La muchacha alada
Víctor Atobas
Sentado sobre las frágiles maderas del embarcadero
acantonado en la isla de Kanto
junto a hermosas mujeres de almas jóvenes
pájaros de plumas relucientes
y pokemones hostiles lugartenientes,
observo a la quejumbrosa júnjuma
apagándose en los momentos de novum y cambiantes
observo a los quejidos de la imperia grilla naufragar
en este tormentoso mar.
La noche se cierne ya sobre esta isla
que es novum condena de júnjuma y huevo de mar,
cuando advierto extasiado que las arenas cantan al alma aligerada
–a la muchacha alada
que se acerca cargando con el peso de la máquina medio liberada.
Aun no es de Cupido sino del Porvenir el juego dichoso
temo los trechos peligrosos,
se me hace difícil volar como la muchacha,
de manera que, tras volver a posarnos sobre las maderas del embarcadero,
pregunto cómo hace ella para ser tan ligera:
no soy como crees
en verdad soy la más pesada
pues en mis espaldas cargo no sólo con el peso de los animales
cargo no sólo con las júnjumas medio muertas de los machos patriarcales
sino también con el deber de liberar estos flujos y engranajes maquinales,
con que si puedo volar es por las corrientes ya mismo presentes
que arrecian con las fuerzas de todos los pasados y todos los futuros.
Entonces comprendo que la muchacha alada
hace tiempo partió en mil pedazos la boca de la tragalada,
dejando de esconder su fénix plumada,
viniendo ahora a abrazarme
invitándome a que juegue de nuevo junto a ella.
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