado en los puestos de reproducción del sistema como sustento de la cúpula dirigente, y a quien se le proporcionar una educación de mínimo nivel, o nula, y entonces debe asentarse en la base del sistema productivo. Es decir, las Instituciones son principalmente sistemas de segregación antes que nada.
Necesariamente, esta concepción difusa del poder, no concretizada ni situada en su base material, lleva a una incomprensión de la realidad de las luchas sociales de la actualidad. Para Víctor estas luchas se dirigirían contra la captación y la sumisión que el poder pretende de la vida. La realidad es más triste, en cuanto que en realidad la mayoría de las luchas actuales se dirigen precisamente y con claridad a reivindicar y extender esa captación y esa sumisión. Todo el mundo puede aportar sus excepciones, pero su carácter excepcional confirma la tragedia. Debord lanzaba un gran desafío al afirmar que cualquier movimiento de liberación debe someter la medida de su alcance y su eficacia al juicio de la vida cotidiana. En efecto, si nuestra vida cotidiana no sale enriquecida de una determinada lucha, si sigue organizándose dentro de la escandalosa pobreza a la que la reduce la sociedad de clases, no hay en rigor nada libertador ni emancipatorio en esa lucha. Pero al lado de esta realidad subyace una más trágica, y es la propia lucha por la vida alienada, la que genera movimientos de reivindicación de nuestra misera actual, o de nuestra miseria inmediatamente pasada. Todo el mundo puede señalar decenas de movimientos sociales/políticos que solo buscan garantizar nuestra posición en la sociedad de individuos consumidores. Analizar las razones para este estadio de la movilización social es el primer paso para su superación en sentido revolucionario, y alguna gente creemos que es aportando un contexto global de lucha como conseguiremos esta superación revolucionaria, y a este contexto le llamamos lucha de clases, totalidad (y nótese que defendemos con fervor el concepto de totalidad y nos apasionan hasta la lágrima los movimientos que enfrentan sin matiz la totalidad que hoy nos domina) en la que hemos incluido una serie de ideas fuerza ineludibles que deben estar presentes en esa lucha contra la totalidad que se llama lucha de clases.
Y el problema finalmente está en que esta conciencia de la totalidad que debe ser enfrentada con movimientos constituyentes, solo puede adquirirse precisamente a través de la elaboración de un discurso ideológico. Pero para eso debemos recuperar la ideología del sentido negativo de representación y reducción que sigue Víctor e integrarlo en otro más positivo que podemos rastrear en Lefebvre, entendiendo la ideología como mediadora entre la conciencia y la praxis. Es decir, es la constitución de un discurso ideológico lo que garantiza que la acción (sin la cual no hay ni siquiera posibilidad de emancipación) se ajusta a la crítica del mundo y la realidad que ha determinado nuestro impulso de emancipación. Dicho de otra forma, la ideología garantiza que cambiamos lo que queremos cambiar para ser más libres.
No incorporar la ideología puede llevar nuevamente a la creación de movimientos de liberación yuppie, movimientos de liberación elitista que, a partir de la concepción del poder de Foucault, resultan en la negación de la solidaridad como principio organizador fuerte y estable, pues su carácter auto-elegido y su encumbramiento egótico impiden una percepción igualitaria del otro, que solo puede ser percibido como igual si se encuentra en la misma deriva de liberación personal. La idea foucaultiana de un poder omnipresente, panóptico, insuperable, externo al ser humano, metafísico y omnipotente, pone el énfasis en la necesidad de la liberación personal por encima de cualquier otra dinámica y acaba en una forma de desprecio común hacia las personas normales, vistas de la manera más condescendiente como rebaño o masa. Este énfasis en lo personal oculta al mismo tiempo su escasa intención de reversión del poder. Foucault siempre se detiene ante el delineamiento de la última espiral, la de una revolución actual del sistema. El poder en Foucault es una noción estructural, perfecta en su genealogía, inexplicable en su presencia, insuperable a pesar de una especie de denuncia latente, irreversible e invencible. Para Foucault el poder es un principio irreversible de organización, que fabrica lo real, y de la misma manera ha sido percibido por una multitud de movimientos que resultaron puramente estéticos, puros artificios cuyas dinámicas en sentido revolucionario no pasaron de la pura teoría. La primacía de la idea de insurrección personal, basada en una crítica ambigua y cósmica del poder como tal, deriva antes hacia una autosatisfacción individual que hacia una exigencia de empoderamiento institucionalizado de la clase obrera. Este empoderamiento se llevaría a cabo mediante la creación de sus propios organismos, instituciones en sentido castoridiano, de cohesión social. De esta manera se descarta la posibilidad efectiva de una revolución social, es decir, de un enfrentamiento a la totalidad,
Efectivamente, Foucault alberga la perspectiva de que la resistencia nunca está en una posición de exterioridad en relación al poder. Por consiguiente, no existe espacio para el rechazo. Atrapados por la omnipresencia de un poder tan cósmico e inasible, la resistencia se convierte completamente en polimorfa, y los individuos nos vemos obligados a vagar inútilmente entre la unicidad y la abundancia. De esta manera, las divagaciones de Foucault resultaron en una asunción pretendidamente revolucionaria de la noción de que la resistencia tiene que ser necesariamente una siempre presente lucha personal con uno mismo que, a nivel social, está siempre abocada a la derrota, puesto que toda dinámica colectiva conlleva un poder tendencialmente creciente según la complejidad de lo colectivo y finalmente insuperable e irreversible.
Aquí lo dejo, espero que de momento. Creo que es imperiosa la necesidad de enfrentar teóricamente problemáticas de este tipo. Estamos ante un cambio social global que está dando sus primeros pasos y cuya transición no sabemos cuanto durará ni a donde llevará. Iniciar en este momento procesos de emancipación sin las inercias del pasado, enfrentando errores y desafiando nuestras propias seguridades es el primer paso de un camino que posiblemente vaya a decantar nuestras posibilidades de victoria como clase en estos momentos iniciales.