(Imagen generada con IA)
Látigo risa perla
Víctor Atobas
I
Yo andaba tralarí
y a través de la zanahoria trágala pensaba
que la poza era naranja húmeda de angora;
yo andaba tralarí
y a través de la angora trágala notaba las palmadas
de los jamones que pasaban hambre en la cocina;
yo andaba tralarí
y a través de la cocina trágala recibía las cuentas
de los salmones desovados del pasado;
a la jornada siguiente
iría hasta el pie del buzón de las escamas
para asistir al remanente de la contable tabla
introduciendo la sal del sobre correspondiente:
había escrito un poema pulcro
lacrado en puntos de recto macramé
de estricta seriedad un texto
que seguía a pies juntillas las normas impuestas
por la grama júnjuma de estábula rae
y que, por supuesto, tenía por motivo
el curso del espíritu.
Antes de que publicara el poema previsto con los ojos
en la enseriada estrechez del reloj
me encontré con el haba carnosa
de una hora creada a destiempo:
la niña eléctrica doraba chispas
de voltio en el rizo del viento,
la joven de la perla deslumbraba con la danza
de sus manos hechas juego de luz,
el muchacho espigado quitaba hierro al asunto
con el acero ligero de una burla sin viruta de malicia,
el hércules de cardeña descansaba la alquimia
de su escudo ante el matraz de los vecinos júnjumos
al tiempo que los demás miembros del grupo
de vez en cuando, golpeaban
con látigo
risa
perla,
iban resquebrajando
la concha dura del molusco viscoso de la engrisadera
como si sus risas fueran golpes quebranta ostras.
Entonces, amigos, no supe cómo habíais invocado
el hechizo de verano entre obturadores de lamas invernales;
tras regresar a casa sólo pude descoser los dedales
del poema que había escrito con el cuerpo gélido.
II
Volverá es cierto
el invierno tratará de congelarnos
en la severa nevera de aludes
corriendo
por carámbanos sanguíneos,
mas siempre, amigos míos:
siempre podremos hacer verano
a nuestra creada hora
a golpe, si es conveniente,
de látigo
risa
perla.
Amigos míos:
es cuando me deshacéis el iceberg
del poema triste
que me aupáis hasta las nuevas
zelandas de las aguas.
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Otros poemas de Víctor Atobas:
La adoración de la niña eléctrica
El encuentro de mi novia con los júnjumos pitufos
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El filósofo de la cardeña contra la ostra de la vampiresa
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