Era un día de invierno de 1997. Hacía tiempo que no estaba en Burgos, mi ciudad natal, y me llamó la atención no ver a nadie merodeando por los váteres de la estación de autobuses. De todos modos, decidí vagar por allí una vez más en busca de aventuras. Al rato apareció en el bar de la estación un oso de buen ver: barbudo, grande, vistiendo unos vaqueros viejos y una camisa a cuadros. Se me quedó mirando fijamente, le devolví la mirada un par de veces hasta que me quedó claro que quería ligar, y me dirigí al váter. Como era de esperar, me siguió de inmediato. Me situé frente a un urinario simulando mear. Él se apostó en la puerta y se quedó allí observándome en silencio. Me extrañó que no se acercara y se pusiera a mi lado. Esperé unos instantes, mirándole de reojo, hasta que sus palabras quebraron el juego:
– ¡A ver, tú, dame tu documentación!
Era un madero. Mi primera reacción interna fue la de enfrentarme a él y cuestionar su requerimiento, al fin y al cabo yo sabía que no estaba cometiendo ningún delito, pero mis ganas de responder se me quitaron de golpe cuando me di cuenta que no llevaba encima el DNI. Así que me dije «ojo, que por eso sí te pueden putear». Le contesté que no lo tenía. Por suerte, encontré el carnet de conducir y se lo di. Él sacó un teléfono móvil del bolso trasero del vaquero y dio mis datos a la comisaría de Burgos. Al rato me devolvió el carnet y me dijo:
– Ya estamos hartos de gente como vosotros, ya sé yo a qué vienes aquí, no quiero volverte a ver.
Yo, visto que lo del carnet estaba solucionado (y asumiendo mi fichaje como marica en la policía burgalesa para toda la eternidad), le contesté:
– Sí, yo también sé a lo que vengo, vengo a ligar, y eso no es ningún delito.
El policía-gancho dio por zanjada la conversación y se fue. Entonces comprendí por qué no había nadie en el váter de la estación. El cuerpo de la policía, deseoso de limpiar la ciudad de maricas, se dedica a poner a ligar a sus miembros (viriles) para que acojonen y humillen a los gais.
El ligue de váter, la única posibilidad de conocer gente gai en una ciudad tan homófoba como Burgos, es ahora el objetivo de las fuerzas de seguridad. ¡Valiente hazaña! El viejo discurso fascista no ha cambiado; somos un peligro, somos delincuentes. El verdadero rostro de la policía se muestra al desnudo: preparar, una vez más, las condiciones del exterminio.