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(Imagen generada con IA)

La maestra del suspirador

 

Víctor Atobas

 

Yo soy el suspirador:
suspiro
suspiro
y pienso en mis amigos:
el tacto tan suave de delicioso ausín,
la apertura de amorosos marcos hacia lo posible,
la flor de mos del color de la guerrilla,
el gusto familiar que gala la mermelada,
la envidia sana hacia la deseada tapia con mil rosas,
los diferentes tonos de marco enrique álvaro
pablo y tantos otros,
suspiro;
es una suerte
bañarse en el río con nuevos amigos,
por qué
por qué entonces habría de complicarme la existencia:
quisiera callarme,
¿no sería más sencillo,
más cómodo para mí y para todos
que silenciara en la cardeña
el llameante rojo anhelo de otra vida
en la realizada utopía
del aquí
y el ahora?

Necesito deciros, amigos míos,
que vosotros sólo habéis escuchado
el más tenue de mis suspiros:
aquel que posa la pluma levemente
en ensilla de animal diurno.

Ay, si pudierais escuchar mi otro suspiro saturno
si pudierais ver en los caminos nocturnos
cómo la nala se me escapa de las manos
mientras pierdo los ojos nuevamente
en la empalizada de sorgo orbital
y me falla la respiración
sólo
sólo durante un instante
mercurial parálisis
abismo el alma directa hacia abajo:
el instante que, precediendo al alivio del suspiro,
llega después de haberme acordado
de la niña eléctrica de mis sueños
huracán estasi que activa
todas las tormentas de fiebre de vida y llora
derramando virutas de lana de voltio
y no puedo soportarlo;
el instante que llega después de haberme acordado
de la escultura del enigma de paula
que endurece su palma con ramalazo de cuarzo
como si su mano esculpiera para alguien,
alguien que estuviera detrás,
observándola,
midiendo en autoritarios parámetros
sus innumerables mirlos en movimiento,
y que después, cuando se zafa
de la sombra del amo,
me acaricia con su luz de joven de la perla;
ay, si pudierais escuchar ese suspiro
que llega tras haberme hundido en el abismo,
si pudierais escuchar ese suspiro, amigos:
os convertiríais en mis hermanos de sangre
y entenderíais que sólo puedo expresarme
gracias a una mujer realmente libre,
una amiga muy bella que en susana piensa
las mil mesetas flotantes de la diferencia,
la única que ha tenido el coraje de decirme:
no te equivoques.

No te equivoques atobas
fallando el arco de tus últimos poemas,
pues no es Eros nuestra condena
sino el cosmos satelital siempre reiniciado del patriarcado
desprendiendo millones de agujeros negros
desde aquí
desde allá arriba
a la derecha y a la izquierda
abajo
profundo
en lo alto
más allá de los cráteres de plutón
y en la cercanía de los alacranes en la boca;
agujeros negros que, absorbiendo la blanca luz de las mujeres,
dejan el despojo del velo gris cubriendo el claro de bosque.

No te equivoques atobas
acuérdate de ese kantiano llamado Heidegger:
el proceso de develamiento
no devela lo que hay detrás del velo,
sino el propio velamiento
y tus amigas ven a través de cubiertas lamas
enclavadas
y qué vas a hacer
si no aprendes
de una mujer realmente libre
y te callas como un hombre esclavo.

Ay, maestra:
hazme siempre tu diana
con tu arrojo de amazona,
pues sabes que te amo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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10 comentarios en «La maestra del suspirador»

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