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(Imagen generada con IA)

Mi conejo de angora

 

Víctor Atobas

 

En la arena movediza de la brisa
el tacto paralizante del buitre revienta
en bolo rodante de ratones pinchos
y el carroñero muere ahogado
en su propio pico crudo
mientras nosotros lo festejamos en cardeña
con purpúreas remolachas en la boca huelva
fresa bombón de licor escancia hermosa
como una colegiala, amiga mía,
inclinándote hacia adelante
te ríes
y, al instante,
vuelves a carcajearte de mis palabras;
cuando evidentemente no soy mujer,
digo que tengo coño
y eso por qué.

¿Recuerdas la tesis de la novelita
que te regalé aquella noche hechizado de verano?

Entonces te acordarás de que el goce prostitutivo
es un concepto tentativo cuya determinación es la trágala
invaginada en un punto estadístico
marcado por la astucia de la júnjuma nodriza
y abierto en la cuna de la espalda
por el cirujano de la clínica canal sistémica.

La policía de la universidad
barniza desde tarima barrote
la idea de que el capitalismo
podría haberse desarrollado primero en china,
olvidando que si fue en la europa blanca
donde prendió el semillero candil del agrio amo,
fue a causa de que la europa blanca es apagada
en lo referente a la coloración
de la zona iluminada por la mónada
de manera que, nuestros ancestros colonos
europeos blancos
cristianos comerciantes
esclavistas genocidas señoritos sangrientos,
no supieron sino cegarse con violenta orgía
armando la espina dorsal de la carne esclava;
esos hombres blancos
no supieron sino hacerse recompensar
con manos de duquesas de albas
tierras de méritos feudos modernos
válidos ovejeros de relojes tuertos
monterías subvencionadas masacres
en lerma iglesias
monedas en parador de casas colgantes
o en frío real doblón lingote
de plástica peseta;
esos tiparracos blancos
se introdujeron en la raja de la espalda
monedas por valor
de dos mil años de esclavitud.

Te ríes de mí
cuando violo himen de pureza
asegurando que tengo un coño
de trágala en la espalda:
¿no me crees?

Me quito el abrigo
arrojo el algodón de la sudadera
la camiseta interior
y puedes verlo:
es mi conejo,
mi conejo de angora
comiéndose gozoso una redonda moneda
de fresca zanahoria.

La pureza se la dejo a la virginidad
sarta inmaculada
y falsa
de los moralistas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Otros poemas de Víctor Atobas:

 

 

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3 comentarios en «Mi conejo de angora»

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