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La reciente reactivación de la violencia racista en Estados Unidos trae a mi memoria las palabras del escritor norteamericano James Baldwin: “Mañana, todos seréis negros”. Santa razón, Jimmy. Lo somos. No sabemos ni podemos saber de dónde venimos, o sea que menos aún podemos conocer no ya adónde vamos sino simplemente quiénes somos. Hasta los inmortales mueren, pero su conciencia perdura en las mentes de quienes reconocen las luchas, los avances y las posiciones políticas que permiten denunciar las miserias y las atrocidades de un sistema político y económico basado en la opresión, la injusticia y la segregación. Uno de ellos fue James Baldwin, uno de los mayores exponentes de la llamada narrativa afroamericana, además de un autor comprometido, a su manera y dentro de las cortapisas de su época, con la liberación homosexual. Baldwin estuvo cerca de la campaña política Martin Luther King, y desconfió de algunas proclamas violentas de Malcom X, hacia un pueblo todavía discriminado, de forma más sutil, en los EEUU.

A pesar de que tiene un presidente negro, lo cierto es que sigue habiendo barrios estigmatizados, una mayor discriminación laboral. Un alto tanto por ciento todavía elevado de los  y las trabajadoras peor remunerados siguen siendo afroamericanos o la gente de origen hispano. Ha habido pues grandes cambios pero no cambios profundos. Más vistosos que reales. Las estrellas de cine afroamericanas se siguen pudiendo contar con los dedos de una mano y dependiendo de la zona de EEUU se les ofrecen más o menos oportunidades. Para acceder a la carísima educación universitaria deben o proceder de familia muy acomodada o, lo más habitual, ser grandes deportistas. El profundo Sur donde Baldwin ambientó algunas de sus novelas no es tan diferente en sus raíces del que existe en estos tiempos de temor y recesión.

La muerte, en enero de 2014, de AmiriBaraka, autor del clásico “Blues People” (1963) y creador del movimiento Black Arts (del que salieron los fundadores de los Black Panthers), me recordó la tremenda influencia que Samuel Baldwin había tenido en la formación de una gran parte de escritores activistas, que ya no solo luchaban contra la segregación racial, y, al igual que Malcolm X o Muhammad Alí (antes CassiusClay), abandonaron “sus nombres de esclavos”, rebautizándose y convirtiéndose en compañeros de viaje  de los musulmanes afroamericanos, sino que renegaban del nacionalismo y adoptaban el marxismo como carga teórica de su lucha. Baldwin, que hoy es recordado en muchos sitios por el ser el autor de “El cuarto de Giovanni” (sobre el amor imposible entre un turista estadounidense y un joven italiano) tuvo que enfrentarse a los prejuicios hacia las mujeres y los gays o bisexuales en un sector de la comunidad negra organizada. Es paradójico que tanto en el movimiento LGTB como, sobre todo, en el movimiento negro (de gran fuerza casi en la misma época) las personas afroamericanas no heterosexuales tuvieran que sufrir formas refinadas de sexismo o racismo, igual que las lesbianas anglosajonas en un sector del movimiento feminista más escuchado.

Criado en las calles de Harlem, pequeño, frágil, con ojos saltones, comenzó a escribir mientras trabajaba en el Greenwich Village como botones, lavaplatos o camarero, por lo que sufrió en primera persona los efectos de la segregación. Hay poco y, en general, mal traducido de este escritor que escribía con las tripas, dejándose la piel en sus personajes que traspasando la autobiografía se situaban entre la gran literatura estadounidense con dimensiones de fresco social, épica y denuncia social. Pero el retrato  humanista está presente en todas sus creaciones, dramatúrgicas, novelísticas o ensayísticas. Un autor que paso de ser un novelista hábil a un hombre de letras comprometido con su tiempo que dejó su pueblo para irse a la ciudad, como tantos  otros, a buscar una oportunidad donde encontró círculos literarios y hermanos de raza pero también formas mas sofisticadas de racismo y homofobia vigentes en la década donde sitúa sus obras más importantes. En 1948, mientras denunciaba la discriminación racial que se producía en EE.UU. se marchó a vivir a París, para, según dijo, “averiguar quién era, no lo que era”, en un ambiente de mayor libertad.

Algunos de sus trabajos como la pieza dramática “Blues para Mister Charlie” o “Blues de la calle Beale” han sido llevadas al cine. Aunque sus obras narrativas mas respetadas siguen siendo “Ven y dilo en la montaña” u “Otro país” donde muestra el desamparo de los negros de los barrios bajos sometidos a la presión policial, la desconfianza y el estigma social. A lo que se une la descripción de una lucha todavía ardua por ser aceptados como gays o lesbianas (y ahí tenemos el testimonio de AudreLorde) dentro de los movimientos de clase o raza. La amenaza de ser recluidos en guetos más pobres, la mas temible de la cárcel o el linchamiento siguen en la memoria herida pero llena de vitalidad de las historias de uno de los novelistas, sino mejores, mas sinceros e intensos del siglo XX. En 1954 el Tribunal Supremo de Estados Unidos ordenó el fin de la segregación racial en las escuelas (comenzando el movimiento por los derechos civiles), lo que motivó a Baldwin la decisión de regresar a su país: “No podía quedarme sentado en París arreglándome las uñas y hablando de Little Rock”, comentó, refiriéndose al envío a Arkansas de tropas federales para forzar la convivencia entre blancos y negros. Su novela “Another Country” (1962) fue un llamamiento para un mayor entendimiento interracial, y su ensayo “TheFireNext Time” (1963) ya preveía los desórdenes raciales que se prolongarían toda la década de los sesenta.

Su paso de la identidad individual (en una sociedad individualista) a la “toma de conciencia colectiva” aparece documentada no solo en sus libros sino también en diversas entrevistas, intervenciones políticas y denuncias, tímidas pero certeras, del machismo y la homofobia en todas las clases, razas o religiones. No es cuestión de sumar opresiones sino de cuestionar la normalidad y su artificiosidad y el concepto mismo de “minoría” a través del tiempo.

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