(Imagen generada con IA)
Filosofía de la musa
Víctor Atobas
Montañas de cristal en polvo
enfoscado en el opio de la pintura mural
que coloreo con los pigmentos de la palabra
en el cobijo de las perlas flores de jazmín
y jardín psicotrópico;
las cogitaciones de descartes
las fúnebres oraciones apostadas en la varilla del paraguas de berkeley
las abrasiones de la lluvia ácida y útil de kant
me hacen vulnerable a las maduraciones de la júnjuma vampírica
por lo que agradezco, musa mía, tu ayuda
en el cuidado de las jovencísimas yemas de mi hueso.
Si no te drogaras úrsula
musa mía
te invitaría con sumo gusto
a una tira entera de sellos empapados
con la sonrisa del gato de cheshire;
te querría recitando ciberlenin ciega de ácido lisérgico
como una hippy enamorada de la vida en la nueva época
para que viajáramos juntos más allá del imperio yanki;
por fortuna, ya rebosas de roja y colocada
aquí, sentada a mi lado
mientras juegas con la navaja de la espina
clavando en mi mano el filum de atenas.
Si transcurrieran incontables décadas
seguiría muriéndome de ganas de que volvieras
a clavarme la espina
de la rosa de la filosofía
tal y como ahora haces
naciendo el hueso más duro en mi pensamiento:
¿qué diferencia existe en el seno
de lo uno de tu nombre desdoblado
entre tu apelativo úrsula de musa
y la irrupción de tu verdadero nombre
en la carne que elevo
hasta el alma?
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